Tuesday, February 11, 2014

crónicas del otro lado (episodio 1)

Rumbo a Burgos, andábamos ilusionados (qué mal vicio…) con la idea de escalar en algún lugar a medio camino; habíamos localizado un pequeño pueblo en tierras Navarras y decidimos que pasaríamos una noche por ahí, antes de entrar en Castilla. Llegando a Uharte-Arakil, reconocimos enseguida la imponente pared de caliza, placa tumbada oscura y orientada al sur. Ese día el problema no fue el frío, ni la lluvia ni siquiera la niebla sino el viento, soplaban ráfagas de más de 70 km/h! Imposible subir, impensable bajar. Digamos que de alguna forma todos los días perfectos de escalada feliz se parecen, mientras que cada uno de los días en que no pudimos, fue feo a su manera. Para que no fuera dicho que no le poníamos buena voluntad, hicimos siesta en el coche a pie de pared por si dejaba de soplar, y nos tomamos un par de cafés con leche en el bar del pueblo, para dejarle otra oportunidad de ponerse bien. Cuando quedó claro que ya no se escalaría, liberados de un peso, por fin pudimos irnos...

A la salida del pueblo recogimos a un autoestopista y atravesamos charlando los hayedos que separan Navarra de Guipúzcoa, pasando de largo un número incontable de pueblitos rodeados de rebaños de ovejas Latxas. Uno se sentía como en un mundo paralelo a Iparralde: había ovejas pero no se llamaban igual, las gentes hablaban un idioma incomprensible que no era exactamente el mismo, incluso había otro monte en forma de cresta de dragón que era casi idéntico!
Txindoki (Guipúzcoa), Behorleguy (Iparralde) y … Txindorleguy? Behindoki? (ver solución aquí)
A media mañana llegábamos a Beasain, destino de nuestro autoestopista, una pequeña ciudad industrial donde abundan las viviendas en bloques de pisos, a la moda de los sesenta (de estos que luego durante los ochenta y noventa se pusieron como ejemplo de lo que el urbanismo nunca más debía repetir). La economía de la zona gira alrededor de la industria de maquinaria metálica, en Beasain se fabrican vagones de metro de ciudades de todo el mundo desde Santiago de Chile hasta Calcuta, pasando por Barcelona. Abandonamos al autoestopista (un auténtico dharma bum que parecía conocerse el pirineo como otros la cordillera de California) en una rotonda e íbamos a dar la vuelta para volver a uno de los incontables pueblitos rodeados de rebaños de ovejas Latxas, cuando la silueta alpina del Txindoki nos llamó la atención. Navegamos a vista, procurando salir de Beasain, sorteando naves industriales hasta alcanzarlo. Sin darnos cuenta, nos pasamos el día paseando por los valles.

En Zaldibia descubrimos una fábrica abandonada y prácticamente en ruinas (obviamente, estaba prohibido el acceso. de no ser así, no hubiésemos ni contemplado la idea de…)

Zaldibia, fábrica siniestrada de Bilore.
Llegamos a la conclusión de que muchos vascos de este lado de la frontera tienen la costumbre de salir a andar. Se notaba por el tesón con el que pisaban, por el uniforme (chaqueta atada a la cintura, polar del Decatlong, mochilita de raid) y sobretodo, porque todos tenían esa mirada concentrada en el horizonte, la del deportista en acción. Sólo les faltaba dorsal.

Al atardecer empezamos a preguntar a la gente por el pueblo de A., donde íbamos a terminar el día. Las gentes nos miraban un poco con cara de - qué se les debe haber perdido a estos dos por ahí…

–Ah! A.! Pero vais a A., si? 
–Sí, sí..
—Hacia A. o a A. mismo? 
—A A. vamos a ver a alguien allí, 
— (...)
Entonces?
Sí, claro, pues mira, coges esta carretera con dirección […] y en   lo más alto del monte, la última aldea de todas, hay las cuatro casas de A., ya lo veréis. 

Efectivamente era el último pueblo de todos, cuando has llegado arriba de todo y estás a punto de caer por el otro lado del monte. X. y N. habían aceptado acogernos en su casa  gracias a la red de Couchsurfing. Viajar-durmiendo-de-sofá-en-sofá es siempre una experiencia interesante, que tiene su dosis de aventura. Aún así, no sucede tan a menudo que uno se sienta tan a gusto en casas ajenas como para dudar de si quizás éste era en realidad un viejo amigo al que no veía desde hacía tiempo. Charlamos con X. y N. durante horas al calor de la estufa de leña, acerca de mil cosas. Nos contaron que la casa estuvo abandonada durante mucho tiempo y la naturaleza se había apoderado de ella. Prueba de ello fue la visita en plena noche de un rapaz nocturno, lo que parecía un Cárabo. Las aves habían ocupado las golfas tantos años que seguían viniendo a menudo a pasar la noche a la que consideraban su casa. La casa era muy agradable y acogedora, y después de una cena compartida, dormimos súper, pero súper bien. Sólo pudimos apreciar plenamente lo afortunados que son los que viven allá - humanos y estrigiformes - a la mañana siguiente al abrir la ventana de nuestra habitación:
El huerto y las vistas desde A.
Carretera y bocadillo, cruzamos una llanura interminable hasta la Meseta. Burgos congelado (de una vez por todas había que asumir que era invierno!!) y Willy que nos esperaba con un cordero lechal en el horno y una botella de tinto excepcional. Éste sólo fue el primero de los deliciosos manjares que nos ofreció, comida tras comida, durante nuestra estancia. ¡Bienvenidos a Burgos: tierra de historia! En Castilla, la tertulia siempre alrededor de una buena mesa. Nos encantaría mostrar muchas fotos de la Real Burgos, pero entre las horas entre cocina y comedor, el bareo, las charlas-para-cambiar-el-mundo y una inagotable colección de cómics vintage, resulta que la cámara no salió de su funda. Y nosotros apenas de las nuestras, a pesar de que todos allí nos repetían "el frío de Burgos es un frío seco: te abrigas y te olvidas". Un coj… !

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