Tuesday, October 27, 2015

Hortraveling! s01e07 "We're jammin', jammin'..."

...and we hope you like jammin' too!


la sorpresa que conquistará a nuestra querido público catalán... pero sssssh!
Previously on Hortraveling

"Aunque después de un verano de muy poco ejercicio (por suerte parece ser que el estrés adelgaza. O al menos funcionó para nosotros...) el otoño nos está dando una segunda oportunidad. Como dice un chico simpático pero algo negativo (o sencillamente, muy filósofo) que conocimos hace poco: "Si te pierdes el primer tren, es probable que pase otro para ti, pero te costará más subirte. Y si te esperas al tercero, puede que lo pilles igualmente, pero sepas que costará... y dolerá." Vaya! Pues, desde Un(t)raveling, les queremos comunicar que no estamos bien bien seguros de lo que significa - o pretende significar - este dicho, pero les mandamos a todos un fuerte y cálido abrazo. Y con esta bonita flor, nos despedimos hasta el próximo capítulo, en el que se vislumbra ya el invierno, sus golpes en las contrapuertas y sus ricas conservas..."


Este fin de semana, al margen de ver a los Pumas inclinarse ante los Wallabis, tocaba presenciar el fin oficial del verano. Si uno aún se puede engañar durante semanas después del fatídico equinoccio del 21 de setiembre, cuando se pasa a la hora de invierno, ya no queda otra que aceptar la (dura) realidad. Este cambio horario holió a invierno, pintó a invierno, supo a invierno. Ya anochece poco después de las seis, el frío se invita en casa y empieza a mordisquear los tomates con un poco de mala ostia, la verdad. Ya que les costaba madurar desde hacía un par o tres de semanas y se quedaban de un (bonito pero frustrante) verde que te quiero verde, ahora lo están pasando mal que te quiero mal, pobrecitos.

los pletóricos protagonistas del otoño: en versión natural y (con los pimientitos locales) en un remake de "tomates verdes fritos".
Por un lado, siguen pululando: tanto los coeur de boeuf como los cherry, con nuevos y jóvenes individuos cada tres o cuatro días; pero por el otro, parecen determinados en no madurar nunca. Eternos adulescentes a lo forever young... Con la extinción progresiva de los calabacines (se nos terminaron, gracias a Dios, no con un meteorito sino a base de carpaccio diario), esperábamos tener un poco de tranquilidad: salir a pillar rúcula o col lombarda para la ensalada y punto ; con buena voluntad, recoger un poco de menta o de estragón ; y como mucho, volver a caer una última vez en (y por) la sopa de calabacín de los jueves - eso sí, tuneada con tiritas del salmón ahumado que nos obsequió y trajo a casa el muy sibarita J. ¡Pues no! De repente nos tocó gestionar kilos de tomates verdes estropeándose y durando lo que duran (como bien dijo don Joaquim) unos peces de hielo en un whisky on the rocks. Probamos la opción fácil, la que está en todas las bocas del mundo gracias a la mítica película de Jon Avnet: TVF. Tomates. Verdes. Fritos.

llevando la sopa de calabacín a otro nivel, con el salmón de las Bermudez...
Y pues, resulta que no mola tanto, aunque con pimientos y un poco de cilantro, no queda nada feo, pero sí un poco soso. Recuerda la berengena asada, sin el característico y encantador sabor amargo. Lo siguiente que se nos ocurrió fue un Chutney de tomate verde*, otro clásico bastante exótico, que resultó resultón. Así con carne, en la vinagreta, con verduras hervidas, con el queso y por los parques, por las avenidas, bajo la lluvia, a la boloñesa, a la carbonara... Ya. Pero finalmente, lo que fue (y sigue siendo) nuestro gran éxito del otoño: la Mermelada de tomate verde**. Rhooooo! A los que ya la probaron, solo podemos pedirles perdón por no tener más: el trip durará poco y el withdrawal será violento. A los afortunados que no la han probado todavía, queda el cielo por descubrir... (Encantadores Wallis y Futuna, pensarán ahora, modestos y todo... A ver, no! Solo que, en serio ahora: gracias al intenné, encontramos muchas recetas que adaptamos y sintetizamos como pudimos. Luego tuvimos la conocida suerte de los principiantes, y ta-tchaaa! Nos quedó MUY rica. Punto). Pero antes de revelar aquí los secretos y las tan esperadas recetas, haremos un repaso rápido del resto del experimento Hortraveling - un instantáneo de finales de octubre:

reconquistando el no man's land en plan buscaminas ; LA calabaza del 2015 vigilando a los baby calçots ; una zanahoria en flor.
 - con la idea de atraer por estas tierras lejanas a nuestros queridos amigos y amigas de Barcelona, acondicionamos (leer: reconquistamos centímetro por centímetro y a duras penas el terreno invadido por el Oxalis) una lineas donde plantamos varias bolsas de cebollas grandes blancas de Lleida para así poder, de cara a la primavera, montar aquí con quien pueda y quiera, una calçotada! Nuestra única calabaza, que pensábamos tunear como la seudo-tradición de Halloween lo exige (al mismo tiempo que hacer sopa y congelarla para todo el invierno!) los estuvo vigilando unos días para garantizar un arranque suave y seguro, antes de cederle el cargo a una zanahoria en flor, que no quisimos comer nunca y así nos lo agradeció. Además de los calçots, plantamos espinaca, mientras la rúcula de la primavera se replantó sola. Así, cada día trae en el plato su ensalada de verdes hojitas... y algún caracol clandestino esporádico! Vamos comiendo de los rebrotes de col lombarda, con mucho carácter, y pescamos regularmente dos zanahorias y un puerro para arrojarlos al caldo de grasa de pato con las últimas patatas de nuestra cosecha: además de ricas y sanas, estas sopas al contadino 100% caseras te convierten en una auténtica bolsa de agua caliente con patas y te vas a la cama sin temer nada el frío...

 - pero no nos engañemos: por mucho que les moleste a la OMS y al lobby del bio-diesel (que por lo visto pasan la marcha superior, agitando sus títeres veganos adictos al tofu y el espectro del cangrejo como nunca), la verdurita rica y sana se disfruta muchísimo más como guarnición de un buen chuletón de ternera del país! Y si además se le echan bolitas de cilantro y se deja que se le derrita encima un poco de queso azul, vamos, las puertas del más allá se abren y el coro de los ángeles baja a tocarte el Aria sulla quarta corda dentro de la boca... hhhhhhhhhhhrg...

calabacín, tomate y demás hechos ma non troppo ;  basse-côte de Montbéliarde en pelotas ; poco hecha, con cilantro y queso azul.
 - en nuestra pequeña isla desierta personal, donde no (se) trabaja ni (los) Viernes, encontramos en mayo un cerezo enorme y cubierto de frutos ; hicimos nuestras primeras armas mermeladeras con unas ciruelas dulces y sabrosas en setiembre ; cosechamos también unas nueces que se aburrían allí y empezaban a pasar frío ; descubrimos finalmente en octubre, cómo un árbol anónimo y olvidado se cubrió de membrillos enormes que algunos pájaros menos ignorantes que nosotros empezaban a picotear... Los rescatamos todos, menos por supuesto un par que abandonamos a estos alados vecinos, y nos iniciamos al arte delicado de hacer dulce de membrillo à la française: la pâte de coing por un lado, la gelée de coing por el otro. Para eso, se pelan, aclaran y trocean los membrillos, luego se ponen a hervir en un pequeño volumen de agua: lo justo para cubrirlos. Dicen que tienes que quitar las semillas, ponerlas en una bolsita de tela y tirar la bolsita de tela en la olla mientras los dejas cocerse unos 40 minutos.

voilà! ahora Wallis tiene su stock de nueces para el invierno!
Bueno, nosotros no somos tan finos, lamentablemente, así que dejamos las semillas durante la cocción y con la punta de un cuchillo, las apartamos al final de todo. La idea (o eso creemos), es que las semillas - como la piel de la manzana - aportan pectina que ayudan a que cuaje la mermelada. Puede que también se le haya que agregar un poco de jugo de limón... El hecho es que, una vez pasadas estos 40 minutos, hay que colar la fruta y chafarla con un pasa-puré hasta obtener una papilla homogénea. El agua de la cocción NO se tira, ya que nos servirá de base luego para hacer la gelée! Con la papilla, haremos el dulce de membrillo de toda la vida: en una olla, a fuego lente, se cuece con su mismo peso de azúcar blanco. Hay que estar bien pendiente y remover sin parar, hasta que al cabo de unos 45 minutos, la cosa ha cambiado de aspecto, se ha vuelto más traslúcida, como si fuera ámbar, y más firme también (como si fuera ámbar). Se coloca en bandejas (de no tener nada muy pro, con papel de aluminio nos fue bien) y se deja enfriar. Se le puede echar un poco más de azúcar encima, que queda bonito. Al agua de cocción, también se le añade su propio peso de azúcar (¡Madre mía si es ligero y sano todo eso de las mermeladas! Mejor pa regalar que pa tener en casa...) y se deja cocer una hora o casi, aquí también estándole bastante encima y removiendo todo el rato, porque si te pasas, pues no hay vuelta atrás. Supuestamente, llega un momento en el que la gota NO SE CAE de la cuchara de madera y ese es el punto para poner en los botes! A nosotros, no pudo la impaciencia y se nos quedó un pelín liquida la gelée. O bien fue el efecto paradójico de las frambuesas que le echamos para que quedará más sexy (y porque con las 11 frambuesas que cosechamos este año, no había mucho más que hacer...)

membrillos isleños, lavados, pelados y listos para hervir ; por un lado, la Gelée de coings ; por el otro, la Pâte de coings.
 - ahora bien, después de entreteneros un buen rato con cosas vanas y terrestres, ha llegado la hora de elevarnos hacia lo divino... Os recomendamos bajar las luces, bajar las persianas y bajar el volumen del móvil hasta un nivel cercano a la vibración. Tal vez querais poner algo de música que inspire paz y trascienda lo mundano ; tampoco estaría mal, vamos: el Spem in alium de Thomas Tallis, por ejemplo. Aquí viene el muy esperado:



* Chutney de Tomate verde:

los ingredientes:

- 1 kg de tomates verdes,
- una manzana,
- dos cebollas medianas,
- un pimiento rojo (optativo),
- 200 mL de aceto balsámico,
- 200 g de azúcar,
- sal, pimienta, cayena
- 1 rama de canela, 3 clavos,
- 2 cucharadas de gengibre rayado.


la preparación:

No es que tenga mucho secreto: se cortan finitos tomates, cebollas, pimiento y manzana, y se dejan un rato con sal para que suelten jugo. Mientras tanto, se  calienta el vinagre con el azúcar, la pimienta, el gengibre rallado y las demás especias. Cuando empieza a hervir, se le echa la fruta, removiendo regularmente y manteniendo un fuego mediano. Va pillando un color morado y reduce lentamente. No hay que hacer nada, solo asegurarse de que no se queme. Al cabo de un par de horas o así, tendrá consistencia de mermelada y estará listo para poner en unos botes bien lavados!



el muy cotizado Chutney de tomate verde, en pleno proceso de cocción.



 - y para terminar, la ya famosa:


** Mermelada de Tomate verde, Vanilla y Cítricos:

los ingredientes:

- tomates verdes,
- la piel de una manzana,
- una rama de vanilla,
- el zumo y la piel de un limón,
- azucar,
- pieles de naranja y/o mandarina
- un poquiiiiito de canela.


la preparación:

Se corta, pela o raya todo esto de aquí arriba y se deja macerar (marinar?) una noche en una olla en la que antes se ha preparado un fondo de caramelo con azúcar, agua y zumo de limón. Al día siguiente, se pone a fuego lento el conjunto y se le va agregando azúcar, hasta alcanzar casi el mismo peso que el de los tomates. Removiendo y probando mientras va hirviendo suavemente, se llega a un punto en el que conviene retirar la vanilla y parte de las pieles de limón, naranja y/o mandarina: eso queda un poco al gusto de cada uno, más o menos intenso... Cortándolas muy finitas, se puedan dejar algunas pieles que quedarán confitadas pero le darán un toque de mermelada inglesa, un poco bitter. Sino, retirándolas todas, se obtiene una mermelada más dulce. En todo caso, cuando empieza a pintar bien y haber reducido bastante, se chafa con el prensa-puré de la iaia, se pone en botes y... se subasta en ebay!


la riquísima Mermelada de tomate verde, vanilla y cítricos, marinando.

Y eso es todo para hoy amig@s! Si quieren probar las exquisitas recetas estas de Chutney, Dulce de membrillo o Mermelada, solo hay dos opciones: la primera, nos hacen una visita sin tardar demasiado porque se agotarán rápido las existencias ; la segunda, lo intentan hacer en casa y de ser así, pues nos mandan un mensajito con fotos, que eso siempre se agradece, diciéndonos que tal les han quedado! Nos se pierdan el próximo capítulo! Y hasta prontito...

los protótipos (batch #1) y el B.M.U.B, Banco Un(t)raveling de Mermeladas Buenísimas: el tesoro mejor guardado del Pirineo norte...

du book-crossing, l'Edelweiss et la recherche du temps perdu...

Lundi matin gris, froid et humide. Je me lève un peu avant sept heures après avoir passé un long moment éveillé dans le lit: impossible de me rendormir - l'effet du changement d'heure sans doute. Après avoir petit-déjeuné et avant de m'asseoir devant l'ordinateur pour commencer ma journée de travail (encore trop tôt pour ça!), je rends une visite de courtoisie au book-crossing* que nous avons monté au coin de la rue en nous installant ici, au printemps.

on se demande si ce n'est pas lui, cynique, qui l'a écrit...
Quelqu'un a apparemment fait de la place dans sa bibliothèque, parce que je trouve la "nôtre" assez pleine. C'est d'autant plus surprenant que dernièrement, un petit malin la vide systématiquement de tous les nouveaux livres, sans doute pour les revendre (à qui? pour combien? est-ce que ça en vaut la peine?). Pas besoin de s'étendre sur cette attitude un peu décevante: il/elle a peut-être plus besoin des livres que nous, voisins et passants qui faisons vivre ce book-crossing depuis mars... Mais ce matin (Alleluiah!), c'est la pêche miraculeuse: au lieu des habituels Harlequin, SAS et brochures de sociologie des années 70, il y a là un petit troupeau d'authentiques trésors en éditions Poche ringardes et jaunies: des classiques - variés, il faut bien le reconnaître - mais bel et bien classiques! Croc-blanc de London, Dix petits nègres de Mme. Christie, L'étranger de Camus, Le lys dans la vallée de Balzac, Pour qui sonne le glas d'Hemingway et quelques autres. À mon âge, je suis prêt à relire n'importe lequel d'entre eux, d'autant plus que certains - que je sais pourtant avoir déjà lus - ne réveillent en moi qu'un vague et lointain souvenir (au lieu de réveiller, par exemple, le tourbillon d'un vent de folie**). Je choisis finalement La nausée de Sartre, un autre de ces livres qui me sont tombés entre les mains trop tôt, il y a presque 20 ans maintenant; et duquel je n'avais probablement - et en dépît de toute ma bonne volonté - pas tiré grand-chose à l'époque. Il faudra un jour, à ce propos, que j'ose enfin raconter mon oral du Bac de français...

le book-crossing dans son environnement naturel: une moisson de classiques au coin de la rue!
" C'était en 95 ou 96, je ne sais plus. J'étais interrogé sur Madame Bovary de Flaubert par une prof' plus toute jeune, en tout cas à mes yeux et du haut de mes seize ans (elle pouvait donc tout à fait en avoir à peine quarante), qui m'avait laissé le choix sinon dans la date, du moins entre deux scènes du roman: celle des Comices agricoles et celle d'une promenade d'Emma avec sa levrette d'Italie. À sa question:

- Alors, vous préférez les comices ou la levrette?

je n'avais pas cillé et avais répondu:

- Les comices, s'il vous plait. Sur la levrette, franchement, je n'aurais pas grand-chose à raconter. 

Ma candeur avait dû l'attendrir, car le reste de l'examen s'était très bien passé... Fin de l'histoire, qui est absolument vraie et authentique." En y repensant des années plus tard, j'en souris, j'en rougis et surtout je ne comprends toujours pas comment elle n'avait pas éclaté de rire. Enfin. J'emporte donc La nausée à la maison, décidé à m'y replonger en alternance avec El maestro y Margarita de Boulgakov que je lis doucement et avec beaucoup de plaisir dans une excellente traduction espagnole. Le vieux Poche est jauni à souhait, sent le papier moisi et j'en ressens presque déjà les symptômes en le serrant dans mes mains le long de l'allée qui remonte entre les potagers des voisins.

un trésor, trouvé ce matin de bonne heure dans les filets du book-crossing.
Comme l'idée de me mettre au travail ne m'emballe guère, je m'installe devant l'ordinateur avec un deuxième café au lait et ouvre Le Monde en ligne, que j'abandonne bien vite. En cause, le premier gros titre: "Le patron [allemand] d'Airbus réclame un marché du travail plus souple pour aider les réfugiés". Sic! Ou sick? En effet, abaisser le salaire minimum et précariser encore un peu plus les travailleurs est une solution idéale pour "les" aider à "mieux s'intégrer"... Rappelons pour mémoire qu'il y a dix jours, Airbus annonçait l'ouverture d'une usine directement aux U.S., "qui permettra, dès 2017, de produire quatre avions par mois pour le marché intérieur, à un coût très compétitif, grâce à des charges particulièrement basses". Voilà qui va aider le marché de l'emploi en Europe, tien! Bon, je ferme la fenêtre (de Chrome), puis je joue un peu avec La nausée (au sens propre comme au sens figuré, hélas...). Je la tourne et la retourne dans mes mains, avant de finalement commencer à la lire, avec cette application obstinée que seules la procrastination ou une motivation sincère sont à même de provoquer en moi.

Puis soudain, à la page 17, je tombe sur eux: deux spécimens de Leontopodium nivale séchés et en parfait état! Deux Edelweiss oubliés là, en presse, par le propriétaire du livre, probablement il y a des années. «Et tout d’un coup le souvenir m’est apparu. Ce goût, c’était celui du petit morceau de madeleine que le dimanche matin à Combray (parce que ce jour-là je ne sortais pas avant l’heure de la messe), quand j’allais lui dire bonjour dans sa chambre, ma tante Léonie m’offrait après l’avoir trempé dans son infusion de thé ou de tilleul.» Marcel Proust, À la recherche du temps perdu, Du côté de chez Swann, 1913. Quand on passait à Laruns, l'été avec mes parents et ma sœur, une ou deux semaines chez la grand-mère, on y assistait souvent à la fête du 15 août, pour laquelle des jeunes du village en costumes traditionnels défilaient dans la rue avec les danseurs et les musiciens folkloriques, portant des plateaux d'osier couverts d'Edelweiss qu'ils offraient à la ronde en échange d'une pièce. Je devais être vraiment très jeune alors, parce que c'est une fleur protégée en France et pratiquement disparue dans les Pyrénées (et non: je n'ai pas connu les montreurs d'ours de nos vallées!), mais le souvenir des plateaux d'Edelweiss et de ma grand-mère nous en donnant un à chacun avec ordre de les garder soigneusement dans un livre, m'a assailli en tournant la page 15 et en découvrant ces deux-là:

les Edelweiss (Étoiles des glaciers, Étoiles d'argent ou Gnaphales à pieds de lion) de mon enfance.
Il m'en restait bien un écrasé entre deux photos dans un portefeuille, mais il s'est perdu il y a longtemps. Et j'étais retombé sur quelques spécimens, qui dataient aussi de fêtes du 15 août à Laruns, à la page "ed" d'un gros dictionnaire encyclopédique Hachette abandonné dans un carton de vieux livres dans le grenier de mes parents. Depuis, plus rien. Sauf bien sûr ceux - vivants et bien enracinés - croisés sur le bord d'une via ferrata dans les Dolomites l'an dernier. C'est peut-être devenu un délit de les détenir? Il vaudrait mieux vérifier rapidement et, le cas échéant, bien les cacher. Le mieux c'est peut-être de les remettre soigneusement dans La nausée, pour le plaisir du prochain ou de la prochaine qui tombera dessus au book-crossing quand je l'aurai terminée et remise sur son étagère de notre bibliothèque de la rue...


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* vous en trouverez une première version parmi les bricolagesde notre section handmande with love.
** et une carte postale exclusive pour qui nous chantera (par écrit) ce vieux tube des années 80!

Monday, October 19, 2015

Zen y el arte del cicloturismo

El pasado fin de semana, aprovechando una visita inesperada del Lorenzo, fuimos a andar por el monte. Preciosa excursión al Montcalm y la Pica d'Estats (podéis leer aquí el correspondiente post si os apetece). Pero larga, muy larga. Tan larga que a Wallis, le dolió mucho la rodilla derecha durante la bajada y después.

por suerte, uno de los escasos carriles de bici pasaba por donde nosotros...
Así que, llegado el viernes y con la rodilla aún sensible, cuando Futuna empezó a preparar mochilas para ir rápido al Carlit por el estanque del Lanoux (preciosa cara norte) antes del invierno, hubo una especie de pequeña revolución en el hogar: "¿cómo, qué? ¿pero qué dices? ¿andar otra vez? ¿con lo que me dolió? ¿serás un monstruo sin corazón? ¿pedazo de verdugo sin piedad?" etc. Bueno, la historia no fue así, pero (y creo que es más divertido así) así lo contamos... Y se llegó fácil- y pacíficamente a la decisión de hacer una ruta en bici, inspirados por un lado por el ejemplo de nuestros amados U. & L., expertos en cicloturismo de verano y por otro lado, por las andanzas con ruedas de nuestro querido (aunque muy virtualmente) Albert Sans, cuyo vidaje seguimos a distancia. Y como no, por los inolvidables paseos junto a (o más bien detrás) del hombre-máquina ciclista más diesel que conocemos, nuestro adorado M. Una ruta en bici, pues. ¡Ole! ¡Qué bien! En el fondo es lo mismo. Y en la superficie: en lugar de cargarlo todo en los hombros, cargas unas alforjas - que no dejan de ser unas especies de pequeñas mochilas cutres, cuadradas, rígidas e incómodas de llevar - que por suerte puedes sujetar de la bici en lugar de metértelas en la espalda. En fin...

primera pausa en el pueblo fantasma de Celles ; el castillo Cathare de Roquefixade en su peñon ; el inicio del Chemin des Filatiers.
La ruta, la definimos en un plis gracias al Google maps: haríamos el "Chemin des filatiers": una vía verde de 39 km que va de Lavelanet a Mirepoix, recorriendo por una antigua vía férrea el país d'Olmes (No de Sherlock. Ni de Katie), en los confines del Ariège y del Aude.

Paréntesis historicultural y fantasioso: el país d'Olmes es una zona conocida localmente por su antigua tradición textil y universalmente por su terrible, lenta y triste decadencia desde la década de los ochenta, fruto de la deslocalización de la industria del sector hacia el sureste asiático, donde la mano de obra era (y sigue siendo) más barata. Un drama social finalmente clásico en la vieja Europa - como lo ilustra, por ejemplo, cualquier película de Ken Loach -, encarnado en las grises y desconchadas fachadas de las humildes casas obreras alineadas, con una húmeda monotonía, a lo largo de las calles con nombres de pájaros que dejaron de cantar años atrás (a veces Futuna tiene eso de exagerar en lo dramático). Desempleo, deflación, depresión, tabaquismo, alcoholismo, éxodo rural... A ver, el país de Olmes también nos dio un portero de Copa del Mundo de primera, calvo y mítico. Y unos castillos de los Cátaros. Y creo que no me dejé nada de interés ya...

cicloturismo de alto riesgo: superando la terrible subida de Nalzen para luego adentrarse hacia el centro de la tierra!
Para llegar a Lavelanet, nos esperaban nada menos que 30 km de carreteras secundarias, bonitas y soleadas. "Para calentar motores", nos dijimos...  La idea era acampar cerca de Mirepoix, después de unos muy honestos 70 kilómetros, para cerrar el circuito al día siguiente, remontando el valle de la Ariège unos 55 kilómetros hasta nuestro querido hogar. Dos días, un poco más de 120 kilómetros con desnivel muy moderado y todo el chiringuito en las alforjas: tienda, esterillas, sacos gordos, estufa, cantina, comida, ropa de abrigo, agua, calzoncillos de recambio... bueno, lo clásico. Gracias a la Xtracycle, fue fácil cargarlo todo y ni nos dio demasiado miedo, a pesar de que se trataba de nuestra primera salida. Bueno, Wallis era la veterana aquí, ya que en su tierna juventud, había hecho cicloturismo. Pero al parecer, había sido eso muy a lo hippie de San Pedro: por caminos costeros, con cestos de mimbre, pareos y fruta fresca, y mucha playa al ritmo de 12 o 15 kilómetros por día, lo justo para secar el bañador entre chapuzón y chapuzón... o así lo cuenta (bueno, realmente no lo cuenta así en absoluto, pero "nos" parece más divertido).

yuhuuu! el juego de las 7 tipos, ¿sabrás encontrarlas todas?
Hacía un frío del copón al sol cuando arrancamos, con las campanadas de las once de la mañana, abrigados como los de la peli Everest. El primer tramo fue realmente sin historias - llano y tranquilo - excepto UNA subida fácil para llegar al pueblo de Nalzen, donde nos tomamos un sucedáneo de café con leche acompañado de fougasse aux olives y queso, para celebrar que solo quedaba bajar! Llegamos a Lavelanet en algo menos de dos horas en total, contentos y frescos todavía. Curiosamente, por eso de la depresión y estas cosas que contamos antes, mientras uno cruza Lavelanet, parece que los colores se van desaturando poco a poco. Como si el gris fuera una especie de enfermedad de piel indolente e insidiosa cuya progresión pasa desapercibida... Hasta que de repente, mirándote en un charco de agua, ¡te ves casi casi en blanco y negro! Este curioso fenómeno se va potenciando a medida que pasa uno tiempo en el País d'Olmes, como ocurre con el agua y la bolsa de té, solo que al revés. Y a diferencia de los espíritus o los vampiros, esto no desaparece en las imágenes fotográficas, como a continuación podrán apreciar... - efecto de gritos fantasmagóricos. Muy bien. Sacando nuevamente nuestros providenciales guantes, gorros, "buffs" y abrigos de invierno, emprendimos sin tardar el Chemin des Filatiers.

Futuna por el chemin des filatiers, en el país d'Olmes ; Wallis por el chemin des filatiers, en el país d'Olmes.
Si bien es llana, la vía verde a menudo se encuentra cubierta de hojarasca (¡qué liiiindo!), de gravilla (¡qué desagradaaaable!), o de arena (¡qué duuuuuuro!), así que pedaleas a muerte, haces fuerza mucho, te cansas bastante y avanzas poco. Pasamos por los parajes del lago de Montbel, una de las Mecas del turismo de ocio en Ariège (hace 25 años) y resistimos al canto de sus sirenas para, al menos, llegar a Chalabre antes de comer. Fue sorprendente ver como esos últimos seis kilómetros de la - por entonces bien avanzada - mañana se nos hicieron eternos, y sentir con que felicidad abandonamos los perfilados sillines de plástico por un austero banco de piedra medieval en el viejo mercado cubierto del bonito y concurrido (??) pueblo audense. Pan, queso, salsichón y café con leche y chocolate hicieron allí un verdadero milagro. Y si la estancia en Chalabre acabó con nuestros colores, un buen trago de vino tinto nos regaló unas brillantes y muy claras visiones psicodélicas de caballos y caballeros sacados de un remoto pasado... Le faugères Mas Olivier es definitivamente un vino recomendable, rico y a buen precio!

Wallis en la puerta de los infiernos ; al llegar a Chalabre ; premio en la pausa picnic ; la procesión va por... el centro-pueblo.
¡Fantástico! Una vez desaparecidos los de la mesa romboide, también nos subimos a la respectiva montura para terminar el tramo que quedaba del chemin des filatiers, es decir, el que nos llevaría a Mirepoix pasando por Camon y Lagarde. Cuanto más bajaba el sol, más frío hacía otra vez. La perspectiva de cocinar en el viento del anochecer y pasar una larga noche de tienda con esterillas y sacos, por algún prado húmedo con olor a vaca, nos preocupaba menos - al final - que la de despertarnos en el rocío helado, desayunar a la sombra y empezar a pedalear con los cuerpos encogidos por el frío, sufriendo en silencio hasta que el sol nos despertara a eso de las doce o incluso la una...

los protagonistas, mimetizados ya en su entorno: en cincuenta sombras de gris.
La conclusión que nos iba resonando en las cabezas (cada uno con la suya, eh! aunque con sorprendente conexión) era la siguiente: "estamos a mediados de octubre, el verano ya pasó y lo que no pudimos hacer en julio y agosto, lamentablemente tampoco lo vamos a recuperar ahora; hay que ser gilipuertas para meterse con las bicis en este rincón perdido del piemonte pirenaico y pensar que será bonito y cómodo". Realmente, bonito lo fue. Pero cómodo... Y poco a poco, cada uno por su cuenta, empezamos a imaginar en apurar el día al máximo, pasar Mirepoix de largo y cubrir de un tirón los siguientes 25 kilómetros, no hasta Varilhes (que quedaba más lejos pero en el trayecto de nuestro hipotético día dos), sino hasta Pamiers, donde podríamos pillar uno de los últimos trenes del día con rumbo a Latour-de-Carol y aterrizar a nuestro querido hogar para devorar una cena y pegarnos una ducha, ambas calientes y con sabor a gloria!

Una vez metida en la respectiva cabeza semejante idea, ya no hay vuelta atrás Como mucho, el orgullo individual hace que ninguno de los dos quiere ser el/la que primero suelta la propuesta, haciendo muestra de lo que se podría interpretar - en su contra - como debilidad, o peor: fofismo! Entonces, el/la otro/a le podría contestar: "- Bueeeeno, yo estoy muy bien y me apetecía bastante dormir así a la intemperie y estas cosas. Pero si estás cansado/a, con frío y miedo metidos en el cuerpo, pues... daaaaaale! Volvamos a casa, que lo necesitas...". Por la mayor suerte de todos, llega bastante rápido, este punto en el que el ego se queda apagado y una voz tímida se arriesga a decir: "- ¿Y si? ... - ¡Claro que sí! Me parece una gran idea, vamos pa' casa ya!". Y listo. Dicha la misa, amén y la puerta está por aquí. Solo nos faltó algo de Bach en el gran órgano celestial para enterinar el trato...

otra vez cruzando puentes ; instantáneo en pleno chemin des Filatiers ; naturaleza salvaje bajo el sol del mediodía.
Y así, entrando en Mirepoix pasadas las seis y con una última hora de luz por delante, nos lanzamos sin descanso a la transitada D119, con la firme intención de llegar a Pamiers... Apenas nos tomamos los cinco minutos obligatorios para admirar les couverts médiévaux et leurs touristes en terrasse. Un espectáculo typico del pequeño pero cotisado pueblo ariégeois... El nivel de cansancio era ya honestamente patente (y considerable), teniendo en cuenta los 30+40 kilómetros que teníamos en las piernas y los cuerpitos (y en el trasero!), la carga de las bicis y la falta de entrenamiento (para los protagonistas de esta aventura épica, "ir en bici" significaba básicamente "ir a comprar pan" o "llevar la ropa al laundromat"). Cansancio, pues. Pero al fin y al cabo, lo peor de este tramo fue la naturaleza del terreno: una carretera principal y más transitada que todo lo que habíamos visto a lo largo del día. Y al anochecer!

Cultivándonos en el trayecto ; luego en la medieval y concurrida Mirepoix, joya turística de l'Ariège del levante.
Hubo mucho tráfico por allí entre las seis y las ocho: gente cansada y rallada por su largo día, turistas volviendo a sus B&Bs con ganas de una cerveza con chips, camiones, tractores y máquinas agrícolas varias, motos... Teníamos cascos, eso sí, pero luces no: ¿quien iba a imaginar que terminaríamos a la noche? Futuna sufría como una mala cosa. Wallis sentía hasta el último detalle de la orografía de su isquion. Íbamos el uno pegado al otro como en los tramos con viento del Tour. Los frontales atados detrás de las bicis hicieron el papel bastante digno, aunque nos pitaban en ráfaga, adelantándonos en la larga recta entre el aeródromo de Les Pujols y la entrada de Pamiers. Llegamos allí a las 19:43, cansados y con las entrepiernas doliendo no: lo siguiente. Por muy poco nos perdimos el primer tren y nos tocó esperar hasta la 20:50.

En resumen y en color: el bonito circuito, el plan inicial y... la paliza real!
El corto tramo entre la estación de llegada y nuestra amada madriguera fue corto pero encantado por sueños de pizzas del Dr. Höetker y fantasías casi eróticas de sopas de sobre Kñorr. Ducha, cena, equipajes abandonados por el suelo de la cocina y a las 22:15, en la cama, fritos y felices, apagando luces y llamándolo a day (en spanglés en el texto)!

O sea, y a modo de conclusión: en lugar de 125 kilómetros en dos días, objetivo razonable y muy decente para unos novatos con carga y sin entrenamiento (o eso es lo queremos escuchar, por lo menos), terminamos haciendo un poco menos de 100 kilómetros en un día (y unos treinta más en tren, que no cuentan, pero casi que sí, a estas alturas!), saliendo de casa a las once de la mañana y volviendo a las... diez de la noche! Lo más desagradable de la experiencia? Cuando el dolor en la entrepierna se suma al frío, aún está bien. Lo más desagradable de la experiencia, pues? Cuando el dolor en la entrepierna se hace tan intenso que borra la sensación de frío en el resto de cuerpo... Lo más agradable de la experiencia? Prácticamente todo lo demás: el paisaje, el aire, el hecho de moverse estando casi sentado y lo poco que cansa, al final, andar en bici. Y el ritmo al que se mueve uno, que es intermedio entre ir a pie e ir en moto, con las ventajas de los dos y casi ningún inconveniente. Excepto por el dolor en la entrepierna - vale la pena decirlo para acabar con estas cuestiones prácticas.

Chalabre en la hora de la siesta, ilustrando como pocas veces los versos de J.M. de Heredia:
"Où le feuillage épais tamise un jour pareil, Au velours sombre et doux des mousses d'émeraude".
Entonces, se preguntarán algunos: el fin de semana que viene, ¿qué haremos? Pues yo diría que nos iremos a escalar, o cuidaremos del huerto, o nos dedicaremos a escribir unos varios posts que se retrasaron en los últimos dos meses, mientras nos zampamos pizzas del Dr. Höetker y sopas de sobre Kñorr...