Wednesday, August 24, 2016

Hasta el fin del mundo (8 sur 8)


Vladivostok: ¡donde Yuri G. perdió la zapatilla!


un(t)raveling 2016,"hasta el fin del mundo", desde la estación espacial internacional.
Por si algunos han dejado pasar los capítulos anteriores, aquí estamos: Wallis (36 primaveras y 51 kilitos) y Futuna (38 años y 69 kilos a estas alturas); recién aterrizados en Vladivostok; mejor dicho, recién caídos del tren #002 Rossiya, tras 9300km entre Moscú y acá por el railway transsiberiano - el más largo del mundo mundial. El viage empezó mucho antes, realmente, ya que llegamos a Moscú en tren desde Riga; a Riga en autocar desde Warsawa; a Warsawa en tren desde Berlin; a Berlin en autocar desde Toulouse; y finalmente (hacia atrás se entiende, porque realmente fue eso el comienzo) a Toulouse en tren desde Albi - aunque estábamos días antes en Barcelona y en el Ariège: tampoco va de 250km. En total, un poco más de 13 000 kilómetros de transportes terrestres y en común para alcanzar este pequeño gran fin del mundo, al fin del fin del continente. Otros dirían que el viaje nuestro empezó mucho antes: con este blog y nuestra declaración de intención de ir a un(t)ravelear por todos los cotidianos que se nos presentasen, abrazándolos. No obstante, el resultado de esto y todo lo demás es que pasadas las diez de la noche, sigue lloviendo aquí que da gusto, estamos empapados otra vez hasta la médula y nuestra desesperada búsqueda de un autobús queda en vano. Cuando no somos difíciles: nos vale un 22, un 13, un 37, un 2B. Incluso un 65, terminando a pie si hace falta...
el emblemático puente de Zolotoy, firmando los 2 V de VladiVostok en el skyline.

Ha pasado más de una hora ya desde que llegamos a la estación, pero no ha pasado ninguno de los que nos convienen. Dicen los locales - muy amables y muy anglófonos todos (¡nada que ver con Moscú!) - que vaya mala suerte y qué raro: hoy no han visto ninguno de estos. Le preguntamos a un chófer que responde que "hoy va a ser que no y mejor pillar un taxi o esperar hasta mañana: a lo mejor mañana sí que circulan". Bien. Que sea un taxi. Al único que hay por la zona, no le suena nuestro hostal y no quiere ir hasta el otro lado del puente igualmente. Hay que insistir, suplicar y eso tiene precio. Dice que lo hará por 500 rublos (cuando leímos en foros y páginas varias que con 300 rublos te deberían llevar a cualquier sitio o pasearte durante una hora). Negociamos un rato pero no baja de allí y a estas alturas, regatear es absurdo. Tiene las de ganar, lo sabe. ¡Venga! Es de noche, llueve, estamos cansados, mojados y sucios. Mientras nos acercamos, nos va preguntando acerca del hostal (reservado en booking.com), pasa "delante" un par de veces sin que ninguno de nosotros lo vea. Se va rallando. Terminamos abriendo nuestro gmail en su smartphone para checkear el mapa, que nos confirma que es donde dice él, y donde nos pretende abandonar: ¡una tienda/taller de reparación de jetskis! en el fondo de un callejón oscuro detrás de un supermercado, en el borde de la mega avenida Kalinina (con pinta de autovía) que une los dos puentes gigantes: el de Zolotoy y el de Russkiy. Al final, nos deja allí tras haber averiguado con dos peatones que esa es la dirección indicada en nuestra reserva: misión cumplida. Está satisfecho de deshacerse de nosotros y se pira rápido. Llamamos al timbre de la tienda de jetski y no contesta nadie, por supuesto. No llueve más: ya es algo. Al cabo de un rato, pasa una pareja de jovenzuelos que nos ofrecen llamar al hostal: hablan un rato con una mujer que al parecer les dice que sí: es aquí y hay que llamar al timbre de la tienda de jetskis.

un(t)raveling o el arte de llegar sin querer a sitios donde nunca hubieras querido llegar.
Así que volvemos allí a picar y esta vez: ¡bzzzzzt! se abre la puerta automática. Desde una galería exterior que flanquea la primera planta de un austero edificio, nos llama una vieja sonriente. Cruzamos el patio zigzagueando entre cadáveres de jetskis y subimos por unas escaleras de lata. En el estrecho pasillo verdoso donde la seguimos, justo al otro lado de una oficina con ordenador, fax, nevera y lavadora (!!), nos señala una puerta blindada con reja metálica. Nos da la llave, nos invita a entrar e instalarnos. Al otro lado, como si fuera el plateau de alguna serie tipo Friends con un decorado único: ¡sorpresa! hay una habitación de hotel como cualquiera, que parece estar todavía por estrenar. Aún huele a plástico nuevo y pintura. Cama gigante, aire acondicionado, pedazo de pantalla, minibar, cuarto de baño con lluvia tropical, secador de pelo y muestras de champú L'Oréal... De no tener vistas al taller, nos olvidaríamos en seguida de donde estamos. Conseguimos un auténtico falso hotel: DOS habitaciones montadas en los 40 metros cuadrados sobrantes de esta planta del edificio. Facilitado por plataformas de reserva online como la que usamos y por el pragmatismo de una clientela rusa acostumbrada a todo e incluso a peor, es un autentico fake y vas a ser difícil conseguir que nos registren a la policía de estrangeros desde aquí... A ver, la habitación está MUY bien, no es la cuestión. A estas alturas y estas horas, no nos quejamos. Ni en este estado y este nivel de suciedad. Pero es curioso el planteamiento, eso sí. Entendemos que emprender y tirar pa'lante son el pan de cada día y abrazamos boquiabiertos esta máxima expresión del ingenio y la resiliencia de la PYME rusa. Nada de crisis aquí, solo el invierno siberiano que se traga a quien no espabila bien.

ladrillo y madera bajo el sol; símbolo omnipresente y silueta estrella del skyline; muestra representativa de arquitectura neo-cool.
Fundada en 1860, la ciudad fue hasta los años 2000 poco más que una base militar para "proteger los confines del Imperio" (sí sí) contra las amenazas pacíficas (¿vaya paradoja, no?) y contra la "amenaza japonesa" (así tal cual) en particular. Y es que, a más de nueve mil kilómetros de la capital, Valdivostok parece haber vivido siempre en una especie de limbo entre culo-del-mundismo desacomplejado y semi-olvido feliz. Perdida entre Il deserto dei Tartari de Buzzati y Un barrage contre le Pacifique de Duras. ¿Fortaleza inútil? Tal vez sí. Recordemos que durante toda la segunda mitad del siglo XX, Japón no tuvo ejercito. Pero bueno, debe resultarles más fácil así, teniendo a un enemigo mortal, un malo malísimo y una excusa para cerrar totalmente la ciudad a los forasteros entre 1958 y 1992. Curiosamente y a pesar de esto, se ve que parte de la población local sobrevivió gracias al comercio y al contrabando con el archipiélago vecino: un famoso mercado de coches de segunda mano de las afueras, por ejemplo, abasteció toda la Siberia oriental con Toyotas viejos cuyo único signo distintivo era el volante a la izquierda. Siguen circulando por la zona hoy en día oxidados, destartalados y con reducida visibilidad en las curvas pero ¿a quién le importa? El ingenio, la resiliencia, el alma rusa, etc...
revisitando un clásico muy clásico entre los clásicos: ahora bien, ¿dónde está Wallis?
Al parecer, la ciudad se volvió a abrir y salió del letargo en el 2012, tras recibir la reunión anual de la APEC (Cooperación Económica Asia Pacífico). Desde entonces, su desarrollo y su apertura al mundo han sido, dicen, espectaculares. Para el turista-peatón, Vladivostok se ve bonita y muy agradable - especialmente bajo el sol que nos consiguió la oficina de turismo para el día siguiente. Con su arquitectura variada (¿variopinta?) donde dominan madera y ladrillo, con colores cálidos, árboles y vistas al mar desde cualquier sitio o casi, la ciudad es una sinfín algo desordenaico de colinas urbanizadas, entrecortadas por bahías estrechas que juegan a ser pequeños fiordos. Atracción turística mayor, el funicular se da aires de belle époque baratilla, mientras que los muchos buses y tranvías horteras acaban de darle al pequeño gran puerto, un no-se-sabe-qué de San Francisco, la hermanada californiana. Con San Francisco, comparte cierto ambiente cool, artístico y hasta un poco zen, que contrasta con la efervescencia posh y la tensión centralista que sentimos en Moscú. A modo de Kerouac y demás poetas vagabundos místicos del Dharma, aquí tienen a los Mumiy Troll: super-héroes de barrio e hijos del país, pero que han hecho los deberes y tienen digeridas también algunas influencias psicodélico-setenteras del otro bloque. Mientras caminamos arriba y abajo con los ojos gran abiertos y agradeciendo el calor y el sol de mediados de agosto, llegamos a la conclusión de que debe de ser el bien nombrado Pacífico que lo templa todo: esta atmósfera West Coast alla Rusa nos parece deliciosa. Así pues, antes de coger el mítico ferry de los miércoles que une Rusia a Japón tras una noche de trayecto y una parada en Corea del sur, nos tomamos el tiempo de ir hasta un auténtico pequeño fin del mundo local: el faro Egersheld.

el faro Egersheld: en la punta de un estrecho banco de arena, en medio de la bahía.
Llegar al faro del fin del mundo es toda una epopeya y un resumen metafórico del viaje desde Occidente hasta acá: hay que cambiar de bus varias veces; hay que permanecer sentado hasta donde terminan las líneas y más allá; hay que despertarse a tiempo para no volver a salir en el otro sentido; hay que caminar hasta donde Yuri G. perdió la zapatilla y se la tuvo que traer de vuelta la perra Laïka; después, te ataca - ¿cómo no? - una blitz-lluvia asesina en la orilla del mar; hay que cruzar un estrecho ancho como dos o tres leñadores locales no más y eso, si tienes la suerte de que es marea baja porque sino directamente, hay que descalzarse y caminar sobre las aguas (cosa que la gente cool procura hacer para un selfie más impresionante aún, pero que requiere mucha más preparación de la que solemos permitirnos en un(t)raveling... como por ejemplo mirar en internet las horas de mareas y esas cosas). Pero bueno, allí llegamos: está lloviendo para variar y hay una chica que reina detrás de la barra del único bar que vemos abierto. Todo eso os suena demasiado familiar y es que claro... tiene eso la cultura pop universal. Estamos aquí tomando un café con leche hasta que deje de llover, mirando por el toldo como pasan pequeños barcos de pescadores o de contrabandistas trayendo de Cipango maravillas de tecnología hi-fi o menjares exóticos y refinados, mallas de nylon para las coquetas buriatas, ramen para los ejecutivos desbordados, o Ford sabe qué. Cuando por fin para de llover, terminamos la excursión simbólica hasta el faro del fin del fin del fin del fin del mundo. Malentablemente parece que todo fue un lamentendido: acá no hay ningún delfín. Y volvemos.
a ver chicas, os explico: para la selfie, hay que ponerse, ligeramente a contraluz y luego...
Es un llegar, es un hito y a partir de aquí, la sensación es que cada kilómetro más será un regalo. El fin del mundo está aquí, aquí podemos depositar lo que nos pese y seguir o volver, pero despejados. Este faro con los pies en el Pacífico invita a mirar hacia delante, da permiso de dejar atrás lo que le pertenece. Una sensación de paz invade los cuerpos, la tranquilidad se vuelve tangible, orgánica.

Luego este mismo día, tras haber ido a correos a mandar toneladas de postales, nos encontramos con nuestra ya muy querida M.-S. y gracias a ella, tenemos el privilegio de patear la ciudad del fin del mundo en compañía de T., una joven y encantadora estudiante siberiana, Vladivostokense de corazón. Se acaban de conocer en su pensión, T. está super contenta de conocer a castellano-hablantes nosotros de conocerle, y ella nos quiere dar a conocer su ciudad adoptiva y favorita. ¡Cuántos conoceres de repente! Caminante incansable, adicta al yoga y el fitness, T. nos lleva de paseo a buen ritmo hasta una especie de Turó de la Rovira local (com casa nostra, ¡no hi ha res!) en lo más alto: también con su propio bunker anti-aéreo y sus propias e inmejorables vistas. Nos lo cuenta todo y más en un inglés y un castellano perfectos; nos da la oportunidad de llevar el arte del selfie un paso más lejos, más arriba y más adelante en la luz seductora de una puesta de sol extremo-oriental; al anochecer, nos lleva al mejor puesto de blinis de la ciudad... y nos regala - de casualidad pero que no por ello se le quite mérito alguno - el placer de toparnos allí con la pareja de segundas del tren. Aquellos que nos sonreían, que tenían una varianza de edad de 225, aquellos que algún mal pensado se negaba en aceptar en el papel de padre e hija. Mientras esperamos nuestros respectivos blinis, nos cuentan que son, pues, efectivamente padre e hija (ya, claro...) y Australianos. Que ella estudia en Europa (en Berlín, puede ser), que él le vino a visitar unas semanas (sí sí, hombre!) y que aprovecharon para ir a Milano a ver a la otra hermana, bailarina (por supuesto), en un espectáculo de Opera-Ballet magnífico donde brilló que lo flipas... Y ahora, tras cruzar el viejo mundo en el Rossiya, se volverán cada uno adonde le toca. Padre e hija, por supuesto. Hay que reconocer que se parecen un montón, estos dos. Hum...

puesta de sol panorámica en el Turó de la Rovira de Vladiv: vistas a las bahías, al puente W y casi casi, a nuestro decorado de hotel.
Las chicas tienen ganas de celebrar, la noche es muy joven todavía y hay something in the air tonight. Nosotros soñamos con volver a nuestra lujosa habitación con vistas al taller de mecánico, hacer las mochilas con la ropa que la vieja de anoche nos lavó y planchó con mucho amor, pegarnos una ducha de lujo con lluvia tropical y muestras gratis de champú L'Oréal, antes de caer fritos en la cama. Igualmente, les decimos entonces que nos veremos a la mañana siguiente en el puerto, para despedirnos de T. y subir los tres otros (o sea, M.-S. y nosotros) al famoso barco que nos llevará un poco más allá del fin del mundo, si el espíritu del camarada Vladimir Ilyich quiere y si el eterno legado del camarada Josef no lo impide: todavía vuela sobre nosotros la sombra del aguilucho de la policía de estranjeros y del registro de hoteles... Llegamos a "casa" tras un infinito recorrido en bus y una no menos infinita caminata hasta el sitio donde la perra Laïka enterró la zapatilla de Yuri G. Abrimos la puerta blindada y entramos en el decorado de nuestra sitcom siberiana favorita. Risas grabadas. Fundido a negro. Un par de horas después, nos despierta el timbre del móvil. ¡Nos despierta el timbre del móvil! Es T., que nos explica que están en el auto de un amigo, conduciendo hasta y por los puentes gigantes, a tomar vodka en un lugar remoto con vistas a la autopista. Si queremos, nos pasan a recoger, que hay sitio en el auto y vodka para todos... Nos lo pensamos unos eternos cuatro segundos y nos parte el alma tenerle que decir que gracias pero no. Suspiros de decepción grabados. Fundido a negro. Suena el despertador. Son las ocho, el sol brilla y hoy saldremos de la madre Rusia para seguir nuestra aventura: a partir de ahora, más allá del fin del mundo.

adelantándonos: Wallis a punto de subir al Eastern Dream de DBS Cruise; T. despidiéndonos en la barandilla; adios, a ver... ¿Braâanboctok?

Llegamos de buena hora a la estación de los ferrys y nos encontramos con M.-S. y T. Compramos los últimos artículos de primera necesidad para el viaje, tiramos las últimas postales al buzón y nos metemos en la multitudinaria cola para abonar la tasa portuaria (unos 11 euros por cabeza) y luego recuperar nuestros billetes - cuando el voucher bajado de internet estipulaba que "no hace falta ticket, este documento es suficiente para subir a bordo". Para salir de Rusia, nos tienen que poner el sello de salida en el visado y para ello, se toman como mucho seis segundos para mirarse nuestros pasaportes, foto incluida. Mientras esperamos un largo rato ANTES de este control, Futuna está tan nervioso que suda como el protagonista de Midnight Express y termina despertando las sospechas de los agentes que nos mandan una y otra vez el perro (¿Laïko?) olfatea-drogas a repasar nuestras mochilas. Pero al bonachón del perro, le interesan menos nuestras mochilas que el día de la semana en que cayó el histórico vuelo del Yuri G.
Nos sellan los pasaportes y nos dicen algo que debe significar: "Ahora lárgate de aquí piltrafa y ni se te ocurra volver a pisar este país, porque tenemos montada toda una infraestructura para gente de tu estilo. Nos hemos leído tu blog y el oso te encontrará donde estés. Verás como el trabajo te liberará, ¡anda!". A lo mejor, solo nos dicen algo que debe significar: "Gracias por su visita y buen viaje". En el fondo, creo que nos acaban de sonreir. Con un zumbido en la cabeza, caminamos hacia la luz que tambalea al fondo del pasillo.
De repente estamos fuera. El muelle arde bajo el sol. La escalera chirría bajo el pie. La chapa lacada del barco es pegajosa bajo la mano. ¡Cuántas sensaciones! Ya no estamos en Rusia. Nos han dejado salir. Mejor dicho, nos han dejado entrar, cruzar y salir. La vibración de las máquinas se extiende por el barco, nos atraviesa. Entramos en resonancia con el barco, con el océano. Las gaviotas cantan. Huele a mar. Hemos llegado al fin del mundo y no hemos caído al abismo. ¡No hay borde! Todo esto sabe a vida, a libertad. Tenía razón Alan Watts: somos una expresión del universo entero, de la misma forma que la ola es una expresión del océano entero. Nos envuelve la luz. ¡Jolines! Qué exagerado este Futuna con sus miedos románticos e irracionales a veces. No era para tanto y definitivamente, las películas de James Bond no son adecuadas para todos públicos. El barco se pone en marcha. Se aleja el muelle del puerto de Владивосток y con él, se aleja Rusia entera. Más allá del fin del mundo, prepárate que vamos a por ti...


bye bye Vladivostok, hasta la próxima: vamos a comprobar que no hay borde...



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10 duros el kilo

Nuestra sección especial (hashtag 20 francs le kilo) para los fans de números, los preocupados por el presupuesto o los que tienen curiosidad por hacer camino sin aviones... Encontrarán aquí, pues, la verdad, solo la verdad y toda la verdad (redondeada y sin comas, eso sí):

 - Taxi: 500 rublos por unos 45 minutos de trayecto y búsqueda desesperada de nuestro "hotel". Está bastante por encima de la tarifa media recomendada, pero es lo que pudimos hacer dadas las circunstancias. Buses y tranvías: a partir de 20 r. por trayecto en zona urbana; qsp. 2 días y 2 personas: 300 r.. O sea, unos 12 euros (al cambio actual) en transportes.
 - el "hotel" nos costó 35 euros por noche en booking.com. Se encuentran opciones más baratas en la ciudad pero: 1- estaba TODO completo cuando reservamos desde Irkutsk, tras haber intentado encontrar CouchSurfing sin éxito y hasta el último minuto y 2- aún así "más barato" hubiese significado dormitorios NO mixtos: después de días de tren, nos apetecía una habitación. 70 euros para 2 noches.
 - compramos comida en el super (900 r.), lavamos ropa (500 r.), tomamos algunos cafés con leche y un par de blinis por allí (1500 r.) y mandamos un montón de postales (1000 r.).

Total: 140 euros todo incluido (absolutamente todo) para nuestra estancia en Vladivostok.

Friday, August 19, 2016

Jusqu'au bout du monde (7 sur 8)


...Irkutsk-Vladivostok: train-train au pays des Soviets 

Deuxième moitié de notre voyage épique à bord (ou "le long") du Transsiberian Railway. Cette fois-ci en français, parce que le jeu de mots du titre fonctionne quand même beaucoup mieux comme ça qu'en britannique-seconde-langue... On promet de rétablir l'équilibre linguistique au cours des prochains posts! Voilà, c'était important de faire cette mise au point (vraiment?). Ceci étant, vous pouvez bien sûr en lire la première partie ici. Ou encore, ce récit poignant, amer et humide d'un intermède à Irkutsk et le long des berges du lac Baïkal. Celui-ci est quant à lui en pan-hispano-castillou (spéciale cace-dédi à la jeune Miri D., qui nous suit peut-être, ou pas) mais comme toujours, ceux qui le souhaitent peuvent appliquer le filtre poético-surréaliste de la traduction automatique de Google en cliquant sur l'un des drapeaux en pied de page. Allez, assez bavardé, le train va partir, en voiture tout le monde et bon voyage!

Futuna, à peine chargé et à peine mouillé, entend son train approcher...
km 5150: au départ d'Irkutsk à 16:22 (heure de Moscou: la belle, la grande, l'éternelle, le centre du monde), il fait nuit. L'installation dans le train est facile puisqu'on est déjà rodés et que Futuna, dans un souci de minimiser les sources de stress, a pris soin de réserver exactement les mêmes sièges: couchettes de troisième classe nº 43 et 44, haut et bas le long du couloir d'une voiture ouverte - la 13 cette fois-ci, pas la 12. Aïe aïe aïe... Six semaines avant le départ, reprendre le même emplacement, c'était quitte ou double: soit ça nous convenait et on serait contents de s'y retrouver, soit ça ne convenait pas et on s'y collerait jusqu'au terminus! Heureusement, on était très ravis +++ de cette combinaison de places idéale, située aux deux-tiers-un-tiers entre samovar et toilettes. Bien. On s'installe vite, le train s'ébranle, tout roule.

Après la saucée qui a fait déborder le vase, à la dernière minute, comme on traversait le pont sur l'Angara juste avant d'arriver à la gare, on monte à bord avec, paradoxalement, la furieuse envie de pouvoir se laver, se sécher et se sentir à nouveau propres... Quand on connait le niveau d'hygiène auquel on peut raisonnablement aspirer à bord et en troisième classe, ça fait sourire - ou grincer des dents, selon le recul que l'on a. Et si les aventures en camion en 2014 nous ont appris un peu à rester zen même sales, face à (et sous!) la pluie, l'escapade Irkutsk-Olkhon vient de nous administrer une piqûre de rappel bien dosée. On prépare donc rapidement nos nouilles instantanées sous l’œil dubitatif des voisins, apparemment surpris par notre niveau d'intégration silencieuse des us rossiyens, puis on passe un long moment à lire avachis (et hyper à l'étroit) sur la couchette du bas, avant d'aller dormir chacun chez soi. Tout comme nous, le paysage au dehors est encore imprégné des pluies torrentielles des jours précédents. Ces images d'un monde au lendemain du déluge vont d'ailleurs nous accompagner les jours suivants. On ne s'étonnerait guère de voir une colombe portant dans son bec un rameau d'olivier entrer par une fenêtre du train. Seulement voilà: celles-ci ne s'ouvrant pas, le pigeon biblique peut aller voir sur le mont Ararat si on y est. Difficile de ne pas vous coller ici un peu de Victor Hugo, avec une dédicace, cette fois, à A. de Moscou qui l'apprécie beaucoup (Hugo): si tu nous écoutes, A.:

quelques photos par la fenêtre et après la pluie: notez comme tout luit, goutte et déborde, en pluie et en chagrin, comme disait M. Brel.
Allez, on retrouve tout de suite Booz endormi, le nouveau single de Victor Hugo qui fait un carton en ce moment:

"La terre, où l’homme errait sous la tente, inquiet
Des empreintes de pieds de géants qu’il voyait,
Était mouillée encore et molle du déluge."

km 5610: premier arrêt et pas des moindres, vers quatre heures du matin, à Ulan-Ude. Aux premières lueurs d'un jour à peine annoncé par un halo rose en tête de convoi, la grande majorité des voyageurs occidentaux (de seconde) et chinois (de troisième) descendent du train. Ils vont chercher leur correspondance pour le Trans-mongolien vers Улаанбаатар (Ulaanbaatar ou Oulan-Bator, comme vous voudrez) et continuer de là, pour la plupart, jusqu'à Shanghai. Beaucoup de raffut, de coups de sacs et d'au revoir, puis tout à coup, le silence qui retombe sur une voiture un peu moins pleine... Trois heures plus tard, on est levés de bonne heure, dispos et frais après une petite séquence d'hygiène juste avant la cohue matinale. On a repris sans accrocs et sans s'en rendre compte le rythme lent et chaloupé du plus long voyage en train, comme qui n'a jamais rien connu d'autre. On se sent déjà un peu dans la peau d'un certain Danny Boodman T.D. Lemon Novecento, le pianiste de Baricco né à bord d'un Transatlantique et qui, à trente ans, n'avait encore jamais connu la terre ferme.
encore et toujours des arbres (bouleaux inclus) mais le changement, c'est... bientôt!

Pendant ce temps par la fenêtre, le paysage - lentement mais sûrement - se transforme au fil des kilomètres. Pour notre plus grand plaisir, l'épais rideau de forêt et ses "théories de bouleaux" chères à Tiziano Terzani, laisse la place à une steppe plus clairsemée, touffue et arbustive. Un paysage moins humide, aussi, mis en valeur par une lumière qui se se fait peu à peu plus chaude, caressante presque ; peut-être parce qu'on descend doucement vers le sud. Ou parce que la proximité croissante du fleuve Amour en instille un peu partout alentour et commence à se faire sentir, justement. Love is in the air? Ça se pourrait bien... Le choc et la frustration de l'expérience Olkhonienne se diluent dans la distance. Tout s'apaise et se fond dans le tchoucou-tchoucou hypnotique et la lente routine: on dessine, on bavarde, on somnole, on se tait. Pour un peu, et au prix d'un jeu de mots d'un genre nouveau (le ca-nagra-lembour?), j'affirmerais que la torpeur et le régime alimentaire à base d'eau chaude ont finalement raison de notre Olcon irritable. En plus, avec le déluge qu'on a essuyé sur l'île et au retour, on peut parler d'une irrigation du Olcon en bonne et due forme! Hum... Voilà, il fallait oser le recours scato-lique (ouf! encore du lourd!): ça au moins, c'est fait. Patrick Sébastien, sors de ce corps! Retournons à le cours normal de les choses...

Quelque part autour du km 6000, on commence à se sentir vraiment loin de tout et plus légers. Futuna a bien de temps en temps (disons tous les 700 ou 750 km) une petite bouffée d'angoisse à cause de la fameuse déclaration de résidence à la police de l'immigration qui doit, en principe, se faire dans les 5 jours suivant l'entrée sur le territoire, puis dans chaque nouvelle ville où l'on séjourne au moins 72 heures - or donc, ce n'est pas notre cas. Ouf! Mais hélas...

le long d'un fleuve de Sibérie orientale: si ce n'est pas l'Amour, ce sont les alentours...
... l'on doit théoriquement et à défaut, être en mesure de justifier de factures d'hôtel pour toutes les nuits passées dans le pays. Et si l'on séjourne chez l'habitant, il faut alors faire des heures de queue avec lui au poste de police de son domicile pour faire établir une attestation d'hébergement d'étranger tamponnée et conforme, formalité aussi compliquée qu'embarrassante pour lui, qui doit présenter un titre de propriété ou un contrat de bail accompagné le cas échéant d'une lettre du propriétaire autorisant explicitement l'hébergement de touristes étrangers, etc. etc. Tout cela étant soit-disant exigé lors de contrôle d'identité aléatoires ET (bien sûr) scrupuleusement contrôlé dans les moindres détails lors de la (tentative de) sortie du territoire. Boire et déboires seraient-elles les mamelles de la mère Russie? Nous, disons-le tout net: on n'a rien de tout ça. CouchSurfing à Moscou; nuits dans le train; nuit "à la belle étoile" ("a la intemperie", qu'ils disent en espagnol, eux qui ont souvent les pieds sur terre et les duvets mouillés!) et homestay minable à Olkhon (et on n'a même pas parlé des punaises!), guesthouse à Irkutsk qui n'a fait la démarche ni à l'aller ni au retour (car il leur fallait les passeports pendant au moins 24 heures...). Futuna se voit déjà tressant sa barbe dans une geôle sibérienne en lisant en cachette l'édition clandestine de l'Archipel du goulag trouvée sous son matelas... Plusieurs blogs disent que c'est du pipeau et que personne ne contrôle jamais ce truc. D'autres expliquent en détail tout ce que l'on risque en ne suivant pas à la lettre les instructions des autorités russes. Pire encore: en consultant cinq sites russes officiels différents, on a obtenu cinq sons de cloche différents quant aux durées légales, aux formulaires de rigueur et aux démarches obligatoires à accomplir! Bon, Wallis le prend avec philosophie: ça occupe Futuna qui a toujours besoin d'une raison de s'inquiéter. Dans la mesure où on n'a laissé ni maison ni appart' derrière nous, il ne peut souffrir ni pour le gaz ni pour l'eau qui sans ça seraient sans doute mal fermés et en train de fuir irrémédiablement à huit ou neuf mille kilomètres d'ici...
like a bridge over troubled water (pardon S.&G., cette fois on a choisi Presley!

km 6550: peu avant d'arriver à Чернышевск (Chernyshevsk), on fait la connaissance de M.-S. Rendons à César, d'ailleurs: c'est bien elle qui fait la nôtre, puisqu'elle fait le premier pas et engage la conversation. Parisienne de coeur, adoptée par Bruxelles où elle travaille pour la Commission Européenne, M.-S. est de notre génération et devient instantanément notre partenaire de thés, de conversations et de regardages par la fenêtre. C'est tellement agréable de parler français en ayant en commun non seulement Hélène et les garçons mais aussi trente ans de références culturelles ("culture" au sens large, hein. Y'a pas que la Princesse de Clèves ou "Zadig & Voltaire" dans la vie! Reiser, Bretécher et les Guignols de l'info, c'est aussi de la culture, fut-elle pop' et n'en déplaise à certains...). Enfin, M.-S. aime la Russie, parle le Russe et en connaît un rayon. Elle confirme, approfondit et éclaire pas mal de ce que nous avions perçu et ressenti à Moscou et ailleurs. On reparle beaucoup de cette schizophrénie surprenante entre Empire et Union, réunis et réconciliés à grands renforts de propagande nostalgique d'une Russie grande et forte d'une part, de paranoïa d'une cabale internationale contre sa souveraineté et son rayonnement d'autre part. Elle nous explique un peu mieux le comment et le pourquoi du culte voué à Pikachu: figure forte, leader suprême et le premier depuis des lustres à incarner l'idéal de guide déterminé, autoritaire et inflexible. Le seul capable de naviguer cette grande galère en forme de brise-banquise contre les vents et les marées de "l'hostilité occidentale" (sic.). Et s'il faut casser quelques œufs (d'esturgeon?) pour y arriver, on lui pardonne, car il châtie ses Pokemon autant qu'il les aime! Faut-il y voir une sorte de prédisposition/programmation historique au syndrome de Stockholm? En quelque sorte, oui.

Une voisine d'âge canonique et son secret contre l'ennui: la couture; un tough kid qui s'est cassé la jambe dans la voiture d'à côté:
évacué à la première gare, il a eu droit aux respects du chauffeur; dernier coucher de soleil à bord du Rossiya: déjà?

km 7835: arrêt d'une demi-heure sur le quai de la petite gare de Белогорск (Belogorsk), plus ou moins au milieu de nulle part. À défaut d'être vraiment chaude, la nuit est tiède; elle est belle pour les otages du Rossiya, trop contents de pouvoir descendre sur le quai se dégourdir les pattes quelques minutes. On admire une statue du camarade Vladimir Ilyich guidant le peuple - tiens, ça alors c'est curieux, ça faisait un bail qu'on n'en avait pas vu une! La main tendue, il nous invite à aller dans cette direction; ou bien s'agit-il plutôt d'un avertissement? "Tu vas la recevoir, hein!", "Tu veux la voir de près, c'est ça?", "Tu l'auras pas volée celle-là, tu sais!", etc.

surprise de taille à Belogorsk, en sortant du train: la nuit est chaude, elle est sauva-age!
 Autre surprise de taille sur le quai: des dizaines et des dizaines de libellules, pas en grande forme mais pas encore tout à fait mortes non plus. On les piétine sans s'en rendre compte puis une fois qu'on les a remarquées, on essaye de ne pas marcher dessus mais ça n'est pas facile vue leur densité. C'est curieux. Le changement de saison peut-être? Ou alors on a été les témoins (chanceux) d'un essai nucléaire secret, d'une pulvérisation de néo-nicotinoïdes ou de pyréthrine à grande échelle, un test de bombe à impulsion électro-magnétique, un atterrissage d'OVNIs dans la région... Bon, le mystère reste entier et le tout paraît très confus. Soudain, comme qu'on s'apprête à remonter en voiture, on entend une drôle de musique; assez avant-gardiste, pour tout dire, elle évoque un peu (qu'ils nous pardonnent, il s'agit plus d'une occasion un peu désespérée de leur rendre hommage que d'une moquerie) un duo d'Evelyn Glennie et Fred Frith. À ceci près que la motivation nous paraît tenir moins ici dans la création de musique vivante que dans la réalisation scrupuleuse de ce qu'on imagine être une tache routinière. En quelques secondes, "il" est arrivé en tête de train: à peine son concert achevé, il disparaît (aussitôt dit aussitôt fait, hop!) et déjà, on doit repartir. S'il ne s'épaissit pas, le mystère reste en tout cas entier, dont la clef viendra en temps utile, ou pas*.

km 8400: peu après l'aurore, on fait un arrêt-minute à Биробиджан (Birobidzhan; non mais, sérieusement: depuis le temps, vous devriez déjà tous déchiffrer le cyrillique, non? Qu'est ce que vous f---ez? Mince quoi, c'est vrai à la fin, faites un petit effort! En plus, c'est bon pour -ou plutôt contre- l'Alzheimer!). C'est notre dernière journée à bord: ce soir vers 20:30. heure locale, on sera en principe et si Ford veut, à Vladivostok, au bout du bout de la ligne, au bout du bout du grand pays, au bout du bout du continent eurasien et, pour nous aussi un peu au bout du bout du monde.

dans les courbes, en se collant bien à la vitre, on peut apercevoir la tête du convoi.
Pour marquer le coup et fêter ça comme il se doit, on décide donc de passer cette journée... exactement comme toutes les autres: à lire, gribouiller dans les carnets de voyage, à rêvasser en regardant par la fenêtre, à boire des thés en bavardant à deux ou à trois avec M.-S., qui nous parle de (et nous recommande vivement, d'ailleurs) la toute fraîchement prix-Nobelée Svetlana Alexeievich et de deux de ses livres en particulier: La fin de l'homme rouge et La guerre n'a pas un visage de femme...

Il y a évidemment de moins en moins de monde dans le train, les trois pelés et le tondu se reconnaissent et se sourient maintenant sans réticence aux arrêts sur le quai. Par exemple: lors de notre escapade au wagon restaurant l'autre jour, on tombe dans une voiture de seconde sur un "père et sa fille" (caractérisation moralement plus facile à admettre de la nature de leur relation, dans la mesure où leur différence d'âge est conséquente**), déjà aperçus plusieurs fois sur le quai: ils nous sourient, on leur sourit et du coup, ils s'encanaillent même au point de venir visiter les voitures de troisième. Ils veulent sans doute voir des locaux et des prolos d'un peu plus près, dans leur habitat naturel. Avec leur casque colonial et leur appareil photo en bandoulière, ils sont si mignons! Ceci dit, ils nous saluent chaleureusement depuis, tout émus d'avoir trouvé une forme de vie intelligente - peut-être même un peu d'humanité, qui sait? - hors de leur compartiment doré...

la maison dont la cheminée fumait à contre-jour sur le couchant telle une loco loca...
** ATTENTION JEU!

Sauras-tu deviner l'âge du capitai de notre Sugar daddy et celui de sa Sugar baby, sachant que leur moyenne d'âge doit tourner autour de la quarantaine (soit m=40) et que la variance associée est de 225 (v=225)? C'est facile, il suffit de se rappeler que la variance est égale au carré de l'écart-type. Mais bon, c'est pas comme si c'était un vrai problème de maths, faut aller au plus simple, hein.

La première réponse reçue dans les commentaires et par nous jugée correcte - et Ford sait qu'on n'est pas vraiment difficiles - gagne un cadeau surprise livré à domicile (non Kevin, ce ne sera pas une pizza!)


Voilà voilà. Entre-temps le soleil s'est couché sur une grande étendue d'eau à notre droite: un étang énorme ou un bras de mer, on ne sait pas bien. Il y a bien un semblant de sac et de ressac, ça pourrait être le Pacifique déjà, on se dit. On en a plein les yeux, et plein les jambes aussi, malgré l'hégémonie de la position assise qui aura régné sans partage sur nos journées. On descend les sacs et on attache tout bien en place: la tente, les tapis de sols, les poches extérieures bourrées à bloc, les housses de protection couvre-tout bien en place pour (comment dire?) protéger tout. On rend les draps aux dames; on prépare le chariot et les sacs "à main"; on s'habille et on se couvre, parce que dehors aussi: ça se couvre. Bin tiens, y'avait longtemps!
à force de fêter ça, certains vont réussir à rater le terminus!

km 9225: on repart après le court arrêt à la dernière gare, Угольная (cette fois on traduit pas, tant pis pour ceux qu'on pas fait leurs devoirs: pourrez pas dire qu'on ne vous avait pas prévenus...). C'est très émouvant de penser qu'on arrive au terminus. Le train se traîne sur les cent derniers kilomètres, comme pour nous donner l'occasion de lire chaque petit panneau: 9237, 9244, 9256... Le bout du monde n'est plus très loin. Vladivostok! Chaque fois qu'on le prononce, le nom résonne et s'articule comme un long éternuement. On le répète jusqu'à la nausée. On est tout excités, assez intimidés et un peu fébriles: on arrive. Tout ce qui nous a conduits jusqu'ici finit là, et là commence la suite de tout le reste... Toutes nos circonstances, tout ce qu'on fuyait ou dont on voulait se défaire, tout ce qu'on avait décidé de déposer en (et sur le bord du) chemin, quelque part au bout du monde. Il va falloir jouer le jeu: s'en dépouiller et le laisser derrière nous. Vladivostok! Encore dix minutes, si le train est aussi ponctuel ici que partout ailleurs, tout au long de la ligne. Neuf mille trois cents kilomètres et il n'a pas une minute de retard ni d'avance. Jamais. Comment font-ils? Quel est leur secret? C'est l'âme russe? C'est le camarade Vladimir Iliytch qui guide les trains sur la voie socialiste de la ponctualité du peuple? Un petit pas pour la RZD, une leçon pour la RENFE et la SNCF!

km 9300: soudain, on reconnaît (quoiqu'en Russe, ) la phrase magique et rituelle: "Terminus, tout le monde descend! Veillez à ne rien laisser dans les voitures!". Le train s'arrête dans un dernier couinement de freins. On descend le couloir une dernière fois, on dit spasiva! aux dames une dernière fois et on pose le pied sur le quai du bout du monde. Vladivostok! En moins d'une minute, c'est reparti: on se prend sur le coin de la gueule LE seul, L'unique, LE vrai déluge de la fin du monde! On dit au revoir à M.-S. - dont la guesthouse est à deux pas et qui s'éloigne donc sous un parapluie - non sans s'être donné rendez-vous le lendemain pour visiter un peu. On quittera de toutes façons Vladivostok ensemble dans deux jours, mais ça, tout comme nos aventures ici, c'est une autre histoire (ou deux)... Pour l'heure, il pleut comme vache qui pisse et ça n'a pas l'air de vouloir s'arrêter. Notre hôtel réservé en ligne et à la hâte est accessible en bus: il y en a plusieurs qui le desservent en trente-cinq minutes environ. Tous passent devant la gare et on se met donc en devoir d'en trouver un et d'y monter, tout en essayant de ne pas se mouiller, ce qui est évidemment mission impossible dans les conditions actuelles. La rue est recouverte par un épais tapis de flotte tiède dans lequel nos chaussures disparaissent. Il est environ vingt et une heure et cette nuit sera longue... À bientôt!

le climat pacifique, clément - pour ne pas dire débonnaire - vous souhaite la bienvenue à Montparnasse Vladivostok! 

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* À propos de la clef du mystère du mystérieux concert du non moins mystérieux homme en orange du train: on a réussi, au dernier moment et saisissant au vol notre dernière chance, à immortaliser sa performance éphémère et envoûtante: la voici donc, heureux lecteurs d'Un(t)raveling!
Variation improvisée sur un thème très étudié et mille fois joué. Cent-fois-sur-le-métier-remis-ouvrage, sans l'ombre d'un doute permis: le discours est fluide et clair, le vocabulaire précis, l'harmonie familière et l'exécution technique, impeccable. Chaque accent est juste, chaque note détachée: intention sans volonté, respiration, sincérité...

Un grand moment de musique vivante!




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20 francs le kilo

Notre section spéciale (hashtag 20 francs le kilo) pour tous les fans de comptes, les stressés du budget (serré) y ceux qui seraient piqués par la curiosité - ou par le virus - du voyage sans avion(s)... Ils trouveront donc ici et dans cet ordre: la vérité, toute la vérité et rien que la vérité (arrondie, sans virgules et avec parfois quelques oublis mineurs et fortuits, il est vrai). Mais dans les grande lignes, voilà ce que ça donne :

 - Irkutsk-Vladivostok (en troisième classe du train 002 "Rossiya", billets achetés en ligne sur la page de Russian Railways). C'est un trajet de 72 heures (3 jours et 3 nuits) et 4100 km environ: 280 euros (pour 2 personnes).
 - On a apporté notre nourriture (nouilles instantanées, purée lyophilisée, fruits secs...) et acheté quelques produits "frais" et du pain sur le quai aux arrêts. Comme on a célébré la fête de toutes les Marie en général et de M.-S. en particulier, on a aussi sauté sur ce prétexte pour aller visiter le wagon restaurant -kitsch à souhait, d'ailleurs- résultat: environ 16 euros de courses + 13 euros pour 2 plats du jour au wagon restaurant (blinis au caviar et salade-jambon-oeuf poché sur toast). À nouveau, un peu moins de 30 euros (qsp. 2 personnes et 3 jours).

Au total, ce sont environ 52 euros par personne et par jour, train+repas. Ramené à la distance, ça nous fait approximativement du 0,04 euros (3 cents) par km et par personne! Pour ceux qui pensent que "le Transsibérien" c'est un caprice pour backpackers de luxe... ;)




et pour conclure la B.O.? lookin' out my backdoor, bien sûr!


Thursday, August 18, 2016

anuncios del corazón: "paradisíaca isla lacustre...


...busca modelo turístico respetuoso y consciente"

Tras una noche corta pero reparadora, amaneció (¡que no fue poco!) sobre el pequeño patio de la no menos pequeña pensión Maverick Hostel, en la barrosa orilla del río Ushakovka. Nos había costado bastante llegar allí desde la estación, superando retos inhumanos, timos cajeríles, asaltos piltraferos, autobusismos nocturnos y fins i tot engaños oscuro-callejoníles... Después de los miles de kilómetros del nuestro primer tramo de Transsiberiano (leed aquí y en británico el correspondiente relato, succionándoos, si hace falta, los enrojecidos pulgares*), no hubo nada que pudiese con nuestra voluntad de conseguir una ducha caliente y una cama de matrimonio. Que aquellas vinieran con wifi y desayuno incluidos fue todo un regalazo ya que, si bien uno va aprendiendo a conformarse - o no - con lo imprescindible, siempre se agradece la superflua e inesperada guindilla cuando te la ponen sobre el pastel. O en el guiso, mejor. O en un pinxo de bacalao. En fin, ya saben.

el lindo patio del albergue y el río Ushakovka allí entre los arbustos.
En dicho pequeño patio, a parte de algo de barro y la tienda de unos chavales franceses que en breve ibamos a conocer, se hallaba un supuesto 'punto de recogida' del minibús con rumbo a la isla de Ольхо́нo (Olkhon). Sabiéndolo y habiendo semanas atrás reservado nuestros asientos en el minibús del día, disfrutábamos pues del desayuno y del momento presente, ya que eran las 08:50 y el mail de confirmación recibido el día anterior nos invitaba a estar preparados para "entre las 9 y las 9 y media". Junto con el café con leche, sorbíamos con gusto la inspiradora conversación de la pareja de chavales franceses, que acababan de cruzar Asia central en bicicleta. En 11 meses, se habían tragado a golpe de pedal y con un buen par de... Surlys: carreteras y pistas de Francia, Italia, los Balkanes y Grecia, Turquía, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazakstán y finalmente Rusia. Acababan de llegar a Irkutsk, desde donde volarían de vuelta "a casa" al día siguiente. Debían tener unos 25 años, se les veía sonrientes, tranquilos, enamorados y frescos. Como si este increíble hallazgo no fuera más que el hecho de ir haciendo, un día tras otro, algo que les hacía felices. Difícil no recordar la frase del Moitessier evocada ya en estas columnas, sobre la necesidad de "escuchar la vocecita interior porque sino, es el rebaño". Nos hubiera encantado compartir su blog, pero lo único que nos ofrecieron (¡y no fue poco!) fue reenviarnos los mails de viaje que habían escrito para su familia y amigos. Nos los quedamos, y si algún cicloturista quiere, les ponemos en contacto...

A las 09:00 en punto (como bien se sabe tenemos pequeñas manías con la logística), le pedimos a la jefa del albergue que llamara a la compañía del minibus para averiguar que estaba todo bien. Nos dijo que no hacía falta, que ya vendrían. A las 09:20, reiteramos la demanda, así como a las 09:35, no sin haber leído cuatro veces el email de confirmación del día anterior y discutido un poco. Cuando finalmente, sobre las 09:45, se dignó en llamar, le tuvo que insistir un rato al chofer para que diera media vuelta y nos pasara a recoger, ya que se había olvidado. "This is Russia" fue su mejor (y lacónica) conclusión...
desde el minibús: algún suburbio siberiano bajo el sol, con su autobús local.
En fin, sobre las 10:00 subíamos en un minibús medio lleno ya y a las 10:20, tras haber recogido a un grupo de tres jovenes mochileros Rusos en una esquina cercana, paramos delante de un mercado de barrio por allí las afueras de Irkutsk. Fue allí cuando, por primera vez, nos empezamos a preocupar por el destino de nuestra excursión de cuatro días - y por el objeto de nuestras más ingenuas expectativas: delante del mercado, el baile de minibuses blancos iba acompasado con una coreografía de mochileros que entraban y salían, sacaban fajos de billetes de sus carteras y finalmente subían y bajaban su equipaje de las vacas de techo oxidadas. ¿Y si? pensamos entonces por primera vez... ¿Y si resulta que la Isla de Olkhon - paraíso virgen y desconocido, perla del lago Baikal, tesoro de la Siberia, reserva única de fauna y de flora, destino insólito y cuarta isla lacustre más grande del mundo - no es más que un infierno turístico masificado, donde van a parar todos los mochileros y viajeros roots que tienen cuatro días que matar mientras están en Irkutsk?

Acerca de la isla de Ольхо́нo, podríamos alinear cifras y datos, pero dejaremos que los interesados hagan una búsqueda en intenné y se queden con lo relevante. Por ejemplo: que tiene una superficie de unos 730 km cuadrados y que bien cerca de su costa está el punto más profundo del lago Baikal (más de 1600 m). Claro, también habría que decir que el Baikal es el lago más profundo, más antiguo y la segunda reserva de agua dulce del mundo; que es un santuario sagrado, cuyo nombre mágico estremece hasta al Pokemon más duro; que el mismísmo Pikachu lo venera; que tanto en Moscú como en el tren, nos hablaron mucho de nuestra mucha suerte y del mucho privilegio que era poder ir allí cuando tan pocos entre ellos podían... ¡Oh, la bella y lacustre, la pura y mí(s)tica, la secreta y gran Olkhon!

desde el minibús: frágil estepa siberiana, grises colinas y pista polvorienta.
Como el autobús del chiste, nuestro minibús iba lleno y a toda ostra, por una carretera bastante transitada que corría recta y determinada con rumbo al norte. Al cabo de una hora y media o así, el conductor se detuvo delante de un restaurante a la altura de un cruce, nos invitó a bajar y se fue a fumar un piticlín con otros cinco conductores de otros cinco minibuses que también iban llenos y al mismo sitio. Debían ser las 13:00 o casi cuando arrancamos nuevamente para coger - por nuestro mayor placer - la bifurcación de la derecha: una carretera menor que se salía del eje del ancho valle para atacar la falda de unas colinas semi-áridas. ¡Qué bien! nos dijimos sacando la cámara: detrás de estas colinas, está el lago. Peau de balle, dicen en Francia. Detrás de las colinas, como suele pasar, ¡otra cucharada de colinas! El tío seguía igual de rápido a pesar de los baches, donde podrían haber anidado colonias enteras de suricates; adelantaba tractores y remolques; utilizaba con frecuencia este "tercer carril de circulación imaginario", ubicado entre los dos habituales y característico de las carreteras asiáticas. Si nos quedaba una duda, él la acababa de zanjar: eso sí que era Asia. Cuando desapareció por completo el asfalto y empezaron a brotar atajos y sendas alternativas por en medio de la estepa, por las que zigzagueaban coches, minibuses y autocares en un frenético remake de Rápidos y furiosos, uno de nuestros compañeros de rally, un joven Chino con aires de buena familia empezó a soltar métano y oxido de azufre por allí abajo, con generosidad y sin complejos. Sus dos amigos sacaron sin vergüenza unas mascarillas anti-gripe, se taparon la nariz con ellas y se quedaron tan anchos.
remake siberiano de Rápidos y furiosos: apreciarán el detalle del parabrisas!

Tras una eterna hora de asfixia, de sacudidas y de infierno de tránsitos (juego de palabra, ¡yei!), nuestro minibús alcanzó la orilla del lago y se colocó en una impresionante fila de vehículos. Podía haber allí unos veinte coches particulares, un par de autocares grandes y seis o siete minibuses más. Todos esperando para cruzar a Olkhon por un pequeño ferry oxidado, cuyas pintas hubieran hecho dudar hasta al mismo Arquímedes. El cálculo fue rápido (y furioso, ¡si!): a razón de cuatro coches y dos minibuses por ferry y al ritmo de dos ferrys por hora, si los autocares van solos o con un coche de remate, y si "un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo, sale de él mojado", ¿cuánto tiempo nos tocará esperar aquí para cruzar a la tan cotizada isla de Olkhon? A ver, usted, en la tercera fila, ¿Sí? Me dice que, ¿cuántas? ¿Unas tres horas más o menos? Pues sí, caballero, efectivamente! Ahora bien: paisaje hermoso, vistas inmejorables al Baikal, playita donde mojar un pie u otro, parada nupcial de Phalacrocorax carbo sobre aguas plateadas, flora endémica psicodélica y un viento gélido para no adormecerse entre tanto estimulo estético... Además, ¿qué son tres horitas cuando uno está de viaje, de vacaciones, con vida y con rumbo al fin del mundo? Pues son precisamente una gran oportunidad de recordar al gran Ekhart T. y su gran sabiduría barat intemporal: "Che, si vos le preguntaras al cormorán qué hora es, ¿qué te pensás que te respondería el negro pelotudo?"**

Wallis en modo panorámicus Olkhonici; la lancha de Arquímedes tal cual; succulenta flora local; un cormorán recordándonos el poder del ahora.
En el ferry, todo muy bien: más vistas preciosas, más viento helado. Un trayecto cortito pero hasta eso se agradece al final, si consideras que un cuerpo total o parcialmente sumergido en un lago tan frío y profundo, seguramente no vuelve a aparecer nunca. Única falsa nota en la partitura olkhónica: cuanto más avanzaba el día, más se iba degradando el tiempo, y eso nos hacía mucha gracia, ya que pensábamos hacer vivac y conocíamos ya nuestro magnetismo excepcional por los diluvios, tormentas y lluvias torrenciales. El plan era llegar antes del anochecer a alguna playa tranquila, bonita y de aguas cristalinas ubicada a una hora y media al norte del pueblo de Khuzir, para pasar allí dos días a lo hippie, lejos de todo y en comunión con la naturaleza salvaje... Cuando el ferry nos descargó en el "muelle" de Olkhon, descubrimos con estupor la estación de taxis autóctonos, el punto verde de la isla, la parada de gua-guas locales y la magnitud del desastre: una fila de al menos ciento cincuenta coches particulares, para-golpes contra para-golpes, ocupaban el último kilómetro de pista, esperando para llegar al "muelle".

uno de los pocos puntos verdes de la isla: todo lo que no se quema, ¡se amontona!
Sus ocupantes, todos turistas Pokemons de la región, se querían ir antes de la noche y del último ferry, el de las 19:00 - nos dijo de inmediato nuestro piloto, en inglés macarrónico, que unos cuantos no podrían y tendrían que pernoctar en la isla, o bien en el coche, o bien regresando hasta algún hotel o pensión cercanos... Para pasar el rato, todos bebían cerveza y fumaban, con lo que este último kilómetro de carretera estaba adornado de una franja multicolor de colillas y latas que sin lugar a duda, se debe poder apreciar en las imágenes satélite del Google maps. Nos escapamos rápida y furiosamente, por unas pistas de tierra cada vez más precarias o haciendo directamente hors piste por la frágil estepa seca, echando polvo, eso sí, y dejándonos las suspensiones en el camino  - concretamente, la izquierda trasera, como apreciarán en la próxima imagen. Aunque solo había unos cuarenta kilómetros, entre el tiempo de "reparar" nuestra incidencia mecánica y el de ayudar a otra furgo en peor situación aún, ya eran casi las 19:00 (te venden un trayecto de unas 5 horas "de promedio") cuando pudimos bajarnos, recoger nuestros petates y salir hacia el norte, no sin haber llorado un poco ante el espectáculo... Con menos de 1500 residentes fijos (en su mayoría locales de etnia buriata) y probablemente el doble o más de turistas semanalmente durante la temporada alta (aunque no conseguimos cifras sino que evaluamos por la frecuentación de los ferrys), las pocas casas autóctonas se pierden y unden en un mar de chabolas cutres y bungalows mal montados, amontonados más que alineados, en cualquier lugar que no sea claramente una "calle", un riachuelo o un campo de fútbol.

pilotar al estilo rápido y furioso en pista de tierra tiene un precio...
Los carteles de guesthouses, información turística, visita a la cueva del shaman, bar de wifi o tour VIP en 4x4 ocupan la mayoría del campo visual y tapan con cierto arte las montañas de basura acumuladas entre los grupos de casas. Nos escapamos lo más rápido que pudimos, tirando a vista hacia el norte y la cercana orilla oeste, donde el lago forma el mar pequeño y donde todavía esperábamos alcanzar nuestra playa desierta. Tras una media hora de patear por la arena profunda de la playa y con el sol desaparecido ya desde hacía un buen rato, nos encontrábamos entre una multitud de tiendas colocadas bajo unos pinos altos. En el largo parquín que corría paralelo a la línea de los árboles, decenas y decenas de coches con música a tope, grupos de chavales sacando cervezas de neveras portatíles, bailando reggaetón ruso (si si, existe!) o golpeándose con colchones inflables y tirando colillas con mucho arte bien lejos de su propia zona de festejo. Nos rendimos no sin haber discutido un poco: nada personal, una sencilla mezcla de cansancio, hambre, frustración y tristeza, redirigida bajo la forma de una típica secuencia"¿Pero, qué coño hacemos aquí?", "¿Cómo coño no nos lo imaginamos?", "Yo si que lo llegué a pensar...", "¡Pero si fue tu idea!", "¿Qué?". En fin, nos rendimos, nos colocamos en un lugar despejado, montamos la mini-tienda para proteger las mochilas, preparamos nuestras fundas de bivác y los sacos, cocinamos una cena sencilla pero caliente en nuestra maravillosa Trangia (gracias U. y L. por este regalo que fue con nosotros hasta el fin del mundo) y nos dimos un paseico digestivo por la orilla del Baikal antes de meternos, bajo unas pocas estrellas y unas cuantas nubes, en los sacos. En pleno agosto en el lago Baikal, no te puedes meter dentro de la tienda y perderte el hotel de cuatro mil estrellas, como bien dice nuestro querido Albert Sans...
una de las pocas casas tradicionales de Khuzir; la calma antes de la tormenta; la costa oeste con vistas al "pequeño mar" .
Después de tres o cuatro horas, empezó a llover. Muy poco al principio pero pintaba mal. Con razón dicen que sabe mal el diablo por viejo que por diablo. Cambiamos de estrategia enseguida: guardamos las mochilas en las fundas de bivác, bien embutidas juntitas, y nos metimos en la mini-tienda. A los veinte minutos: diluvio! Cayó tanta agua y de gotas tan gordas que la tela de la tienda se nos dobló como si alguien estuviera sentado encima. Aguantamos un rato, un par de horas tal vez, sufriendo por las mochilas y notando como poco a poco, lenta pero seguramente, el interior de la tienda, las esterillas y los sacos se iban empapando. Pensar en vestirse, salir, desmontar y empacarlo todo, mojadísimos ya y bajo la luvia que no aflojaba, para caminar media hora o más hacia no se sabe donde, es jodido ya de por si. Pero llegarlo a hacer a eso de las cinco de la madrugada, ¡es muy jodido! Una hora después, okupábamos la terraza cubierta de un bar de wifi, colgando de las barandillas y del techo todas nuestras pertenencias y calentando agua para tomarnos un merecido nescafé con leche condensada: Como dice el guaperas este: ¿Nespresso: güat els'?

el centro de Khuzir: especulación, contaminación, erosión e inundación... 
Con la "salida" del sol sobre Khuzir, el panorama se volvió interesante: tumultuosos ríos de barro corrían entre las chabolas, llevándose la basura y la mierda hacia el lago. Tal y como "the sea refuses no river", el lago no rechazaba ningún desecho... Como Khuzir despertaba, el movimiento de taxis y gua-guas se hizo intenso y febríl, por la imposibilidad de moverse a pie. Ante el caos ambiente, pensamos en irnos YA, para no ser ni testigos, ni cómplices del desastre. Mucha gente tuvo la misma idea en las siguientes horas y la frágil infraestructura de la isla se colapsó. No hubo manera de subirse a un minibús, ni a un coche particular. Parecía que el concepto Bla-bla car aún no había llegado a estos confines siberianos. Fuimos a parar, esta vez sí, en la emblemática Guesthouse de Nikita (vean el siguiente párrafo) para pegarnos un "desayuno completo" e intentar así pensar con un poco de claridad. El porridge era asqueroso y ni habían encendido la estufa de leña. Al pensarlo, nos dimos cuenta que ya quedaban poquitos árboles en la isla... Con la ayuda remota y providencial de Marina, encontramos una pensión barata y cercana que nos aceptó sucios y empapados a las 10 de la mañana.


Colección verano 2016: Futuna, elegante y sexy.
(Paréntesis: Nikita Bencharov fue campeón de ping-pong, de badminton o algo del estilo. Al jubilarse, abrió aquí hará veinticinco años el primer albergue de Olkhon. Cuentan que con dos manos y mucha voluntad, levantó este imperio turístico del suelo para que sus con-ciudadanos de Khuzir dejasen de morirse de hambre y aburrimiento. Su guesthouse pasó de tener cuatro camas a tener diecisiete bungalows, dos comedores, una agencia de "guías", un bar "cultural" con "conciertos" y hasta "exposiciones" de "arte". Perdón por los guiones, es una manera cómoda de expresar mi desdén por escrito acerca de la oferta "cultural"... Alrededor de su complejo de chabolas cutres y mal ajustadas florecieron decenas de propuestas idénticas, similares y hasta peores, siempre respetando su absoluta e inédita falta de gusto, de sentido común y de visión a largo plazo. Hoy en día, todos en la isla lo veneran como un auténtico héroe por haber atraído a esta marabunta de guiris y haberles dado el pack llave-en-mano para destrozar un pequeño rincón de paraíso al gran estilo mochilero del sur de Tailandia. Siempre te encuentras a un entusiasta gilipollas para sentenciar: "A ver, tío, ha creado empleo y actividad económica". Pero nos preguntamos si a él, a veces, le deben entrar ganas - ante las consecuencias de su gran idea - de arrancarse los ojos como el viejo Edipo en su tiempo. Personalmente, no tuvimos la oportunidad de planteárselo personalmente. Fin del paréntesis)


Una vez pagada la habitación e instalado nuestro pequeño campamento (vean la foto de abajo: una estufita eléctrica enchufada las 24 horas del día, unos cordinos engachados a lo bestia entre las maderas del bungalow, evitando cuidadosamente las fugas de lluvia chorreando desde el techo y TODO nuestro equipaje colgando), descubrimos que 1- no había ducha en este lugar, sino tan solo una pica exterior a la intemperie y 2- el concepto de letrina por estas tierras daba al mismo tiempo pena y terror. No es que nos fascine el caca, pero en buenos excursionistas concienciados, esta cuestión de dónde y cómo hay que dejar sus heces sin dejar su huella, la tenemos presente y estudiada. Por aquí: na' de na'. Y pudimos luego averiguar que era lo mismo en unos cuantos otros sitios de la zona. Resulta que en Olkhon, no hay clavegueram, no hay filtración, no hay depuradora. No hay ni siquiera propuestas de fito-depuración hippy con cañas, carbón, roca volcánica o bambús. Nada de nada de nada. No ha llegado aquí el váter seco con serrín o paja. Las letrinas son agujeros en el suelo - a secas - de unos tres metros de profundidad, con una tarima y una cabañita encima. Encuentras una cerca de cada grupo de dos o tres bungalows y por las zonas de acampada, hay una cada cincuenta metros más o menos. ¿Cuántos turistas a la semana calculamos? ¿3000? ¿5000?

mientras tanto en la penumbra parda de la pequeña alcoba, Wallis soplaba la ropa para secarla tooooda...
Al margen de la infiltración por el suelo en días "normales" y de la falta evidente de fibra en la mezcla final (además por lo visto -o mejor dicho, por lo olido- el Pokemon come mucha proteína animal (pescado principalmente) y el balance está muy a favor del nitrógeno...), en estos días de diluvio, estaban las letrinas literalmente desbordándose por todas partes. De repente, empezamos a ver los ríos de barro mencionados antes con ojos nuevos. ¡Rieras diarreicas! Sin duda una de las grandes calamidades del apocalipsis... Y al final del camino, adónde va a parar toda esta caca? Directo al lago. ¡Muy bieeeen! Coliformes y parásitos; sobre infestación de la fauna; concentración en la cadena trófica; también exceso de nitrógeno; proliferación de micro-algas; eutrofización y desaparición de especies... Vale, no pasa nada porque al ser el lago más etc. del mundo, el factor de dilución es enorme... Ya. No. Como que no. Una polla. Eso es lo "orgánico". Queda sumarle, evidentemente, las toneladas de plástico, basura y latas que se tiran, se pudren o se queman; solventes, químicos y barnices para madera; aceite, gasolina y metal oxidado de los coches...

turistas pasados por agua, esperando un milagro en el "muelle".
El día siguiente sobre las 10:30, nos subíamos en un minibús con rumbo a Irkutsk. En el desayuno, charlamos con una pareja franco-argentina: estaban TAN decepcionados porque con la lluvia, se habían retrasado y se habían perdido la salida de su tour de la isla en barco. Les parecía genial la obra del gran Nikita "porque había creado un modelo económico para toda esta pobre gente". Ford! Tenían el avión en Irkutsk a las 21 esta misma noche para volver a España: su minibús salía a las 12. Ford! Se sorprendieron con nuestras caras de "¿pero sois idiotas o qué? ¿no lo veís que tardan siete horas para hacer le viaje con buen tiempo y hoy está to' colapsao y hay una debacle de coches por la pista e inundaciones por todas partes? Cuando les recomendamos que se metieran en el primer minibús que encontraran, nos preguntaron si nos parecía muy justo. ¿muy justo? ¿MUY JUSTO? Felices los de espíritu sencillo, porque suyo es el reino de los cielos. Nosotros piramos, llorando y empapados otra vez por caminar quince minutos hasta la parada del minibús. La pista no solo está inundada sino que directamente se había deslizado por placas enteras. Rescatamos a una furgo encharcada.
Wallis pasada por agua, esperando un milagro en el "muelle".
Solo nos tocó esperar una hora en el "muelle" tras haber adelantado todos los coches particulares gracias a una prioridad cedida a los transportes en común. Fue una oportunidad de constatar que la lluvia había parado y que hasta se veía un poco de cielo azul a lo lejos. Cuando íbamos a bajar del ferry, el conductor de la furgo de delante se dió cuenta de que se le había encallado el freno delantero: imposible moverse. Ni un metro para que los demás vehículos pudieran salir... Empezaron a desmontar la rueda, las pastillas y el disco y todo esto del freno, sin poderlo soltar. Como se retrasaba mucho el ferry, al cabo de media hora o así, lo mandaron de vuelta a la otra orilla (la de la isla) para que el servicio pudiera seguir con el otro ferry (suelen ir dos alternando). Así que esperamos allí a que volviera nuestro ferry, ojala con el freno desbloqueado y nuestra furgo libre de irse. Efectivamente, nos recogió el tío después de una hora e intento recuperar el retraso acumulado. Pero los kilómetros sin asfaltar habían cambiado de aspecto con las lluvias torrenciales y fue muy difícil llegar al restaurante de carretera donde paramos otra vez para que el conductor repusiera calorías. Anochecía. Entramos en Irkutsk pasadas las 10.

justo lo que faltaba: avería grave en el ferry, coches bloqueados, colapso total.
Aún tuvo que dar mil vueltas para llegar al albergue nuestro, debido a la cantidad impresionante de calles inundadas y cortadas: aparentemente, no habían visto tanta agua en Irkutsk en más de veinte años... En las noticias, salían tíos felices yendo al trabajo en piragua. El "alma ruso"... Cuando la dueña de la pensión nos explicó a las once de la noche, tras cuatro días de vida a la intemperie sin acceso a una ducha, tras 11 horas de trayecto en una furgo fría, con ropa mojada y apestosa, con las mochilas empapadas, que no nos podíamos duchar porque la fosa séptica se estaba desbordando y no se podía echarle más agua hasta que viniera el camión-bomba al día siguiente, nos entraron ganas de llorar.
De verdad.

Fuimos a la cama con una costra de roña, con un cansancio acumulado en el cuerpo, con un frío en los huesos y - peor que todo - con una tristeza en el alma por el terrible desastre del que habíamos sido testigos en Olkhon, la perla del Baikal. ¿Cómo puede ser que la gente - y la gente, somos nosotros también, obviamente - haga y deje hacer semejantes barbaridades con el medio ambiente? ¿Cómo puede ser que el ánimo de lucro y la codicia cortoplazista nos vuelvan tan capullos? ¿Cómo es que aún estando allí en medio del sitio más virgen y precioso del mundo, haya pelotudos por decirte que el turismo alimenta el crecimiento económico? ¿Cómo es que los Pokemons se llenen la boca de su tesoro nacional, y permitan (o fomenten, directamente) que se haga esto? ¿Cómo se atreven un par de retrasados pos-modernos a quejarse porque por culpa del mal tiempo, se han perdido las vistas preciosas y el tour guiado VIP en 4x4? De repente, me acordé de la mujer italiana que estaba montando un pollo en la oficina turística, mientras yo canjeaba nuestros tickets de minibús, porque el guía le había cancelado su actividad de nadar en el Baikal; ella se tenía que ir hoy y daba igual que lloviera: había pagado para que un guía le llevara a nadar en el Baikal e iba a nadar en el Baikal porque necesitaba la foto para sus colegas, en Milano...

presentando los pequeños, ágiles, diversos y sexys minivans 4x4:100%, locales, 100% Pokemon, 100% chatarra y... ¡100% Olkhon!
Creo recordar que la última imagen que tuve antes de dormir, fue la de esta pareja franco-argentina y su "en serio tíos, ¿os parece muy justo?" y me dormí con una sonrisa. Tener un leve grado de obsesión por llegar a los sitios con tiempo, tiene sus ventajas.

Recuerdo perfectamente, en cambio, que la primera imagen que tuvimos al salir de la cama, fue la de una joven Pokemon enfundada en una toalla rosa, con su laaaaaarga melena negra goteando por el pasillo y dejando una estela de olor a acondicionador con karité, aceite de argán o alguna pijada bio de estas. ¿Y? ¿No quedamos en que no se podía usar la ducha? Ah, bueno, verán... Ella se va hoy, ahora viene su taxi a recogerle, así que le deje que exepcionalmente se pegara una duchita rápida. ¿Que perdón, que qué? En fin...

el lindo patio del albergue y el río Ushakovka salido de su cauce (¡comparen!)
En el día extra que nos tocó estar por Irkutsk, a parte de poner una maxi-lavadora, hacer la compra para el tramo Irkutsk-Vladivostok y saltar entre los charcos, tuvimos la suerte de conocer a (y pasar un buen rato con) J.-C., un mochilero que salió de Francia a pie y llegó hasta aquí, con la firme intención de ir mucho mas lejos. J.-C., sí que tiene blog, y os lo recomendamos si os apetece flipar un rato: ¡más salvaje, no se puede! A media mañana, llegaba el camión-bomba para chuparse la mierda de la fosa séptica. Cuando finalmente nos pudimos duchar, fue el placer más grande, el lujo más indecente y el privilegio más máximo del mundo. No se trataba de perder nuestro tren, y nos quedaba el tiempo justo para hacer las mochilas con todo limpito y seco, ponernos una muda nueva - tibia aún de la secadora - y despedirnos de Begemoth, el gato del albergue que por lo visto nos quería acompañar. Paseando por Irkutsk en autobus, decidimos bajarnos antes de cruzar el puente que lleva a la estación, para disfrutar de la bonita luz, de las vistas al río, enorme tras las lluvias de las días anteriores, y movernos un poco antes de pasar otros tres días en el Transsiberiano... A pesar de las mochilas enormes, el carrito de la comida y todo, disfrutamos de un largo paseo por el centro de Irkutsk: casas modernistas siberianas - no tan distintas de las que conocíamos; nuevos ricos con su MIG aparcado en el patio de casa; autobuses y casas destartalados; y finalmente el hermoso e imponente puente sobre el río Ангара́, bien ancho ya en este punto. De allí se veía perfectamente la estación y las siluetas minúsculas de los trenes. Nos quedaba una buena hora y tardaríamos quince minutos como mucho para cruzar y llegar al andén. Todo controlado. ¿Todo?

¿Qué os apostáis?

Begemoth el gato, en un gran nuúmero de seducción; tesoros modernistas de Irkutsk; algunos van al curro en moto, otros... molan. 
Mientras alcanzábamos las escaleras de piedra maciza al pie del puente, hubo un ruido ensordecedor. La cortina de lluvia que llegaba del oeste cavalgaba tan rápida hacia nosotros sobre el Angará que una onda de choque corría por delante y nos golpeó. A media escalera, vimos como la ciudad ya desaparecía y se fundía en una masa gris uniforme. Correr no tenía sentido, tal y como no lo tuvo buscar un refugio: en menos de un minuto, todo lo que llevábamos, todo lo que eramos, estaba empadado. Sacos, móvil, ropa, comida, billetes, zapatos, esterillas, libros, pasaportes, portatil, tienda y carrito. Chorreaban las mochilas sobre los pantalones y los pantalones dentro de las botas.

el puente sobre el ancho río Angará, la hermosa calma antes de la tormenta.
Cruzar el puente, con la ropa pegada al cuerpo, con el agua fría en la piel, con los cubos de agua que levantaban los coches, con los pies hundidos en charcos que se esparcían y buscaban con furia la barandilla, para luego abalanzarse al río en cataratas, fue una experiencia sensorial muy intensa. Casi mística. No había ni estrés, ni rabia, ni desesperación: solo la resignación llevada hasta el trance. Era tal la magnitud del diluvio que no podíamos pensar ni expresar nada. Eramos agua. Eramos toda la lluvia del cielo. Si el cuerpo humano está compuesto al 75% de agua, en este preciso instante, rondábamos los 90, sin lugar a duda. Si el mono erguido, desnudo y civilizado logra alcanzar, en escasos momentos, la comunión más perfecta, la fusión más total, con la naturaleza, con la esencia misma del universo, creo pues que es en momentos como esto que vivíamos en el puente: cuando aquello nos envuelve con tal fuerza que todo lo que no es puramente sensorial, se desvanece y apaga. Momento de gracia. Lo más curioso, quizás, fue que nada más entrar en la explanada delante de la estación, la lluvia paró. Tal y como había venido, se fue. Su carrera enloquecida la llevaba hacia el Baikal, donde tanto tenía por lavar, purificar y diluir... A nosotros también, nos dejó lavados, purificados y diluidos. Al sentarnos en un banco del gran recibidor de la estación, a unos pocos metros del cajero donde empezaron nuestras aventuras en Irkutsk, nos dio la sensación de no haber vivido estos cuatro días. Empapados igual, agotados igual, mugrientes igual, pero tan absolutamente nuevos e inmaculados que fue como si nunca hubieramos estado allí... La calefacción infernal de la estación nos ayudó a entrar en calor y cuando el 002 se detuvo en el andén, ya eramos nuevas personas. Unas personas ni mejores ni peores que las que bajaron de otro 002 unos días antes, pero unas personas determinadas a no ser más complices silenciosas de asesinatos como el de Olkhon...

après la pluie es un precioso disco de Daniel Mille, que capta esos colores brillantes, ese olor a tierra, esa paz mágica, justo después...
Muchas ONGs rusas e internacionales luchan para denunciar la catástrofe ecológica perpetrada en el Baikal, para pedir que se respete y proteja el lago más antiguo del mundo, su reserva de agua dulce y su increíble riqueza biológica. Y es un lugar entre mil otros, cuyo equilibrio está amenazado o destruido ya: en Indonesia y en Latino-América arde la selva primaria. En Canada y EEUU, el fraccionamiento hidráulico y las arenas bituminosas envenenan el subsuelo y los acuíferos. En muchos países africanos, la caza de tierras raras y metales preciosos arma genocidios y provoca desastres medioambientales. No pretendemos que sea fácil, pero el primer paso es negarse a ser cómplices un día más.


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* Vil alusión en forma de mofa a una novela de éxito de Amy Tan, sobre la diaspora china en los EEUU, cuya traducción al castellano para la edición de bolsillo lucía, además del mediocre guión original, unas  pequeñas joyas taladas como esta...

** Para quién todavía no haya leído el mítico best-seller de la auto-ayuda tendencia sopa oriental cuántica, hay dos respuestas a la pregunta "¿qué hora es?": según el autor, el pajarraco te contesta "¡es ahora, tío!", porque no hay otro momento que ahora. En mi opinión, si te contesta el pajarraco, lo más probable es que te diga: "¡Gnieeeeeeeek!".


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20 centavos el kilo

Nuestra sección especial (hashtag 20 francs le kilo) para los fans de cuentas, los estresaos del presupuesto (apretao!) y aquellos que sentirían curiosidad - o envidia, directamente - por viajar sin avión... Encontrarán aquí, pues, y en este orden: la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad (redondeada, sin comas y con alguna que otra omisión menor y fortuita, hay que confesar). Pero a grandes rasgos, eso es lo que hay :

 - Irkutsk-Olkhon (en minibús rápido y furioso, billetes reservados por email al albergue Nikita's Guesthouse de Khuzir, en el que NO dormimos): 11 eurospor trayecto (300 km) y por persona, al cambio actual del rublo. El ferry está incluido. Total: 52 euros la ida y vuelta para dos, añadiéndole un par de samosas en el bar de carretera a la ida y a la vuelta.

O sea, unos 0,04 euros (4 céntimos) por km y por persona; eso sí: arriesgando bastante, por un lado y por otro, teniendo un impacto que no queremos volver a tener, allí o donde sea...