Nos quedamos estos días en una casa de madera algo destartalada -los muros exteriores, el suelo, los troncos de los árboles: todos estaban cubiertos de moho. Era un apartamento en el primer piso de un grupito de casas de ladrillo y madera, muy cerca de
Alexander iela, una calle ancha y muy activa que baja directa al centro. Por acá iban y venían un montón de autobuses anticuados, con un zumbido entrecortado por la sacudida de los adoquines y pasada la esquina, el reino del tranvía. Con el cansancio y la lluvia que nos recibió nada más bajar del autobús, el primer día nos pareció todo un poco triste.
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tranvía, adoquines, edificios y demás vestigios en pasado anterior... |
Pero al volver a salir de casa de V. y R., la pareja de Couchsurfers que nos acogía, el sol reapareció e iluminó las cosas de la calle con una luz de atardecer precioso - a eso de las seis o las siete, es decir, atardecer de las altas latitudes - y todo cambió de golpe. O mejor dicho, todo recobró repentinamente el color y la vida. Aún así, pasar por Riga en agosto es como pasar por Barcelona el día que nieva en años: representa poco del tiempo cotidiano del lugar. Por el barrio de estos chicos, todo parecía empezar a florecer. Algunos bares, algunas tiendas -todos al estilo
hipster, un poco como lo que ha proliferado en Berlín o Barcelona. Era esta estética despreocupada, hasta infantil y con mensajes sin duda elaborados, pero que podrían encajar perfectamente en cualquier lugar, porque están totalmente desconectados de la historia y de la cultura locales. Habló Eduardo Galeano de como la globalización capitalista se comió las identidades de los lugares y los pueblos -al igual que lo hizo la ocupación soviética aquí o en Asia central. Las calles en cuadrícula, bastante anchas y luminosas, pero a menudo desoladas, daban una impresión parecida al Berlín de principio de los 2000, aunque con menos vegetación. Muchos de los edificios de Riga que se alineaban a lo largo de esas calles debían ser relativamente recientes: viejos pero no tanto como para que alguien o algún gobierno hubiera decidido restaurarlos -ni siquiera mantenerlos. Hasta daba la sensación que unos cuantos habían sido abandonados y luego re-ocupados después de una década o más. Algunos, incluso, se habían quedado aquí en medio, estando directamente hechos cenizas: el tristemente famoso efecto Pompeya...
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En Francia, el anuncio decía "Seb, c'est bien". Aquí, Seb tiene aires constructivistas. |
Y es que, en todas partes estaba muy presente el recuerdo de la ocupación rusa. A pesar de que más de la mitad de la población habla ruso, cuando Letonia organizó hace unos años un referéndum para la inclusión del ruso como lengua co-oficial, una enorme mayoría de la gente votó por el No. Los 90 resonaban aún muy fuerte en la memoria del país: alguien nacidos en los ochenta salió de la URSS con diez o doce años, y excepto los nacidos a las puertas del siglo XXI, todos deben tener muy presente la asfixia de la ocupación. Bueno, todos los que se quedaron, porque parece ser que los flujos migratorios han sido importantes también: con el inicio de la época soviética y con su fin, con la política de desplazar poblaciones, o más recientemente, con la crisis financiera del 2008, el pequeño país por poco se queda desierto.
Interregnum. Asfixia cultural.
Por lo visto, la ocupación rusa representó para los letones una forma de aniquilación silenciosa de la que no quieren guardar más recuerdo que el necesario para evitar que algo así les vuelva a pasar.
Hay en Riga varias plazas, monumentos o estatuas en lugares públicos por la paz y por las personas que murieron en las sucesivas revoluciones en contra de la ocupación por otros.
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de los efectos del sol y del color sobre la experiencia del peatón a pie de calle: el caso Wallis. Un(t)raveling et al. ; 2016. |
A los pocos minutos de salir de casa, entramos por casualidad en un supermercado Rimi donde compramos unas bolas de carne deliciosas, con especias varias como eneldo y otras que ni reconocimos. En otros Rimis de los otros muchos que tiene la ciudad, no volvimos a encontrar nunca una sección tan exuberante de comidas preparadas, ni una señora tan amable para servírnoslas (y lamentablemente, tampoco supimos volver a encontrar este Rimi en particular).
Tant pis... Nos refugiamos en un café durante un ataque de lluvia de estos cortos pero convencidos y al volver a casa, encontramos a V. y R. listos para ir a pasear el perro, caminata aperitiva y pretexto para charlar un poco de la ciudad, del barrio, del pasado, del presente y del futuro... Cocinamos (verduras) en casa, cenamos juntos y todos cansados y con grandes planes para el día siguiente, nos fuimos a dormir bastante temprano... Fue una noche fresca, de estas en las que se está a gusto calentito en el saco de plumas, pero dejando la ventana abierta para disfrutar del contraste sacando un brazo del saco de vez en cuando...
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llegada matutina al mercado central, buscando el pescado desesperadamente... |
Aunque no habíamos conseguido librarnos de la lluvia hasta la tarde, el día siguiente fue precioso desde buena mañana unas muy artísticas pero amenazadoras nubes avanzaban desde el este. Tenían un poco la pinta de esos
cumulonimbos de verano que aunque no hagan saltar tormentas sueltan agua por allí donde pasan de lo pesados que son. En fin, aún así tuvimos casi todo el día para pasear por el centro y a lo largo del río Daugava. Empezamos el paseo temprano, acercándonos a lo que parecía el mercado: un mercado enorme, uno de los más grandes y antiguos de Europa por lo visto. Desayunamos allí donde vimos viejos desayunando y al rato de estar sentados, con las campanadas de las nueve, entraron varios grupos de turistas en avalancha detrás de su respectivo guía. Entre otros grupos, identificamos a unos italianos que, perdón por el
cliché, se tiraron a las paradas de quesos frescos, probando la
ricotta letona con ansiedad y llevándose alguna muestra, todo eran caras de satisfacción... Intentamos escapar de la manada anglo-latino-germano-hablante, esquivándola entre las paradas de setas y frutas del bosque y dirigiéndonos más hacia el sur, donde esperábamos encontrar -porque tenía que haberlo en alguna parte- el pabellón del pescado. Lo encontramos al final, en la última nave (gigantesca) de lo que había sido anteriormente un hangar para
zeppelins: ¡y qué espectáculo! Ahumado, secado, salado, aporreado, marinado... en general poco pescado fresco, pero nunca habíamos visto tantos pescados conservados de tantas maneras distintas y en tan poco espacio.
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voici des fruits, des fleurs, des feuilles et des branches ; y aquí: ¡todos los filetes de pescado salado que puedas imaginar! |
Había pescados secos hasta metidos en jarras de plástico como ramos de flores; hepato-páncreas secados de vete-a-saber-qué especie; salmón ahumado pero con más gamas, precios y calidades que el jamón ibérico en Montesierra; pescados abiertos por la mitad como momias, o como los
frangos assados en Portugal; sin hablar del abanico de colores de todas las salmueras de la creación... Era de repente haber entrado en una biblioteca de Alejandría del conocimiento ictícola: un mundo paralelo en el que toda actividad humana giraría en torno a unos inmensos laboratorios de investigación en gastrono-taxidermia ictínea. Saciados y con la mochila llena de
delikatessen para pasar el día, abandonamos el recinto del mercado y salimos al aire libre, a entregar nuestros brazos color blanco-guiri a un sol de julio, nórdico pero bastante decente ya a estas horas de la media-mañana.
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arte comprometido: gravados flamencos con alta carga ideológica. |
Paseamos un largo rato por la orilla del Daugava, un auténtico museo al aire libre. Cruzamos para llegar hasta la impresionante Biblioteca Nacional, donde una exposición temporal de pintores flamencos aprovechaba la oportunidad para dar las gracias al mecenas alemán que había regalado los gravados y para recordar cuánto de europea era Riga antes de la ocupación y cuán importante era para Letonia poder reivindicar y recuperar poco a poco -paso a paso- esta cultura europea. No que nos pareciera fuera de lugar la reivindicación, en absoluto. Al contrario, este grito tan profundo y tan dolido surgiendo en el folleto de una inocente y poco comprometida exposición de gravados naturalistas flamencos, de forma tan sutil e irresistible, nos estremeció. Resultaba impactante esta necesidad de reafirmar su pertenencia histórica, política, social y cultural a una Europa que, muy cómodamente, había apartado la mirada y se había olvidado durante treinta años de todo lo que le quedaba "al otro lado del muro". Como si siempre hubiesen sido pueblos lejanos, distantes y sin vínculos con ella. La misma Europa* que, muy cómodamente, aparta la mirada y planta cercas de alambrado para no tener que asumir las consecuencias de las guerras y tragedias que siembra por doquier. Para no tener que asumir sus responsabilidades. Para no tener que estar a la altura de la historia, a la altura de la imagen que pretende vender, a la altura de las lecciones que quiere dar.
Volvimos a cruzar el río y solo al toparnos con ellos de nuevo y en masa, en las callejuelas detrás del museo de la ocupación, nos dimos cuenta de que los turistas no se aventuraban mucho por la orilla izquierda. Fue llegar al casco antiguo, todo rebosante de productos de consumo ready-made y de cultura global desechable, y no poder andar sin darnos con los codos en mochilitas o conos de helado. Solo entonces, entendimos que Riga había entrado ya en la fase crónica de la enfermedad que se llevó por delante a ciudades como París, Barcelona, Roma y tantas otras antes. Tiendas, restaurantes y servicios para turistas; buses, guías y visitas para turistas; bicis, segways y patinetes para turistas; atracciones a medida para turistas, galerías de arte para turistas, folclore disecado para turistas. Solo que aquí, el puñado de monumentos emblemáticos reproducidos ad nauseam en todos los soportes habituales aún no habían perdido su carácter real, tangible. Aún mantenían firme su anclaje en el adoquinado de la ciudad. Fuimos a consumir nuestro botín de mercado, a escribir una primera tanda de postales y hacer una mini-siesta en un banco de otro parque, ya que el primero por el que pas(e)amos -con un cierto parecido al des Buttes-Chaumont- estaba muy lleno de gente...
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