Monday, October 19, 2015

Zen y el arte del cicloturismo

El pasado fin de semana, aprovechando una visita inesperada del Lorenzo, fuimos a andar por el monte. Preciosa excursión al Montcalm y la Pica d'Estats (podéis leer aquí el correspondiente post si os apetece). Pero larga, muy larga. Tan larga que a Wallis, le dolió mucho la rodilla derecha durante la bajada y después.

por suerte, uno de los escasos carriles de bici pasaba por donde nosotros...
Así que, llegado el viernes y con la rodilla aún sensible, cuando Futuna empezó a preparar mochilas para ir rápido al Carlit por el estanque del Lanoux (preciosa cara norte) antes del invierno, hubo una especie de pequeña revolución en el hogar: "¿cómo, qué? ¿pero qué dices? ¿andar otra vez? ¿con lo que me dolió? ¿serás un monstruo sin corazón? ¿pedazo de verdugo sin piedad?" etc. Bueno, la historia no fue así, pero (y creo que es más divertido así) así lo contamos... Y se llegó fácil- y pacíficamente a la decisión de hacer una ruta en bici, inspirados por un lado por el ejemplo de nuestros amados U. & L., expertos en cicloturismo de verano y por otro lado, por las andanzas con ruedas de nuestro querido (aunque muy virtualmente) Albert Sans, cuyo vidaje seguimos a distancia. Y como no, por los inolvidables paseos junto a (o más bien detrás) del hombre-máquina ciclista más diesel que conocemos, nuestro adorado M. Una ruta en bici, pues. ¡Ole! ¡Qué bien! En el fondo es lo mismo. Y en la superficie: en lugar de cargarlo todo en los hombros, cargas unas alforjas - que no dejan de ser unas especies de pequeñas mochilas cutres, cuadradas, rígidas e incómodas de llevar - que por suerte puedes sujetar de la bici en lugar de metértelas en la espalda. En fin...

primera pausa en el pueblo fantasma de Celles ; el castillo Cathare de Roquefixade en su peñon ; el inicio del Chemin des Filatiers.
La ruta, la definimos en un plis gracias al Google maps: haríamos el "Chemin des filatiers": una vía verde de 39 km que va de Lavelanet a Mirepoix, recorriendo por una antigua vía férrea el país d'Olmes (No de Sherlock. Ni de Katie), en los confines del Ariège y del Aude.

Paréntesis historicultural y fantasioso: el país d'Olmes es una zona conocida localmente por su antigua tradición textil y universalmente por su terrible, lenta y triste decadencia desde la década de los ochenta, fruto de la deslocalización de la industria del sector hacia el sureste asiático, donde la mano de obra era (y sigue siendo) más barata. Un drama social finalmente clásico en la vieja Europa - como lo ilustra, por ejemplo, cualquier película de Ken Loach -, encarnado en las grises y desconchadas fachadas de las humildes casas obreras alineadas, con una húmeda monotonía, a lo largo de las calles con nombres de pájaros que dejaron de cantar años atrás (a veces Futuna tiene eso de exagerar en lo dramático). Desempleo, deflación, depresión, tabaquismo, alcoholismo, éxodo rural... A ver, el país de Olmes también nos dio un portero de Copa del Mundo de primera, calvo y mítico. Y unos castillos de los Cátaros. Y creo que no me dejé nada de interés ya...

cicloturismo de alto riesgo: superando la terrible subida de Nalzen para luego adentrarse hacia el centro de la tierra!
Para llegar a Lavelanet, nos esperaban nada menos que 30 km de carreteras secundarias, bonitas y soleadas. "Para calentar motores", nos dijimos...  La idea era acampar cerca de Mirepoix, después de unos muy honestos 70 kilómetros, para cerrar el circuito al día siguiente, remontando el valle de la Ariège unos 55 kilómetros hasta nuestro querido hogar. Dos días, un poco más de 120 kilómetros con desnivel muy moderado y todo el chiringuito en las alforjas: tienda, esterillas, sacos gordos, estufa, cantina, comida, ropa de abrigo, agua, calzoncillos de recambio... bueno, lo clásico. Gracias a la Xtracycle, fue fácil cargarlo todo y ni nos dio demasiado miedo, a pesar de que se trataba de nuestra primera salida. Bueno, Wallis era la veterana aquí, ya que en su tierna juventud, había hecho cicloturismo. Pero al parecer, había sido eso muy a lo hippie de San Pedro: por caminos costeros, con cestos de mimbre, pareos y fruta fresca, y mucha playa al ritmo de 12 o 15 kilómetros por día, lo justo para secar el bañador entre chapuzón y chapuzón... o así lo cuenta (bueno, realmente no lo cuenta así en absoluto, pero "nos" parece más divertido).

yuhuuu! el juego de las 7 tipos, ¿sabrás encontrarlas todas?
Hacía un frío del copón al sol cuando arrancamos, con las campanadas de las once de la mañana, abrigados como los de la peli Everest. El primer tramo fue realmente sin historias - llano y tranquilo - excepto UNA subida fácil para llegar al pueblo de Nalzen, donde nos tomamos un sucedáneo de café con leche acompañado de fougasse aux olives y queso, para celebrar que solo quedaba bajar! Llegamos a Lavelanet en algo menos de dos horas en total, contentos y frescos todavía. Curiosamente, por eso de la depresión y estas cosas que contamos antes, mientras uno cruza Lavelanet, parece que los colores se van desaturando poco a poco. Como si el gris fuera una especie de enfermedad de piel indolente e insidiosa cuya progresión pasa desapercibida... Hasta que de repente, mirándote en un charco de agua, ¡te ves casi casi en blanco y negro! Este curioso fenómeno se va potenciando a medida que pasa uno tiempo en el País d'Olmes, como ocurre con el agua y la bolsa de té, solo que al revés. Y a diferencia de los espíritus o los vampiros, esto no desaparece en las imágenes fotográficas, como a continuación podrán apreciar... - efecto de gritos fantasmagóricos. Muy bien. Sacando nuevamente nuestros providenciales guantes, gorros, "buffs" y abrigos de invierno, emprendimos sin tardar el Chemin des Filatiers.

Futuna por el chemin des filatiers, en el país d'Olmes ; Wallis por el chemin des filatiers, en el país d'Olmes.
Si bien es llana, la vía verde a menudo se encuentra cubierta de hojarasca (¡qué liiiindo!), de gravilla (¡qué desagradaaaable!), o de arena (¡qué duuuuuuro!), así que pedaleas a muerte, haces fuerza mucho, te cansas bastante y avanzas poco. Pasamos por los parajes del lago de Montbel, una de las Mecas del turismo de ocio en Ariège (hace 25 años) y resistimos al canto de sus sirenas para, al menos, llegar a Chalabre antes de comer. Fue sorprendente ver como esos últimos seis kilómetros de la - por entonces bien avanzada - mañana se nos hicieron eternos, y sentir con que felicidad abandonamos los perfilados sillines de plástico por un austero banco de piedra medieval en el viejo mercado cubierto del bonito y concurrido (??) pueblo audense. Pan, queso, salsichón y café con leche y chocolate hicieron allí un verdadero milagro. Y si la estancia en Chalabre acabó con nuestros colores, un buen trago de vino tinto nos regaló unas brillantes y muy claras visiones psicodélicas de caballos y caballeros sacados de un remoto pasado... Le faugères Mas Olivier es definitivamente un vino recomendable, rico y a buen precio!

Wallis en la puerta de los infiernos ; al llegar a Chalabre ; premio en la pausa picnic ; la procesión va por... el centro-pueblo.
¡Fantástico! Una vez desaparecidos los de la mesa romboide, también nos subimos a la respectiva montura para terminar el tramo que quedaba del chemin des filatiers, es decir, el que nos llevaría a Mirepoix pasando por Camon y Lagarde. Cuanto más bajaba el sol, más frío hacía otra vez. La perspectiva de cocinar en el viento del anochecer y pasar una larga noche de tienda con esterillas y sacos, por algún prado húmedo con olor a vaca, nos preocupaba menos - al final - que la de despertarnos en el rocío helado, desayunar a la sombra y empezar a pedalear con los cuerpos encogidos por el frío, sufriendo en silencio hasta que el sol nos despertara a eso de las doce o incluso la una...

los protagonistas, mimetizados ya en su entorno: en cincuenta sombras de gris.
La conclusión que nos iba resonando en las cabezas (cada uno con la suya, eh! aunque con sorprendente conexión) era la siguiente: "estamos a mediados de octubre, el verano ya pasó y lo que no pudimos hacer en julio y agosto, lamentablemente tampoco lo vamos a recuperar ahora; hay que ser gilipuertas para meterse con las bicis en este rincón perdido del piemonte pirenaico y pensar que será bonito y cómodo". Realmente, bonito lo fue. Pero cómodo... Y poco a poco, cada uno por su cuenta, empezamos a imaginar en apurar el día al máximo, pasar Mirepoix de largo y cubrir de un tirón los siguientes 25 kilómetros, no hasta Varilhes (que quedaba más lejos pero en el trayecto de nuestro hipotético día dos), sino hasta Pamiers, donde podríamos pillar uno de los últimos trenes del día con rumbo a Latour-de-Carol y aterrizar a nuestro querido hogar para devorar una cena y pegarnos una ducha, ambas calientes y con sabor a gloria!

Una vez metida en la respectiva cabeza semejante idea, ya no hay vuelta atrás Como mucho, el orgullo individual hace que ninguno de los dos quiere ser el/la que primero suelta la propuesta, haciendo muestra de lo que se podría interpretar - en su contra - como debilidad, o peor: fofismo! Entonces, el/la otro/a le podría contestar: "- Bueeeeno, yo estoy muy bien y me apetecía bastante dormir así a la intemperie y estas cosas. Pero si estás cansado/a, con frío y miedo metidos en el cuerpo, pues... daaaaaale! Volvamos a casa, que lo necesitas...". Por la mayor suerte de todos, llega bastante rápido, este punto en el que el ego se queda apagado y una voz tímida se arriesga a decir: "- ¿Y si? ... - ¡Claro que sí! Me parece una gran idea, vamos pa' casa ya!". Y listo. Dicha la misa, amén y la puerta está por aquí. Solo nos faltó algo de Bach en el gran órgano celestial para enterinar el trato...

otra vez cruzando puentes ; instantáneo en pleno chemin des Filatiers ; naturaleza salvaje bajo el sol del mediodía.
Y así, entrando en Mirepoix pasadas las seis y con una última hora de luz por delante, nos lanzamos sin descanso a la transitada D119, con la firme intención de llegar a Pamiers... Apenas nos tomamos los cinco minutos obligatorios para admirar les couverts médiévaux et leurs touristes en terrasse. Un espectáculo typico del pequeño pero cotisado pueblo ariégeois... El nivel de cansancio era ya honestamente patente (y considerable), teniendo en cuenta los 30+40 kilómetros que teníamos en las piernas y los cuerpitos (y en el trasero!), la carga de las bicis y la falta de entrenamiento (para los protagonistas de esta aventura épica, "ir en bici" significaba básicamente "ir a comprar pan" o "llevar la ropa al laundromat"). Cansancio, pues. Pero al fin y al cabo, lo peor de este tramo fue la naturaleza del terreno: una carretera principal y más transitada que todo lo que habíamos visto a lo largo del día. Y al anochecer!

Cultivándonos en el trayecto ; luego en la medieval y concurrida Mirepoix, joya turística de l'Ariège del levante.
Hubo mucho tráfico por allí entre las seis y las ocho: gente cansada y rallada por su largo día, turistas volviendo a sus B&Bs con ganas de una cerveza con chips, camiones, tractores y máquinas agrícolas varias, motos... Teníamos cascos, eso sí, pero luces no: ¿quien iba a imaginar que terminaríamos a la noche? Futuna sufría como una mala cosa. Wallis sentía hasta el último detalle de la orografía de su isquion. Íbamos el uno pegado al otro como en los tramos con viento del Tour. Los frontales atados detrás de las bicis hicieron el papel bastante digno, aunque nos pitaban en ráfaga, adelantándonos en la larga recta entre el aeródromo de Les Pujols y la entrada de Pamiers. Llegamos allí a las 19:43, cansados y con las entrepiernas doliendo no: lo siguiente. Por muy poco nos perdimos el primer tren y nos tocó esperar hasta la 20:50.

En resumen y en color: el bonito circuito, el plan inicial y... la paliza real!
El corto tramo entre la estación de llegada y nuestra amada madriguera fue corto pero encantado por sueños de pizzas del Dr. Höetker y fantasías casi eróticas de sopas de sobre Kñorr. Ducha, cena, equipajes abandonados por el suelo de la cocina y a las 22:15, en la cama, fritos y felices, apagando luces y llamándolo a day (en spanglés en el texto)!

O sea, y a modo de conclusión: en lugar de 125 kilómetros en dos días, objetivo razonable y muy decente para unos novatos con carga y sin entrenamiento (o eso es lo queremos escuchar, por lo menos), terminamos haciendo un poco menos de 100 kilómetros en un día (y unos treinta más en tren, que no cuentan, pero casi que sí, a estas alturas!), saliendo de casa a las once de la mañana y volviendo a las... diez de la noche! Lo más desagradable de la experiencia? Cuando el dolor en la entrepierna se suma al frío, aún está bien. Lo más desagradable de la experiencia, pues? Cuando el dolor en la entrepierna se hace tan intenso que borra la sensación de frío en el resto de cuerpo... Lo más agradable de la experiencia? Prácticamente todo lo demás: el paisaje, el aire, el hecho de moverse estando casi sentado y lo poco que cansa, al final, andar en bici. Y el ritmo al que se mueve uno, que es intermedio entre ir a pie e ir en moto, con las ventajas de los dos y casi ningún inconveniente. Excepto por el dolor en la entrepierna - vale la pena decirlo para acabar con estas cuestiones prácticas.

Chalabre en la hora de la siesta, ilustrando como pocas veces los versos de J.M. de Heredia:
"Où le feuillage épais tamise un jour pareil, Au velours sombre et doux des mousses d'émeraude".
Entonces, se preguntarán algunos: el fin de semana que viene, ¿qué haremos? Pues yo diría que nos iremos a escalar, o cuidaremos del huerto, o nos dedicaremos a escribir unos varios posts que se retrasaron en los últimos dos meses, mientras nos zampamos pizzas del Dr. Höetker y sopas de sobre Kñorr...


No comments :

Post a Comment