Sunday, October 17, 2010

avant la lettre - versión original con voz en off (2/4)

 hoy.

Eso fue ayer. Hace nada, unas horas más escuchándote y repitiéndolo todo: sin filtro, sin opinión, sin omisión. Ahora anochece otra vez y acabas de salir para volver a cenar al mismo gallego de ayer. A tan solo cien metros del hotel, en la oscuridad, te espera un charco de arena húmeda. Al pisarlo sin fijarte, resbalas y te caes al suelo.
¿habrá algo de conciencia de clase a pie de calle? parece ser que no.
Primero, caes de rodillas y enseguida te pones de pie, insultando a todo el Reino de los Cielos antes de volver a caerte en un movimiento cómico (no sabría decir porque, pero resultó poco natural, como muy forzado. Debo confesarte que pensé por un momento que lo hacías a propósito), exactamente en el mismo sitio, todo estirado esta vez. Insultas otra vez más a todo aquello de Arriba, apoyándote en tu brazo en un intento para quedarte sentado. Es entonces cuando te vuelves a caer por tercera vez y empiezas a gritar mucho más. Ya no insultas al Creador ni a su plantilla de alados asistentes. Sencillamente, gritas. Como vengo haciendo hace diez días, te escucho. El tiempo de abandonar mi papel de oyente-espectador para entrar en la realidad y acercarme, ya te has puesto de pie. Gimes e insultas a toda la Santa Trinidad otra vez, el hombro derecho cogido con tu mano izquierda. Tienes una cara terrible. Entre gritos, gemidos y blasfemias, me comunicas que te duele muchísimo el hombro, que el dolor es intolerable, que seguramente esté roto o dislocado, que ya tuviste una lesión en el mismo sitio hace veinte años, que la situación es, básicamente, catastrófica. Tomas aire un instante y sigues explicándome que se acabó el curso, que tienes que volver urgentemente a Barcelona para que te hagan una cirugía muy complicada del hombro y que tengo que sacarte de aquí ya mismo. Escucho todo eso, además de los gritos, gemidos y blasfemias, cuyo volumen no pareces capaz de adaptar al del resto de tu discurso. Sin duda, me estas causando lesiones irreversibles en los tímpanos. Entonces, te apoyas en mí y sin dejar de repetir todo eso una y otra vez, tratas de regresar hasta la puerta del hotel, distante de unos cien metros como mucho. Tardas un buen rato en conseguirlo pero ellos también te escucharon desde hace tiempo y ya se están preparando.

encuentros en la noche, en la puerta del hotel y en la tercera fase...
Después de instalarte encima de tu cama en tu habitación, llamo al señor Cónsul, que se pone en marcha inmediatamente, no sin antes llamar a su médico personal y al jefe de la brigada de Guardia Civil de Nuadibú, para que vengan a darte apoyo. La espera es larga y terrible, ya que sufres tanto. No sabes cómo lo aguantas. No hay palabras para eso que estas atravesando. Cuando por fin llegan, vuelves a repetir una vez más todo lo anterior, gimiendo y gritando. Ya no ladras blasfemias. Al menos el clásico tríptico del poder – bajo esta forma actualizada: político, policia y médi-cura – ha conseguido eso nada más entrar en tu habitación. El doctor personal del señor Cónsul parece muy mayor: sabio y tranquilo, un hombre de mucha paz. Te tranquiliza. Te escucha. Te sonríe y te toca. Le explicas cuanto te duele sin permitir que te toque. Chillas y te apartas cuando pone la mano en tu hombro. Le dices que no se puede hacer nada aquí, que necesitas volver a Barcelona urgentemente para una cirugía. Él te tranquiliza, te escucha, te sonríe y te toca. Le parece que tienes una 'simple' dislocación. Le parece que te van a dar algo para el dolor y que te llevaran al hospital para asegurarse de que no hay fractura y luego tomaran una decisión. Seguramente te la puedan reducir directamente aquí, in situ. Te quejas mucho del dolor y no paras de gritar mientras el jefe de la Guardia Civil, el señor Cónsul y el doctor preparan un plan. Prefieren llevarte en el coche del Consulado escoltado por la Guardia Civil, que no esperar a que manden una ambulancia que puede tardar horas. Si es que hay alguna en servicio. "- Bienvenido a África" te dice el Señor Cónsul con una sonrisa cómplice. Entonces te apoyas en su hombro y en el mío y te dejas arrastrar hasta su enorme 4x4 negro. Te sientas detrás chillando, mientras el señor Cónsul y el doctor se sientan delante. Te abrocho el cinturón y subo a tu lado en el asiento trasero.
última duna antes del océano: última oportunidad para tirar la basura.
El coche de la Guardia Civil nos escolta hacia el hospital y escucho cómo te quejas y lloriqueas todo el trayecto. No ves los fantasmas que cruzamos. Nos ves por la ventana teñida los suburbios que dejamos atrás. El panorama es asombroso. La ruina omnipresente. Te escucho preguntarle a Dios qué habrás hecho para merecer semejante desgracia.

Entras en el hospital y parece que sabes muy bien donde estás. Buscas a cualquiera que lleve bata blanca o pijama verde, evitas o adelantas a cualquiera que lleve djelaba negra o darraa azul. Con unos, reclamas, exiges, gritas y chillas. Con otros, pisas, adelantas, te cuelas y te quejas. Con dos palabras del doctor, la fila de espera delante de la sala de radiografía se desvanece. Entras y te hacen dos radios. No hay fractura, se ve claramente una dislocación anterior de la cabeza del húmero. Parece que se puede reducir sin siquiera darte anestesia. O como mucho con un sedante leve. Opinas que no puede ser, que con el dolor y lo de tu antigua lesión, no se puede. En absoluto. Explicas que tienes que regresar a Barcelona para una cirugía. Los del hospital y el doctor, también el señor Cónsul, dicen que seguramente no sea necesario. Que desde aquí se puede reducir. Pero no quieres. Insistes, chillas y gimes. Aguantas tu posición hasta que todos abandonen. Apoyado en el doctor y el señor Cónsul, te llevas tus radios, te arrastras hasta el coche y vuelves al hotel. Entré yo en el hospital a tu lado, sin entender bien donde estaba: arena y barro en los pasillos, dos camellos, unas cuantas carpas y algo que parecía un mercado. Vi a tanta gente tirada por el suelo que ni noté los azulejos blancos donde los había. Pensé un segundo que estaban en guerra o que acababa de ocurrir alguna tragedia. ¿Hace cuantos años está ocurriendo la tragedia en África? me pregunté entonces. Escuché lo que te decían y lo que les decías. Subí en el coche a tu lado y regresé al hotel contigo. Mismos fantasmas y más fantasmas por las ventanas. Mismos suburbios y más suburbios. Te dolía tanto el hombro que no pudiste ni mirar afuera…

piso en alquiler en barrio residencial, con vistas.
Estás en el hotel otra vez, encima de la cama de tu habitación. Ahora el señor Cónsul se despide: tiene una mujer y un hijo de tres años esperando en casa. Te da un abrazo con cuidado y compasión, te desea suerte con el trámite de repatriación y se va. El jefe de la Guardia Civil se despide: ya que no te vas a mover del hotel, no te hace falta la escolta. Te desea suerte con la vuelta a España y se va. Los del hotel también se despiden: ya que no te han podido ayudar hasta ahora ¿para qué se van a quedar más? Te desean suerte y alivio. Insh Allah, todo se arreglará. Sólo nos quedamos contigo el doctor y yo, para organizar tu evacuación. Tu empresa ha contratado un seguro especial a prueba de fuego para este viaje tan sensible, así que será fácil sacarte del país. Me pides que llame para que te vengan a buscar. Llamo a los de tu empresa, que también me contrataron a mí como intérprete. Te escuchan chillar desde Barcelona y se asustan. Me piden que llame a la compañía de seguros sin tardar para arreglarlo todo con ellos. Les explico que ya lo he hecho pero que no tengo ni el número de la póliza del contrato que me piden para poder abrir el expediente de asistencia en el extranjero. Me contestan que todo está en la oficina y que la oficina está cerrada. Añaden que no se puede hacer nada hasta mañana porque nadie vive tan cerca como para poder ir hasta allí a buscar un número de póliza del seguro. Les digo que seguramente están más cerca que nosotros. Me dicen que tienen familia y que son las 11:00 de la noche. Que es una tragedia pensar que tendrás que esperar toda la noche así. Añaden que les parece horrible y que pensarán mucho en ti, que no podrán dormir de la preocupación. Se despiden y cuelgan.

Empiezas a chillar y chillar y chillar. Entonces, te acuerdas que tienes un seguro personal, de una compañía competente de la que contrató tu empresa. Me pides que les llame para organizar tu repatriación y me quedo escuchando su música de espera un buen rato. Mientras le cuentas al doctor tu terrible desgracia, yo le cuento al técnico que me contesta cual es tu situación. El tiempo que tarda en deletrear Nuadibú y entender en qué región del mundo estás me da una idea de lo que puede tardar tu evacuación. A partir de este momento, alterno las llamadas a las dos compañías, para ver cual responderá favorablemente antes de la otra. Te tomas otra pastilla para el dolor y te quejas del estomago. Pides algo para beber y comer. El doctor recomienda leche y pan, para protegerte un poco del efecto del anti-inflamatorio. No paras de chillar, ni un solo segundo. Voy a buscarte leche y pan por allí el hotel: este hotel en el que todos se han ido a dormir y que no tiene restaurante.
el huis-clos de tu tragedia: un hotel de gama media en medio de la nada.
Cuando vuelvo con ellos, me señalas los dos móviles y me dices que hay llamadas perdidas y a ver si puedo enterarme y llamar de vuelta, a ver si te voy a dejar sufrir más de la cuenta. Te pasas diez minutos deshaciendo el pan en pedazos que mojas en la leche e intentas llevar a tu boca. Terminan todos pegados en la manta que cubre tu cama. Me pides que llame a tu hermano para que él pueda ayudar desde Barcelona. Escucho cómo se lo cuentas todo a tu hermano. El doctor sigue a tu lado, sonriéndote, aunque sabe que no puede hacer nada más por ti. Y de repente, se acuerda del cirujano del hospital militar. Ofrece llamarle, a ver si a él se le ocurre algo más. A ti te parece bien que el doctor llame al cirujano, siempre que no cambie tu plan de evacuación para Barcelona. Llamamos al cirujano del hospital militar. Por su acento, parece ruso. Se lo pregunto al doctor que me lo confirma. A mí me parece ya que estamos en una peli: ahora un cirujano militar ruso, lo que nos faltaba…

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