Saturday, October 16, 2010

avant la lettre - versión original con voz en off (1/4)

 ayer.

Estás en Nuadibú. Por lo que tienes entendido, es la segunda ciudad de Mauritania, al Nordeste del país, cerca de la frontera con Sahara Occidental. Es el puerto principal para la explotación y la exportación de pescado y productos de la pesca.
tan solo un punto entre muchos, de la línea de barcos de pesca oxidados.
De aquí, salen cada día toneladas de pescado fresco o recién congelado, hacia los mercados de España, Francia, Rusia, Polonia y Japón, entre otros. Es una ciudad de gran importancia económica y estratégica; o mejor dicho: es la otra ciudad del país. También tiene el otro aeropuerto del país y fue así como llegaste, en avión. Todo esto es Nuadibú. Pero en realidad, tú más que nadie lo sabes: Nuadibú es ante todo un lugar abandonado de la mano de Dios. Miras y todo lo que ves es una calle mal asfaltada, cubierta de arena, de basura y de mierda de vaca. Esta ceñida entre una línea grasienta y apestosa de barcos de pesca oxidados y otra - no menos grasienta y apestosa - de edificios que se derrumben, comidos por la sal y la arena. Alternan bares, restaurantes y salones de masaje chinos, por lo que pudiste ver. Te gustó esto de los salones de masaje chinos, no paraste de hacer alusiones y los ojos se te entornaban... A tan solo unos metros detrás de estas dos líneas que limitan tu horizonte,al segundo planodigamos – y aunque no tienes siquiera la oportunidad de entreverlos – imaginas el azul del Atlántico y el rojo del Sahara: profundos, densos, infinitos. Como para dejarte claro que de aquí, no te irás si no quieren que te vayas. Te lo tendrán que permitir, que facilitar. Eso ya, de por sí, te saca de quicio. Si supieras que no hay ni desierto. Si supieras que estás aquí en la punta de una lengua de arena estrecha, que sobresale del agua tan solo unos pocos metros, y que a tan solo un kilómetro detrás del hotel, está la línea de alambrado de la frontera con Sahara occidental, tu sensación de opresión sería más intensa aún. Pero por suerte, lo ignoras.

guantes de látex, mascarillas, cofias: una sala de fileteado de alto estanding.
Llegaste aquí ayer para impartir un curso práctico sobre "las técnicas de auditoría en seguridad alimentaria de los productos de exportación de la pesca y la piscicultura". Este curso, parte de los programas de cooperación entre España y Mauritania, ya lo diste una vez la semana pasada en Nuakchott, la capital del país. Parece un asunto importante para la diplomacia entre los dos países y todos te recibieron con entusiasmo. Hubo una inauguración formal con un Ministro y varios Embajadores, tras leerse un comunicado de prensa de unos diez minutos en árabe, que nadie consideró conveniente traducirte. Hubo una sesión de fotos pero nunca conseguiste el periódico donde se publicaron… Eres un experto en higiene e industria alimentaria, especializado en técnicas de inspección en el ámbito de la pesca. Le diste la vuelta al mundo prácticamente cada año durante los quince últimos, estudiando, observando, analizando, explicando y auditando sobre el tema. Como dicen de los pilotos: tienes horas de vuelo, vaya… Yo soy tu traductor-intérprete. Les pareció mejor que el intérprete no sea un local, por una cuestión de etiqueta. Así que medio de casualidad me llamaron y aquí estoy. Además de preparar el curso contigo y traducirte el material antes del viaje, llevo un poco más de una semana ahora en Mauritania, acompañándote todas las horas del día que no me paso durmiendo o en el baño. Y mira que con lo que te dejan salir del hotel y divertirte fuera de la jornada de curso, también visto el panorama en la televisión nacional, pues prefieres estar hablándole a alguien... Tampoco te resulta fácil socializar aquí en un business-hotel internacional desierto. Total: como parece que eres más locuaz que yo, o que tienes más cosas interesantes para contar, pues… digamos que así estamos: tú hablas y yo te escucho. Cuando no te escucho para traducirte, te escucho, simplemente. Me lo quedo para mí.
espíritus en un mundo material... saliendo a cenar por allí.
Ahora acabas de salir del hotel para ir a cenar. Se ha hecho de noche ya. El hotel esta fuera de la ciudad – aunque no estás bien seguro si existe tal cosa como “la ciudad”. Estás en el borde de la carretera que lleva a la zona industrial portuaria hacia el sur y, por lo que sabes, al aeropuerto hacia el norte. Más allá hacia al norte, al final de la península de Ras Nuadibú, están el continente, tierra firme, el desierto. Primero, tienes la línea que trazaron en medio de la nada, que te separa de Sahara occidental y su campo de minas. Más allá hacia el este, hacia el interior, siguiendo una vía de tren plantada allí por los Franceses hace medio siglo, están las minas de hierro por las cuales hoy en día, existe Nuadibú en lugar de nada. Más allá hacia el sur baja N2: la única pista que, tras quinientos kilómetros en línea recta, llega a Nuakchott. No puedes dejar de preguntarte nunca porque, si la situación esta tan “tensa” en el país como decían en Madrid y si el Ministerio quería asegurarse a cualquier precio de que nunca estarías expuesto a ningún peligro, llegaron a reservarte este hotel periférico, aislado y sin servicio de restaurante. No ves nada alrededor que cuadre con tu definición de un taxi y los vehículos del Consulado “no están disponibles para este proyecto”. Así que caminas para ir a cenar. Yo te sigo, escuchándote repetir una y otra vez lo mal que está todo.

Anoche, ya tuviste que caminar esta misma calle cubierta de arena, donde pasan coches y camiones sin luces, sin apenas verte. En el fondo, casi prefieres que no te vean y por un poco te esconderías cada vez que escuchas uno acercándose. Anoche, ya tuviste que pasar caminando delante de los salones de masaje y los bares de neones fucsia. Anoche, ya tuviste que cruzarte con vacas famélicas y carcasas de coches quemados en proceso acelerado de reciclaje natural. Anoche, ya tuviste que escoger entre un restaurante marroquí y una taberna gallega para cenar algo.
los alrededores del mercado central de Nuakchott al atardecer.
Y anoche, ya escogiste la taberna gallega para comerte un arroz caldoso cinco estrellas. Así que a mí anoche, me tocó escuchar todo eso una vez, ya. Escuchar cómo te quejabas de las condiciones horribles en las que te encontrabas, en este país terrible sin un hotel digno, teniendo que patear el asfalto caliente de este agujero perdido entre desierto y océano. Escuchar cómo te dejaban aquí, abandonado en la carretera como un cebo para yihadistas, carne fresca para raptar. Escuchar cómo te veías ya degollado en mártir de la cooperación, chivo sacrificado en el altar de la hegemonía de tu empresa en el sector de la higiene de los productos de la pesca. Escuchar cómo te olvidabas de tus problemas cuando tus ojos captaban finalmente por las ventanas sucias de algún bar, entre dos tubos de neón y una columna, la imagen fugaz de una masajista, azafata, camarera o lo que quisieran llamarle. Escuchar cómo te las conocías a todas estas y lo bien que te sabías lo que les hacía falta, lo que les harías tú. Escuchar como también conocías a las otras - todas ellas: asiáticas, caribeñas, de Europa del Este… porque habías viajado mucho y sabías de estas cosas. Escuchar cuánto te molestaban la suciedad, los escombros, la basura, y qué desastre eso de dejar divagar, comer y dormir el ganado en la carretera. Escuchar que no era gran sorpresa que estos países no saliesen de la miseria, con lo poco cuidadosos que se les veía con cosas tan básicas, con sus cosas al fin y al cabo.
saliendo del hotel, dos manzanas más hacia ninguna parte.
Escuchar cómo no eran malas personas, sino que más bien eso formaba parte de su cultura. Escuchar las estadísticas de por qué y cómo todos los Mercedes robados de España terminaban aquí después de haber sido vendidos y comprados diez veces en Marruecos. Y finalmente, después de todo eso, en frente del restaurante marroquí, escuchar que por suerte había un gallego justo aquí al lado, con lo que tal vez, por lo menos podrías cenar bien. Eso fue anoche. Y debo reconocer que acertaste con una cosa: el arroz caldoso fue una verdadera delicia. Lo seguí soñando mucho tiempo después. Lo busqué en varios gallegos de Barcelona. Nunca había visto yo (ni he vuelto a ver desde entonces) tanto marisco por litro de caldo. Disfruté tanto cenándolo que apenas te escuché – fue mi momento de ausencia del día – cuando dijiste de la camarera que en estos países ¡con diez años ya eran mujeres! y eso, se les veía en los ojos.

Eso fue anoche. Volviste caminando. Esta cerveza que conseguiste sin demasiado problema, aunque el régimen islámico prohíba el alcohol en todo el país, te dio ganas de hablar más. Te hizo recordar más verdades, más verdes aún, acerca de aquellas mujeres de los bares de fluorescentes. Escuché todas tus verdades bien bien verdes, todo el camino hasta el hotel. Cuando te despediste y te fuiste a tomar un merecido descanso, yo me fui a la cama con nausea...

downtown Nuadibú, Mauritania: escenas callejeras de insolación/desolación entre océano y desierto...

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