Friday, September 23, 2016

un poco más lejos aún... (1 de 8)

un(t)raveling Tokyo y alrededores


desde el calor húmedo de una lavandería con vistas, lluvia a cántaros sobre Osaka.
Después de veintipoco románticas y agitadas horas a borde de un crucero bastante oxidado y muy pero-que-muy-muy hortera, con mar desmontado y con-pasajeros vomitando a por doquier por culpa de un tifón (typhoon?) con mucha mala leche, llegamos por fin a Osaka, nuestro puerto de entrada al lejano y exótico Japón. Tras cruzar Europa y Asia en tren, embarcarnos para Corea del Sur y vivir allí unas aventuras tan verdes como fueron lluviosas, Japón era a la vez nuestro auténtico fin del mundo y una especie de Ítaca-siática: isla añorada, hogar perdido y objetivo al que entregarnos sin condiciones... No que estuviéramos acá solamente para "hablar de nuestro libro", pero les recordaremos sin embargo - y sin darle más vueltas al asunto - que si se han perdido los anteriores capítulos y les muerde, voraz, la curiosidad, podrán buscar en estas columnas relatos diversamente informativos de todas (o casi todas) nuestras andanzas con rumbo al fin del mundo: desde la madriguera del Ariège hasta el aquí y el ahora, 16.000 km de relatos ilustrados. Naveguen, pues, con el cómodo menú de la derecha, cliquen tanto como quieran y en definitiva: ¡entren y vean! Voilà.

diluvio sobre un depato (deparutumentu sutoru) céntrico ; sonata para neón y paraguas ; riquísimo okonomiyaki osakense con kastuobushi*.
Pasado el control de inmigración, nos recibió una Osaka con lluvia fría y cielo bajo. A partir de allí, el plan era que no había plan. Se había diseñado parte del itinerario por Europa y Rusia pero todo lo demás era página en blanco, mar abierto, trapecio sin red etc, etc... O más bien sí que algo de plan B había: nuestro querido Hiro-san nos había ofrecido un techo en Tokyo, al que pensábamos acudir más adelante. Pero tanto la meteo como el silencio de los amigos por Kyushu y el Kansai nos llevaron a aceptar su invitación sin más demorarnos. Se trataba, pues, de aprovechar el día en Osaka para lavar ropa sin mojarnos más de la cuenta, comer algo rico y caliente y conseguir pasajes en un autobús de noche con rumbo a la capital ; de poder ser, hasta la estación de Shibuya y de allí hasta los brazos acogedores de nuestro Hiro-san salvador (juego de palabras un poco flojo, pero hay que calentar motores).

¡ups! al parecer estamos ya en Tokyo, de camino etre Shibuya y casa de Hiro-san.
Para conseguir nuestra meta de lavar ropa, un hotspot de wi-fi en Busan nos había permitido encontrar una lavandería automática cerca del metro y justo en el trayecto entre el muelle y la estación de buses. Así que fue llegar allí, entrar, despelotarnos casi integralmente - como en el clásico anuncio de Levi's (del 1985, con un gran éxito de los Creedence Clearwater Revival de banda sonora: para los nostálgicos, sigue allí) y lavar lo que teníamos para lavar mientras leíamos un rato, hacíamos cuentas de los últimos días por Corea del Sur y soñábamos con algo rico y típico que comer antes de subirnos al autobús. Si la comida en Japón tiene fama de ser algo carilla (y es cierto que lo es, más aun con el euro cerca de los 110 yens el día de nuestra entrada en el país), existen opciones ricas y baratas para no pasar hambre sin arruinarse. Los onigiris y makis de los combinis (convenience stores del tipo 7/11 o Lawson's) son de los básicos más funcionales: el arroz para llenar, el resto para darle un poco de vidilla. Entre los muchos sabores disponibles, el de atún y mayonesa es sin duda nuestro favorito, aunque hay uno de umeboshi (una ciruela agria fermentada) que tiene mucho carácter y sabe a Japón que lo flipas... El café con leche del 7/11 - menos dulce que el del Lawson - también es un básico barato que ayudará a los cafeinoadictos a no sufrir demasiado los síntomas de la abstinencia. En fin, volvamos al tema: con la ropa limpia y seca, las mochilas hechas, las fundas impermeables bien colocadas y hasta con un paraguas de usar y tirar encontrado por allí, volvimos al metro y de allí a la estación de autobuses, no sin haber encontrado en la acera una cartera abultada por un buen fajo de billetes. La recogimos y la llevamos al dependiente de la primera tienda que encontramos, para que la guardase hasta que alguién viniera a por ella, o que la policia andara buscándola por la zona. Perdón por el topicazo pero: cosa impensable en cualquier lugar del mundo que no fuese Japón, es muy probable que su propietario la haya llegado a recuperar con la cantidad exacta de dinero con la que la perdió.

en el tejado del superático-laboratorio-madriguera de Hiro-san: tres gatos de reencuentro disfrutando inmejorables vistas al skyline Tokyoita!
A todas estas, nos pasamos la tarde en el centro comercial - shopingu maru o depato, como los llaman aquí - de la estación, mirando la última oferta de electrodomésticos, hi-fi y telefonía, la moda del otoño 2016 y salivando en el food plaza del ático. Ante una oferta pletórica, escogimos finalmente un pequeño local tan lleno (de gente y de humo, ambos señales favorables) como acogedor, cuya especialidaz era el auténtico okonomiyaki de Osaka ; el original, dirán los aficionados. Preparado ante el afortunado cliente y cocido en la pequeña plancha de la mismísima mesa, el okonomiyaki es una especie de tortilla de huevo, col rallada, harina y fideos, que se sirve y disfruta caliente, cubierta de mayonesa, salsa picante y katsuobushi (véase abajo información acerca del producto*). Luego todo pasó de repente: medio tumbados en los asientos de un cómodo autobús de noche, nos dormimos en la autopista, perseguidos por la cola del maldito tifón. Nos acompañaron en el sueño noticias de retrasos, accidentes, ejes cortados, Godzilas iracundos y demás catástrofes naturales a lo grande. Pero no: al final de la noche, amaneció (que no fue poco).

apenas llegados, empezó la fascinación de Futuna por los zorros Hinari.
En poco tiempo estábamos en Shibuya y de allí, tras un trayecto bastante rápido en el famoso metro en hora punta, nos plantábamos abajo del edificio que nos había indicado Hiro-san. Eso sí: nos costó casi una hora entender cómo y dónde había que llamar al timbre para poder entrar y subir hasta la planta 13 (no pasa nada en Japón con el 13 ; el problema aquí es más con el 4). Allá arriba, descubrimos en un abrir de puerta: no solo que en más de 10 años, Hiro-san parecía más joven que la última vez que nos habíamos visto en Paris (fuimos compañeros de residencia de anatomía patológica veterinaria entre 2002 y 2005), sino que también había montado en un cómodo duplex con vistas panorámicas, un concentrado de laboratorio de histopatología. En la cocina, entre máquina de café y dos neveras (¡ojo! una con comida y otra con muestras y reactivos), un banco de recorte e inclusión en cera, un micrótomo y una batería de kits de tinciones convencionales ; en el comedor, cuatro puestos de trabajo con microscopio, ordenador y dictafóno ; en el salón, el estándar telefónico, el fax y los ordenadores de secretaría, además del rinconcillo para tomar té y café. También contaba con un cuarto de baño de lujo y arriba del altillo, con un despacho y una habitación que pudimos invadir sin interferir demasiado con la febril actividad del lugar. A lo largo de la semana que pasamos allí, procuramos estar despiertos cuando llegaba el primero y no volver de nuestras escapadas hasta avanzada la tarde, para no entorpecer el trabajo. Misión difícil, por no decir imposible, ya que cada mañana - incluidos los domingos - alguien llegaba sobre las 07:00. Pasadas las 21:30, también solía haber alguien abajo todavía, rematando su jornada laboral.

Además de ser muy cómodo, nuestro campo base tokyoita ofrecía una convivencia cordial con el equipo de Hiro-san y un acceso fácil a muchos lugares céntricos. Entre ellos, el ostentoso barrio de las embajadas, donde dedicamos estresantes días y horas para conseguir el visado para China, así como algunos otros más raros y para coleccionistas: los de Kazakstán, Uzbekistán y Turkmenistán.
akita-inu, dueña pija y casa de arquitecto en el alto barrio de las embajadas...
Nuestra idea en aquel entonces, para seguir sin volar, era volver (a pie por la China, si andan por acá lectores francófonos amateurs de contrepèteries...) por la ruta de la seda. Resultó, tras 3 intensos días de idas y vueltas, ataques de nervios y desesperación, que obtener el visado para China desde fuera del país de residencia habitual ya no era posible. O sea: en teoría, sí. A la práctica, la lista de documentos e informaciones que había que proporcionarle a la borde de turno de la taquilla de la embajada de China en Tokyo cambiaba y se alargaba a medida que le íbamos entregando lo que necesitaba solo unas pocas horas antes. O sea: que no hubo manera, ni tras cinco visitas, de que tan solo aceptase nuestros formularios, expedientes y documentación sin sacarse de la manga una nueva pega. O sea: que si no le llegamos a insultar fue por la barrera del idioma, ¡no por falta de ganas, ni por el tamaño letal de sus uñas postizas! La ruta de la seda se nos demontó, pero no importaba: llevábamos tan solo cuatro días en Japón, de los dos meses que pensábamos estar por allí y tanto "el futuro" como "la vuelta" nos parecían cometas flotando a lo lejos en el azul celeste de un día sin nubes - o algo cursi del estilo. También aprovechamos estos días para explorar vecindarios y distritos de carácter, para ir a ver la estatua del perro-que-esperó-a-su-dueño-fallecido-en-la-salida-del-metro-durante-años, los jóvenes-que-andan-por-la-calle-disfrazados-de-heroes-de-manga y demás curiosidades típicas que un turista gaijin no se debería perder para no fracasar en su inmersión cultural a lo Lonely Planet (noten por favor la ironía sutil y cambiemos de tema sin perder más tiempo...).

el selecto local con clientes, sakes y el jefe/motero reinando detrás de la barra.
Pero la sorpresa más grande que nos reservó Tokyo llegó tan solo en nuestro segundo día y nos vino de Hiro-san. A eso de las siete de la tarde, un día de semana como cualquier otro, nos ofreció ir a tomar algo con él y su pareja después del trabajo - hasta aquí, muy bien. Nos llevó, pues, por su barrio, hasta un lugar para tomar sake: un local pequeño a lo Jiro dreams of sushi en el que se respiraba un auténtico aire de bar de la esquina de toda la vida. Hasta el dueño, que nos saludó muy cariñosamente, parecía sacado de una peli del Kitano: algún jefe de sección local de los Hell's Angels jubilado, o quizás un sicario fuera del mercado, viviendo aquí una nueva vida anónima y respetable. Se trataba en realidad de un templo de la cata de sakes finos y, para acompañarlos, de una tentadora oferta de delikatessen más exquisitos los unos que los otros. Eramos cuatro, así que en la primera, probamos cuatro copas de cuatro sakes distintos. Hicimos lo mismo en la segunda ronda, con cuatro sakes más. Y repetimos en la tercera ronda con cuatro sakes más. A estas alturas, ya nos estabamos poniendo finos, pero fue cuando Hana-san tuvo la gran idea de proponer una cuarta ronda, en la que cada uno tendría que elegir y pedir su favorito para volverlo a catar. ¡Grande Hana-san! Los platitos de riquísimas tapitas se iban siguiendo y el local empezaba a girar como una mala cosa. Tras pagar sin temblar (y hasta con gusto) una cuenta bastante salada, nos ibamos a separar cuando Hiro-san también tuvo la gran idea de proponer una locura de las buenas:

tapitas de lujo ; generosas rondas de sakes selectos ; más tapitas de lujo, luego más generosas rondas de sakes selectos, luego más tapi...
Ya que el fin de tifón significaba una corta ventana de cielo excepcionalmente despejado, nos pasarían a buscar con el coche abajo del laboratorio a las cuatro en punto de la madrugada para ir juntos a ver la salida del sol sobre el Fuji-san... y volveríamos a tiempo para que cada uno empiece su día como si nada. ¡Grande Hiro-san! Así que fuimos hasta [su] casa, que no era el polo para nada, pero que nos costó encontrar con eso de las rondas de sake. Eso sí: con un colchón nos bastó... Nos metimos en la cama con sueño y con el despertador que en un cerrar - y abrir - de ojos, ya sonaba el fin de nuestra breve noche. Abajo ya estaban Hiro-san y Hana-san, con la radio puesta y caritas de dormidos. El Futuna tardó tres cuadras en caer y volver a empezar la suya, mientras Wallis, muy educadamente, daba conversación a los anfitriones/pilotos (cuentan que el trayecto fue bonito; el narrador no puede confirmar). Lo cierto es que al salir del coche, nos esperaba esto:
el Fuji-san  de madrugada: en traje de Adam, al natural, vestido de mar nube.

Estuvimos un buen rato, abrazados en el frío húmedo que anunciaba el amanecer, mirando la silueta simétrica y perfecta del Fuji-san cambiar muy lentamente entre sus cincuenta sombras de azul. Aparentemente, la fascinación que ejercen las montañas sobre los seres humanos no tiene cultura ni nacionalidad... Con el primer rayo de la mañana, se tapó el cuello como para decirnos que ya nos podíamos ir, cosa que le iba muy bien a nuestro Heroe-san del día. Le esperaba una buena paliza para llevarnos de vuelta a casa, justo a tiempo para empezar su día de oficina... El privilegio de ver al emblemático despejado nos hizo olvidar que se estaba por terminar, pocos días después, la temporada "oficial" de ascensión. En breve cerrarían los refugios e itinerarios hasta la cima. Después del Teide y del Mulhacén, teníamos la esperanza de podernos hacer con otro 3.000 volcánico. Pero coronar la mítica cumbre japonesa tendría que esperar unos años más y una hipotética próxima visita al archipiélago... Tant pis. Cogimos unas últimas imágenes** para el recuerdo (sino la posteridad) y nos subimos al coche, donde Futuna se puso a rancar apenas arroncado el motor y no se despertó hasta llegar "a casa". A continuación, nuestro día fue bastante light: nos conformamos con caminar hasta el parque de la esquina y mirar allí a la gente paseando con sus perros en carritos de bebés, circulando muy civilizados en sus bicis eléctricas o volviendo de la escuela, muy solemnes en sus uniformes impecables.

chuchos al sol y niños cazando libélulas: escena universal de barrio cualquiera.
También aprovechamos la madriguera de Hiro-san como campo base para ir a explorar las afueras de Tokyo, concretamente la ciudad playera de Kamakura y la sierra cercana de los montes sagrados Tanzawa et Tonodake, justo a medio camino entre Tokyo y el Fuji-san, ambos miradores excepcionales para el viejo gigante. Pero parece ser que este post ya se está alargando más de la cuenta: tendremos que dejar esto y lo demás para el próximo capítulo... Para ahora, y para rematar el tema de las múltiples vistas al Monte Fuji, digamos que salvamos lo que quedaba del día y fuimos a visitar el famoso edificio del ayuntamiento. Wallis ya conocía su famosa planta 45 y sus increíbles 360º de ciudad, suburbios y alrededores. Al Futuna, le tocaba descubrir la vista y... el cuento. Fueron necesarios un ratito de metro lleno de gente hasta reventar, algo de andar por pasillos futuristas y asépticos, unas pocas escaleras y un control de seguridad rutinario para llegar al pie de ¡la madre de todos los ascensores! Otro topicazo de circunstancia: "Japón, tierra de constrastes y bla bla, bla bla bla, tradición y modernidad, bla bla" o aquel otro de "el budismo zen, el Wu Wei, el Todo y la Nada, bla bla bla". De acuerdo. Fíjense ahora en que, bueno, un poco de verdad debe tener. Ahora saldrán los aficionados al argumento de que si ha pasado a ser un tópico, por algo será. Por lo menos el ascensor, en eso del todo y la nada, sí que algo entendía del tema...
unos clásicos rockeros franceses cantaban "andas como un robot por los pasillos del metro" ; el todo, la nada y el gran misterio de en medio.
Pero lo más fuerte era lo que nos esperaba arriba: un salón mirador panorámico con tiendas de postales feos, de souvenirs cutres a lo "tu nombre en kanji" y demás productos típicos para guiris. Al lado de las inmensas ventanas abiertas hasta el horizonte, unas impresionantes fotos con colores ektachrome de los años 70 pretendían mostrar lo que había que ver. Y es que recordaba un poco las famosas (y absolutamente auténticas) fotos de las cimas mallorquinas de la sierra Tramontana vistas desde lo alto de Barcelona, del castillo de Montjuic o del parque del Tibidabo. Bueno, nada mejor que un par de imágenes para explicarnos e ilustrar el tema. Aquí las tienen, pues. El resumen de nuestros primeros días en Tokyo podría ser que si nos fascinó el primero, no nos pareció satisfactorio este segundo avistamiento del Fuji-san y que teníamos ganas de ir a por el tercero sin esperar mucho! Gracias a la gran hospitalidad de Hiro-san (¡gracias, gracias y gracias otra vez!), pudimos dejar las cosas, escaparnos unos días más ligeros y finalmente volver:

eso con detalle, más fotos, alguna sorpresa y un poco más de Tokyo en el próximo capítulo...

le Mont Fuji depuis la tour de l'hôtel de ville de Tokyo, ou quand le mythe se heurte à la réalité! les arbres aussi ont poussé...


___________________________


* Acerca del Katsuobushi: Katsu-o-Bushi NO es una música, auteura-compositora-intérprete, bailarina, cantante y productora británica, nacida el 30 de julio de 1958 en Bexleyheath, Reino Unido. No. Katsuobushi es el lomo de atún seco y rallado que se usa para darle sabor al caldo o para aliñar y decorar platos de arroz, ensaladas o el okonomiyaki. Una delicia. Además, y no es poco, el Katsuobushi baila suavemente al ritmo de tu canción favorita mientras el okonomiyako se termina de hacer en la plancha: ¡Japón es lo más de lo más!

** Acá las tienen: panorámica poco antes de... y retrato poco después de salir el primer rayo... por lo visto, al hacerse la luz, el Fuji-san suele ponerse tímido y taparse un poco ; bueno, eso fue lo que nos pasó. Aun así fuimos muy afortunados que Hiro-san nos llevara allí el día anterior y fue todo un privilegio presenciar esta salida de sol! El efecto cola de tifón duró poco, pero fue verdaderamente milagroso.


No comments :

Post a Comment