Tuesday, October 19, 2010

avant la lettre - versión original con voz en off (4/4)

de madrugada.

Vuelven a llamar de la compañía de seguro y nos confirman tu repatriación: la avioneta sanitaria saldrá de Las Palmas con rumbo al aeropuerto de Nuadibú en cuanto tengan listo piloto, copiloto y bombero acompañante. Nos llamarán enseguida para confirmar tu destino y tu identidad, con fin de avisar el aeropuerto y preparar la documentación.
la playa delante del mercado central de pescado en Nuakchott, Mauritania.
Dentro de un par de horas como mucho el avión despegará, teniendo unas dos horas y medio de trayecto. Tu evacuación podría hacerse sobre las siete u ocho de la mañana. Doy las gracias, cuelgo y te lo cuento todo. Entonces, suspiras y dices con voz de resignación que ahora te toca esperar. Nos pides que te ayudemos a mover las almohadas para que puedas descansar un poco entre todo el estrés de la noche y todo lo que te queda por delante. Luego, el doctor se despide. Te dice que se llama Dr. Muhammed Ali. Te abraza, deseándote suerte y una pronta recuperación. No puedo evitar pensar en algún homónimo suyo que no te hubiese tratado con tanta delicadeza y la idea me hace sonreír. Me despido del doctor Ali y le acompaño hasta su coche, delante del hotel. Justo antes de que salga de tu habitación, me pides que vuelva antes de irme a dormir para hacerte la maleta. Con una mano, no puedes y además, te sientes muy cansado. La noche está tibia y vibra del zumbido de los insectos que vuelan, ciegos, en los focos del enorme cartel turquesa y lila. En las tres horas siguientes, me quedo en mi habitación y consigo dormir un poco.

A las siete, me llaman: primero de la Embajada y luego, del Ministerio: ambos para explicarme que me voy a quedar y terminar el curso. Cuando contesto que eres tú el experto y que solo soy tu intérprete, me opinan que escuché el curso entero una vez, además de haber traducido todos los soportes, así que lo debo poder impartir sin demasiado problema. Que igualmente, no está previsto que me suba contigo en la avioneta sanitaria, que no han tramitado ningún tipo de permiso para mi y que los alumnos del curso no tardarán mucho en llegar. Que al fin y al cabo, es importante para la cooperación entre ambos países y para las relaciones diplomáticas en general. Que es preferible cumplir con los objetivos y con la palabra. Escucho con un oído cansado, hasta que acaben. Te vienen a buscar los de la Guardia Civil y te llevan al aeropuerto. Apenas nos despedimos. Pareces un poco incómodo cuando te enteras de que yo me quedo atrás para terminar tu curso. Me deseas suerte, no te contesto y se te llevan.


los pescadores llegan tras un día o dos fuera en sus barcas, en el Atlántico.
Ahora estoy tomando mi desayuno sentado en la barra del salón del hotel. Estoy solo. Me siento cansado. Mi espalda está tiesa, dolida y mi cuerpo todo arrugado en la ropa de ayer. Entonces, pienso en todo lo que uno tiene que escuchar, a veces. Ahora, ya no escucho nada. Solo silencio. El hotel está vacío. No escucho nada alrededor. Cierro los ojos, escucho más y más. Intento captar algún sonido. Exploro el silencio, buscando voces. Nada. Ni el televisor de la recepción. Me están regalando silencio: una tregua. Una pausa que pienso disfrutar. Me quedo un rato con los ojos cerrados para adentrarme en este silencio y recuerdo entonces un supuesto dicho de los indios norteamericanos: “No es casualidad, dicen, si tenemos dos oídos y solo una boca”.

Al cabo de nada, parece que unos pocos minutos, tal vez un segundo, van entrando los alumnos del curso. Solo se les tengo que explicar a los dos primeros. Enseguida, reciben a sus colegas y les comentan todo directamente. Así, me puedo quedar en un rincón mientras hablan y lo comentan todo. Hablan mucho: sobre todo, se preocupan mucho por ti. Me vienen uno por uno a decir cuánto lo sienten y me piden que te mande saludos y deseos de su parte a todos.
la playa al llegar el pescado fresco, Nuakchott, Mauritania.
Están conmovidos. Insh Allah, no tardarán en atenderte bien. Insh Allah, te recuperarás pronto. Insh Allah, en breve no quedará más que un recuerdo lejano y borroso, como una pesadilla. En cambio, yo no siento nada. Solo cansancio y el alivio de saberte lejos. ¿Tendrá algo que ver con el zumbido constante de tu voz en off que ya se apagó? Se están instalando para empezar con el curso. Me preparo también para empezar a hablar. Llevo mucho sin hablar. Escuchando a otros que hablan. Procuro centrarme en el tema. Repasar mentalmente estos conceptos sobre las técnicas de auditoría en seguridad alimentaria de los productos de exportación de la pesca y la piscicultura. Intento ordenar en mi cabeza cansada tus anécdotas divertidas, tus casos prácticos, tus viejos trucos de viejo experto. Pero me está costando: no paran de volver a mis oídos las frases que escuché en tu boca en estas últimas diez o doce horas. Y en estos días en general. El zumbido de la queja egocéntrica, del prejuicio aplastante. El zumbido del racismo condescendiente, del paternalismo neo-colonial, del machismo degradante. Pienso en muchas cosas que dijiste, en muchas cosas que escuché. Que tuve que escuchar. Que hubiera podido ahorrarme. Que hubieras podido quedarte para ti. Y entre todas estas cosas que salieron de tu boca, me doy cuenta con asombro que nunca te escuché dándole las gracias a nadie. En ningún momento. Ni una sola vez. No te escuché diciendo gracias una sola vez.

Y me pregunto: ¿cómo sonara esta palabra en tu boca? ¿con tu voz?
¿Qué sensación dará escucharla y traducirla, o recibirla y quedármela?

el mercado de pescado, un día cualquiera: la mercancía pasa directamente del agua fría a los barcos a las paradas - Nuakchott, Mauritania.


- Epilogo (Un(t)raveling, mayo 2016) -

Los hechos contados aquí son tristemente auténticos y reales. Aunque reflejan mi percepción y mi perspectiva, procuré no exagerar, ni añadí nada que no fuera verdad. Empecé a escribir "versión original con voz en off" en un cuaderno en Canarias, durante las dos semanas de vacaciones que me tomé después de terminar con el curso. No fui a verle ("a verte" diría) en el hospital de Las Palmas, ni he vuelto a saber nada de él ("de ti") desde entonces. Cuando la empresa que nos mandó allí me contactó y empezó a reclamar que volviera de una vez y acudiera a sus oficinas de Barcelona, no me imaginé lo que me esperaba. Imaginé unas flores, una sonrisa, la palabra mágica...
Evidentemente, él estaba ("estabas") de baja médica, con lo que me exigieron que redactase el borrador del informe sobre el curso y el proyecto, para que se lo pudieran entregar al entonces MARM (ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino, hoy en día MAGRAMA). Con un cabestrillo en el hombro, el experto no podía ("no podías") usar un ordenador! Casi tres meses después de los hechos, todavía no me habían ingresado un solo euro por la misión. Al día de hoy, casi seis años después, me queda una factura de Movistar de 535 euros en llamadas internacionales desde Mauritania (y hacia números especiales) que "no pudieron" reembolsarme: teníamos un teléfono de empresa - de prepago - que no pudimos recargar desde allí, con lo que usé el mío propio; de mi propia iniciativa y sin pedirles la opinión antes, como bien argumentaron después. Mi relación con la empresa terminó entonces, cuando me despedí con palabras (un poco) definitivas. Ellos se quedaron tan anchos en el papel de las víctimas ofendidas y con que era un impresentable obsesionado por cobrar, además de un histérico maleducado...
"Lo que no mata engorda", dicen. Digo yo que haberme cruzado con la mirada esa, tan vivida, del Dr. Muhammed Ali lo valía. ¡Gracias a usted doctor, por acompañarme desde entonces y gracias a ustedes, por seguirme hasta aquí!

Monday, October 18, 2010

avant la lettre - versión original con voz en off (3/4)

esta noche.

Veinte minutos después de la llamada del doctor, se presenta en la puerta de tu habitación el cirujano ruso. Es increíble cómo, nada más verlo, queda claro que es ruso y cirujano. No podría ser otra cosa que ruso y cirujano. Le pega el papel. Mucho. Debe medir sus dos metros. De hombros y brazos, es enorme. Tanto, que pasar la puerta le va a costar. De perfil, a lo mejor sí que entrará. Los botones de su camisa parecen aguantar una presión fenomenal a la altura del torso. Si dobla los brazos, las mangas de su camisa reventarán. Su muñeca tiene el diámetro de mi muslo.
el puerto pesquero de Nuadibú, Mauritania: por si se esperaban rastreadores...
Cuando coge mi mano en la suya para saludarme, noto con claridad todos mis carpos, metacarpos y demás huesitos de nombres y formas inverosímiles, crujir como si alguien hubiese pisado una bolsa de patatas fritas. Es enorme. Es un oso. Un grizzli. Pero muy sonriente, eso sí. Un grizzli bondadoso. Debe rozar los cuarenta años. Puede que menos incluso. Tiene el pelo muy corto, un rubio casi blanco. Y unos ojos azules minúsculos que desaparecen cuando sonríe. Ocupa la mitad de la habitación y agita los brazos mientras habla. Parece que se va a cargar el techo o una pared en cualquier momento. Se expresa en un francés aproximativo con fuerte acento. Pero comunica con todo su cuerpo e irradia bondad. Después de habernos dicho cuatro cosas y haberse reído mucho de la situación, se acerca a ti. Te sonríe mientras te observa. Te acaricia la cabeza hablándote en ruso con una voz muy tierna. Te tranquiliza. Mira tus radios y toca tu hombro medio segundo con su enorme mano de oso. Te sonríe más aun. No tienes nada: una simple dislocación anterior de la cabeza del húmero. Te lo va a arreglar aquí y ahora. Y como coge tu brazo en una mano y coloca la otra en tu pecho, empiezas a chillar y a saltar en la cama como un poseído. Él se pone a reír.

Nuevamente, te sonríe, te habla tiernamente en ruso – como le habla un padre a su hijo después de su primera caída de bici. Vuelve a acariciarte la cabeza. Al cabo de un rato, lentamente, sus manos se desplazan hacia tu brazo y tu hombro, sin que deje de hablarte ni de sonreírte. Vuelves a gritar y te echas hacia el otro lado de la cama, como para escaparte. En el fondo, es una escena muy cómica: gritas que él no te toque, que no quieres que te toque, que te tienen que evacuar, que te saquemos de aquí, que le digamos de soltarte de una vez! Te escucho pero no se lo traduzco. Por primera vez, me rebelo y no traduzco. Miro como él vuelve a repetir dos o tres veces la misma maniobra contigo, sin perder nada de su sonrisa ni de su ternura.
toneladas de Sardinella recién pescada, destinada al mercado ruso y polaco.
Y mientras observo, me pregunto qué vida debe haber tenido un cirujano ruso de poco más de cuarenta años para estar oficiando en un hospital militar en Nuadibú, Mauritania. Pienso en las cirugías que debe haber practicado aquí, con sangre y bisturí, quizás con un trago de vodka como sólo anestésico. Me pregunto qué vida debe haber tenido para tener tanta ternura, tanta paciencia para ti. Después del tercer intento, el cirujano ruso capitula. Has podido con él, como pudiste con los demás. Sin dejar de sonreír, te desea suerte, nos desea suerte y se despide. Te quejas mucho de lo que él pretendía hacer contigo, ¡con nuestra complicidad! Te quejas de la desgracia en la que te encuentras; de la vergüenza que son las compañías de seguros que te cobran sus servicios durante años sin que te pase nada y que, el único día en que las necesitas, no mueven un dedo para ti. Te quejas del hambre, de la sed, del calor, del dolor. Escucho todo eso y al mismo tiempo, con el otro oído, escucho músicas de espera de las hotlines de asistencia en el extranjero de las dos compañías competentes, en los dos móviles a la vez.

El doctor se sienta a tu lado en el borde de la cama. Te sonríe, te acaricia la cara, te habla. Lo miro detenidamente mientras hablo por teléfono. Es muy mayor, lleva mucha vida encima. En los hombros, en los ojos. Miro su mirada vivida, las arrugas de su cara, las manchas de su piel, el blanco de su pelo. Es un ser muy bello. Sus ojos se cierran cuando te sonríe, se humedecen cuando acaricia tu pelo. Él también está siendo padre contigo: te dice que te relajes, que es una cuestión de tiempo ahora pero que irán a buscarte, que te llevarán a Canarias y cuidarán de ti. Te dice que no pasa nada. Lloras mucho y le hablas del dolor insoportable. Te dice de pensar en la gente que vive en guerra, en los refugiados, los heridos por bala, por minas, por bombas de racimo. Te dice que otros pierden una mano, una pierna. Que mujeres pierden a su bebé, que bebés pierden a su madre. Que todo es muy relativo. Le dices que seguramente sea cierto, pero que a ti te duele aquí y ahora. Que te duele mucho y que no puede ser que te dejen aquí y no te hagan caso. Te escucho decir que es indigno tratar así a un ser humano. Cuando cuelgo la segunda llamada, escucho al doctor que te explica todo estas cosas con paciencia y le admiro.
más escenas callejeras: burbuja inmobiliaria, caos y maltrato animal.
Le admiro porque me cuesta entender de dónde saca la compasión, la empatía y el amor para sonreírte y acariciarte. Me conmueven su belleza, su humanidad. No puedo evitar de contrastarlas con mi impaciencia, con la rabia que me provoca tu falta de compostura, de consideración por todo lo que te rodea, por todo lo que cada uno está haciendo por ti, a pesar de sus respectivas circunstancias.

Y de repente, hay noticias: al final, conseguí algo de una de las compañías. Tuve que amenazar un poco a la médica de la central de atención telefónica, dejándole entender que si seguía rechazando una evacuación, le haríamos responsable personalmente de cualquier cosa que pudiera ocurrir contigo aquí. Tuve que pedirle el número de colegiada, invocar su responsabilidad profesional y a su juramento hipocrático para conseguir asustarle un poco, ¡pobrecilla! No tenía nada de ganas de amenazarle - tampoco lo hice por ti, que lo sepas. Egoistamente, lo hice por mi: estoy tan harto de escucharte. Quiero deshacerme de ti, a cualquier precio. Que te vayas ya. Quiero silencio. Cuando te digo que van a organizar tu evacuación hacia Las Palmas con una avioneta sanitaria y que me volverán a llamar en cuanto esté todo confirmado, no dices nada. No expresas nada. Tienes mala cara y te sigues quejando de la almohada, del aire acondicionado que gotea y de los analgésicos que te dan nausea. Durante los veinte minutos que tardan en volver a llamar, te tranquilizas poco a poco. Te quedas callado un rato con los ojos cerrados y tus gemidos indolentes se pierden en el zumbido del ventilador. Sentado en el sillón a mi lado, el doctor me habla en voz bajita, me cuenta un poco de su vida. Una vez más, aunque con gusto por ahora, escucho.

a las afueras de Nuakchott, llegando al beach resort para expatriados.
Escucho que él es Saharaui; que nació en Sahara Occidental cuando era colonia española. Escucho como se fue a Cuba en los años sesenta para estudiar la carrera de medicina; como al volver, entró directamente en el campo de refugiados allí, en la frontera con Argelia; como estuvo viviendo y trabajando allí catorce años. Sus ojos me buscan por encima de sus pequeñas gafas. Me cuenta como en catorce años, vio morir a mucha gente; como hizo todo lo posible para que no murieran; como todo lo posible era muy poco allí; como muchos murieron y como los que sobrevivieron, tan solo fue para seguir sufriendo un poco más. Me cuenta como la regla del juego es otra allí y le digo que sí, me lo imagino. Entonces busca mis ojos otra vez por encima de las gafas y me dice: "no, hijo, no lo puedes imaginar". Aunque me dice esto con mucho amor, me siento muy niño y muy ingenuo en este momento. Tan criminalmente niño e ingenuo. Este hombre viejo y cansado es el mismo que, durante toda la noche, ha demostrado contigo una paciencia y una compasión incondicionales. Es el mismo que te ha escuchado quejarte y te ha acariciado la cara, mientras no veías nada que no pasara por delante de la minúscula ventana de tu perspectiva, nada que no fuera tu pequeña preocupación mezquina por ti mismo… Cuando él se reclina un poco más en el sillón, cierra los ojos y se duerme finalmente, me pongo a llorar en silencio.

imagen en forma de alegoría: arena, basura, muros desconchados y reivindicaciones misteriosas.

Sunday, October 17, 2010

avant la lettre - versión original con voz en off (2/4)

 hoy.

Eso fue ayer. Hace nada, unas horas más escuchándote y repitiéndolo todo: sin filtro, sin opinión, sin omisión. Ahora anochece otra vez y acabas de salir para volver a cenar al mismo gallego de ayer. A tan solo cien metros del hotel, en la oscuridad, te espera un charco de arena húmeda. Al pisarlo sin fijarte, resbalas y te caes al suelo.
¿habrá algo de conciencia de clase a pie de calle? parece ser que no.
Primero, caes de rodillas y enseguida te pones de pie, insultando a todo el Reino de los Cielos antes de volver a caerte en un movimiento cómico (no sabría decir porque, pero resultó poco natural, como muy forzado. Debo confesarte que pensé por un momento que lo hacías a propósito), exactamente en el mismo sitio, todo estirado esta vez. Insultas otra vez más a todo aquello de Arriba, apoyándote en tu brazo en un intento para quedarte sentado. Es entonces cuando te vuelves a caer por tercera vez y empiezas a gritar mucho más. Ya no insultas al Creador ni a su plantilla de alados asistentes. Sencillamente, gritas. Como vengo haciendo hace diez días, te escucho. El tiempo de abandonar mi papel de oyente-espectador para entrar en la realidad y acercarme, ya te has puesto de pie. Gimes e insultas a toda la Santa Trinidad otra vez, el hombro derecho cogido con tu mano izquierda. Tienes una cara terrible. Entre gritos, gemidos y blasfemias, me comunicas que te duele muchísimo el hombro, que el dolor es intolerable, que seguramente esté roto o dislocado, que ya tuviste una lesión en el mismo sitio hace veinte años, que la situación es, básicamente, catastrófica. Tomas aire un instante y sigues explicándome que se acabó el curso, que tienes que volver urgentemente a Barcelona para que te hagan una cirugía muy complicada del hombro y que tengo que sacarte de aquí ya mismo. Escucho todo eso, además de los gritos, gemidos y blasfemias, cuyo volumen no pareces capaz de adaptar al del resto de tu discurso. Sin duda, me estas causando lesiones irreversibles en los tímpanos. Entonces, te apoyas en mí y sin dejar de repetir todo eso una y otra vez, tratas de regresar hasta la puerta del hotel, distante de unos cien metros como mucho. Tardas un buen rato en conseguirlo pero ellos también te escucharon desde hace tiempo y ya se están preparando.

encuentros en la noche, en la puerta del hotel y en la tercera fase...
Después de instalarte encima de tu cama en tu habitación, llamo al señor Cónsul, que se pone en marcha inmediatamente, no sin antes llamar a su médico personal y al jefe de la brigada de Guardia Civil de Nuadibú, para que vengan a darte apoyo. La espera es larga y terrible, ya que sufres tanto. No sabes cómo lo aguantas. No hay palabras para eso que estas atravesando. Cuando por fin llegan, vuelves a repetir una vez más todo lo anterior, gimiendo y gritando. Ya no ladras blasfemias. Al menos el clásico tríptico del poder – bajo esta forma actualizada: político, policia y médi-cura – ha conseguido eso nada más entrar en tu habitación. El doctor personal del señor Cónsul parece muy mayor: sabio y tranquilo, un hombre de mucha paz. Te tranquiliza. Te escucha. Te sonríe y te toca. Le explicas cuanto te duele sin permitir que te toque. Chillas y te apartas cuando pone la mano en tu hombro. Le dices que no se puede hacer nada aquí, que necesitas volver a Barcelona urgentemente para una cirugía. Él te tranquiliza, te escucha, te sonríe y te toca. Le parece que tienes una 'simple' dislocación. Le parece que te van a dar algo para el dolor y que te llevaran al hospital para asegurarse de que no hay fractura y luego tomaran una decisión. Seguramente te la puedan reducir directamente aquí, in situ. Te quejas mucho del dolor y no paras de gritar mientras el jefe de la Guardia Civil, el señor Cónsul y el doctor preparan un plan. Prefieren llevarte en el coche del Consulado escoltado por la Guardia Civil, que no esperar a que manden una ambulancia que puede tardar horas. Si es que hay alguna en servicio. "- Bienvenido a África" te dice el Señor Cónsul con una sonrisa cómplice. Entonces te apoyas en su hombro y en el mío y te dejas arrastrar hasta su enorme 4x4 negro. Te sientas detrás chillando, mientras el señor Cónsul y el doctor se sientan delante. Te abrocho el cinturón y subo a tu lado en el asiento trasero.
última duna antes del océano: última oportunidad para tirar la basura.
El coche de la Guardia Civil nos escolta hacia el hospital y escucho cómo te quejas y lloriqueas todo el trayecto. No ves los fantasmas que cruzamos. Nos ves por la ventana teñida los suburbios que dejamos atrás. El panorama es asombroso. La ruina omnipresente. Te escucho preguntarle a Dios qué habrás hecho para merecer semejante desgracia.

Entras en el hospital y parece que sabes muy bien donde estás. Buscas a cualquiera que lleve bata blanca o pijama verde, evitas o adelantas a cualquiera que lleve djelaba negra o darraa azul. Con unos, reclamas, exiges, gritas y chillas. Con otros, pisas, adelantas, te cuelas y te quejas. Con dos palabras del doctor, la fila de espera delante de la sala de radiografía se desvanece. Entras y te hacen dos radios. No hay fractura, se ve claramente una dislocación anterior de la cabeza del húmero. Parece que se puede reducir sin siquiera darte anestesia. O como mucho con un sedante leve. Opinas que no puede ser, que con el dolor y lo de tu antigua lesión, no se puede. En absoluto. Explicas que tienes que regresar a Barcelona para una cirugía. Los del hospital y el doctor, también el señor Cónsul, dicen que seguramente no sea necesario. Que desde aquí se puede reducir. Pero no quieres. Insistes, chillas y gimes. Aguantas tu posición hasta que todos abandonen. Apoyado en el doctor y el señor Cónsul, te llevas tus radios, te arrastras hasta el coche y vuelves al hotel. Entré yo en el hospital a tu lado, sin entender bien donde estaba: arena y barro en los pasillos, dos camellos, unas cuantas carpas y algo que parecía un mercado. Vi a tanta gente tirada por el suelo que ni noté los azulejos blancos donde los había. Pensé un segundo que estaban en guerra o que acababa de ocurrir alguna tragedia. ¿Hace cuantos años está ocurriendo la tragedia en África? me pregunté entonces. Escuché lo que te decían y lo que les decías. Subí en el coche a tu lado y regresé al hotel contigo. Mismos fantasmas y más fantasmas por las ventanas. Mismos suburbios y más suburbios. Te dolía tanto el hombro que no pudiste ni mirar afuera…

piso en alquiler en barrio residencial, con vistas.
Estás en el hotel otra vez, encima de la cama de tu habitación. Ahora el señor Cónsul se despide: tiene una mujer y un hijo de tres años esperando en casa. Te da un abrazo con cuidado y compasión, te desea suerte con el trámite de repatriación y se va. El jefe de la Guardia Civil se despide: ya que no te vas a mover del hotel, no te hace falta la escolta. Te desea suerte con la vuelta a España y se va. Los del hotel también se despiden: ya que no te han podido ayudar hasta ahora ¿para qué se van a quedar más? Te desean suerte y alivio. Insh Allah, todo se arreglará. Sólo nos quedamos contigo el doctor y yo, para organizar tu evacuación. Tu empresa ha contratado un seguro especial a prueba de fuego para este viaje tan sensible, así que será fácil sacarte del país. Me pides que llame para que te vengan a buscar. Llamo a los de tu empresa, que también me contrataron a mí como intérprete. Te escuchan chillar desde Barcelona y se asustan. Me piden que llame a la compañía de seguros sin tardar para arreglarlo todo con ellos. Les explico que ya lo he hecho pero que no tengo ni el número de la póliza del contrato que me piden para poder abrir el expediente de asistencia en el extranjero. Me contestan que todo está en la oficina y que la oficina está cerrada. Añaden que no se puede hacer nada hasta mañana porque nadie vive tan cerca como para poder ir hasta allí a buscar un número de póliza del seguro. Les digo que seguramente están más cerca que nosotros. Me dicen que tienen familia y que son las 11:00 de la noche. Que es una tragedia pensar que tendrás que esperar toda la noche así. Añaden que les parece horrible y que pensarán mucho en ti, que no podrán dormir de la preocupación. Se despiden y cuelgan.

Empiezas a chillar y chillar y chillar. Entonces, te acuerdas que tienes un seguro personal, de una compañía competente de la que contrató tu empresa. Me pides que les llame para organizar tu repatriación y me quedo escuchando su música de espera un buen rato. Mientras le cuentas al doctor tu terrible desgracia, yo le cuento al técnico que me contesta cual es tu situación. El tiempo que tarda en deletrear Nuadibú y entender en qué región del mundo estás me da una idea de lo que puede tardar tu evacuación. A partir de este momento, alterno las llamadas a las dos compañías, para ver cual responderá favorablemente antes de la otra. Te tomas otra pastilla para el dolor y te quejas del estomago. Pides algo para beber y comer. El doctor recomienda leche y pan, para protegerte un poco del efecto del anti-inflamatorio. No paras de chillar, ni un solo segundo. Voy a buscarte leche y pan por allí el hotel: este hotel en el que todos se han ido a dormir y que no tiene restaurante.
el huis-clos de tu tragedia: un hotel de gama media en medio de la nada.
Cuando vuelvo con ellos, me señalas los dos móviles y me dices que hay llamadas perdidas y a ver si puedo enterarme y llamar de vuelta, a ver si te voy a dejar sufrir más de la cuenta. Te pasas diez minutos deshaciendo el pan en pedazos que mojas en la leche e intentas llevar a tu boca. Terminan todos pegados en la manta que cubre tu cama. Me pides que llame a tu hermano para que él pueda ayudar desde Barcelona. Escucho cómo se lo cuentas todo a tu hermano. El doctor sigue a tu lado, sonriéndote, aunque sabe que no puede hacer nada más por ti. Y de repente, se acuerda del cirujano del hospital militar. Ofrece llamarle, a ver si a él se le ocurre algo más. A ti te parece bien que el doctor llame al cirujano, siempre que no cambie tu plan de evacuación para Barcelona. Llamamos al cirujano del hospital militar. Por su acento, parece ruso. Se lo pregunto al doctor que me lo confirma. A mí me parece ya que estamos en una peli: ahora un cirujano militar ruso, lo que nos faltaba…

Saturday, October 16, 2010

avant la lettre - versión original con voz en off (1/4)

 ayer.

Estás en Nuadibú. Por lo que tienes entendido, es la segunda ciudad de Mauritania, al Nordeste del país, cerca de la frontera con Sahara Occidental. Es el puerto principal para la explotación y la exportación de pescado y productos de la pesca.
tan solo un punto entre muchos, de la línea de barcos de pesca oxidados.
De aquí, salen cada día toneladas de pescado fresco o recién congelado, hacia los mercados de España, Francia, Rusia, Polonia y Japón, entre otros. Es una ciudad de gran importancia económica y estratégica; o mejor dicho: es la otra ciudad del país. También tiene el otro aeropuerto del país y fue así como llegaste, en avión. Todo esto es Nuadibú. Pero en realidad, tú más que nadie lo sabes: Nuadibú es ante todo un lugar abandonado de la mano de Dios. Miras y todo lo que ves es una calle mal asfaltada, cubierta de arena, de basura y de mierda de vaca. Esta ceñida entre una línea grasienta y apestosa de barcos de pesca oxidados y otra - no menos grasienta y apestosa - de edificios que se derrumben, comidos por la sal y la arena. Alternan bares, restaurantes y salones de masaje chinos, por lo que pudiste ver. Te gustó esto de los salones de masaje chinos, no paraste de hacer alusiones y los ojos se te entornaban... A tan solo unos metros detrás de estas dos líneas que limitan tu horizonte,al segundo planodigamos – y aunque no tienes siquiera la oportunidad de entreverlos – imaginas el azul del Atlántico y el rojo del Sahara: profundos, densos, infinitos. Como para dejarte claro que de aquí, no te irás si no quieren que te vayas. Te lo tendrán que permitir, que facilitar. Eso ya, de por sí, te saca de quicio. Si supieras que no hay ni desierto. Si supieras que estás aquí en la punta de una lengua de arena estrecha, que sobresale del agua tan solo unos pocos metros, y que a tan solo un kilómetro detrás del hotel, está la línea de alambrado de la frontera con Sahara occidental, tu sensación de opresión sería más intensa aún. Pero por suerte, lo ignoras.

guantes de látex, mascarillas, cofias: una sala de fileteado de alto estanding.
Llegaste aquí ayer para impartir un curso práctico sobre "las técnicas de auditoría en seguridad alimentaria de los productos de exportación de la pesca y la piscicultura". Este curso, parte de los programas de cooperación entre España y Mauritania, ya lo diste una vez la semana pasada en Nuakchott, la capital del país. Parece un asunto importante para la diplomacia entre los dos países y todos te recibieron con entusiasmo. Hubo una inauguración formal con un Ministro y varios Embajadores, tras leerse un comunicado de prensa de unos diez minutos en árabe, que nadie consideró conveniente traducirte. Hubo una sesión de fotos pero nunca conseguiste el periódico donde se publicaron… Eres un experto en higiene e industria alimentaria, especializado en técnicas de inspección en el ámbito de la pesca. Le diste la vuelta al mundo prácticamente cada año durante los quince últimos, estudiando, observando, analizando, explicando y auditando sobre el tema. Como dicen de los pilotos: tienes horas de vuelo, vaya… Yo soy tu traductor-intérprete. Les pareció mejor que el intérprete no sea un local, por una cuestión de etiqueta. Así que medio de casualidad me llamaron y aquí estoy. Además de preparar el curso contigo y traducirte el material antes del viaje, llevo un poco más de una semana ahora en Mauritania, acompañándote todas las horas del día que no me paso durmiendo o en el baño. Y mira que con lo que te dejan salir del hotel y divertirte fuera de la jornada de curso, también visto el panorama en la televisión nacional, pues prefieres estar hablándole a alguien... Tampoco te resulta fácil socializar aquí en un business-hotel internacional desierto. Total: como parece que eres más locuaz que yo, o que tienes más cosas interesantes para contar, pues… digamos que así estamos: tú hablas y yo te escucho. Cuando no te escucho para traducirte, te escucho, simplemente. Me lo quedo para mí.
espíritus en un mundo material... saliendo a cenar por allí.
Ahora acabas de salir del hotel para ir a cenar. Se ha hecho de noche ya. El hotel esta fuera de la ciudad – aunque no estás bien seguro si existe tal cosa como “la ciudad”. Estás en el borde de la carretera que lleva a la zona industrial portuaria hacia el sur y, por lo que sabes, al aeropuerto hacia el norte. Más allá hacia al norte, al final de la península de Ras Nuadibú, están el continente, tierra firme, el desierto. Primero, tienes la línea que trazaron en medio de la nada, que te separa de Sahara occidental y su campo de minas. Más allá hacia el este, hacia el interior, siguiendo una vía de tren plantada allí por los Franceses hace medio siglo, están las minas de hierro por las cuales hoy en día, existe Nuadibú en lugar de nada. Más allá hacia el sur baja N2: la única pista que, tras quinientos kilómetros en línea recta, llega a Nuakchott. No puedes dejar de preguntarte nunca porque, si la situación esta tan “tensa” en el país como decían en Madrid y si el Ministerio quería asegurarse a cualquier precio de que nunca estarías expuesto a ningún peligro, llegaron a reservarte este hotel periférico, aislado y sin servicio de restaurante. No ves nada alrededor que cuadre con tu definición de un taxi y los vehículos del Consulado “no están disponibles para este proyecto”. Así que caminas para ir a cenar. Yo te sigo, escuchándote repetir una y otra vez lo mal que está todo.

Anoche, ya tuviste que caminar esta misma calle cubierta de arena, donde pasan coches y camiones sin luces, sin apenas verte. En el fondo, casi prefieres que no te vean y por un poco te esconderías cada vez que escuchas uno acercándose. Anoche, ya tuviste que pasar caminando delante de los salones de masaje y los bares de neones fucsia. Anoche, ya tuviste que cruzarte con vacas famélicas y carcasas de coches quemados en proceso acelerado de reciclaje natural. Anoche, ya tuviste que escoger entre un restaurante marroquí y una taberna gallega para cenar algo.
los alrededores del mercado central de Nuakchott al atardecer.
Y anoche, ya escogiste la taberna gallega para comerte un arroz caldoso cinco estrellas. Así que a mí anoche, me tocó escuchar todo eso una vez, ya. Escuchar cómo te quejabas de las condiciones horribles en las que te encontrabas, en este país terrible sin un hotel digno, teniendo que patear el asfalto caliente de este agujero perdido entre desierto y océano. Escuchar cómo te dejaban aquí, abandonado en la carretera como un cebo para yihadistas, carne fresca para raptar. Escuchar cómo te veías ya degollado en mártir de la cooperación, chivo sacrificado en el altar de la hegemonía de tu empresa en el sector de la higiene de los productos de la pesca. Escuchar cómo te olvidabas de tus problemas cuando tus ojos captaban finalmente por las ventanas sucias de algún bar, entre dos tubos de neón y una columna, la imagen fugaz de una masajista, azafata, camarera o lo que quisieran llamarle. Escuchar cómo te las conocías a todas estas y lo bien que te sabías lo que les hacía falta, lo que les harías tú. Escuchar como también conocías a las otras - todas ellas: asiáticas, caribeñas, de Europa del Este… porque habías viajado mucho y sabías de estas cosas. Escuchar cuánto te molestaban la suciedad, los escombros, la basura, y qué desastre eso de dejar divagar, comer y dormir el ganado en la carretera. Escuchar que no era gran sorpresa que estos países no saliesen de la miseria, con lo poco cuidadosos que se les veía con cosas tan básicas, con sus cosas al fin y al cabo.
saliendo del hotel, dos manzanas más hacia ninguna parte.
Escuchar cómo no eran malas personas, sino que más bien eso formaba parte de su cultura. Escuchar las estadísticas de por qué y cómo todos los Mercedes robados de España terminaban aquí después de haber sido vendidos y comprados diez veces en Marruecos. Y finalmente, después de todo eso, en frente del restaurante marroquí, escuchar que por suerte había un gallego justo aquí al lado, con lo que tal vez, por lo menos podrías cenar bien. Eso fue anoche. Y debo reconocer que acertaste con una cosa: el arroz caldoso fue una verdadera delicia. Lo seguí soñando mucho tiempo después. Lo busqué en varios gallegos de Barcelona. Nunca había visto yo (ni he vuelto a ver desde entonces) tanto marisco por litro de caldo. Disfruté tanto cenándolo que apenas te escuché – fue mi momento de ausencia del día – cuando dijiste de la camarera que en estos países ¡con diez años ya eran mujeres! y eso, se les veía en los ojos.

Eso fue anoche. Volviste caminando. Esta cerveza que conseguiste sin demasiado problema, aunque el régimen islámico prohíba el alcohol en todo el país, te dio ganas de hablar más. Te hizo recordar más verdades, más verdes aún, acerca de aquellas mujeres de los bares de fluorescentes. Escuché todas tus verdades bien bien verdes, todo el camino hasta el hotel. Cuando te despediste y te fuiste a tomar un merecido descanso, yo me fui a la cama con nausea...

downtown Nuadibú, Mauritania: escenas callejeras de insolación/desolación entre océano y desierto...