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Saturday, September 30, 2017

home(t)raveling: ¡mes tres!

¡Ole! ¡Qué bien! ¡Yujuu! etc. Con una alegría imposible de disimular, les presentamos con imágenes y mucho placer, el estado y el avance del proyecto Home(t)raveling al cumplirse tres meses del inicio de este bonito largo viaje... ¡Vamos!

milagro de la naturaleza: el cortejo del camión de PointP, depositándole al 2c15
los materiales necesarios a la construcción del nido antes de la llegada del frío.
Durante la primera mitad de Setiembre, estuvimos entretenidos con la instalación eléctrica de casa. Antes de eso, habíamos tenido que quitar los falsos techos originales (precioso ejemplo de obra artesanal tradicional con tapetas de madera enyesadas a mano). No fue tanto por unas irrepresibles ganas de pasar horas sudando en un peto integral de Tyvek® con mascarilla, gafas de protección y guantes, subidos en una escalera para arrancar con pata de cabra esta estructura vieja de 30 años o 40 años, llena de polvo y telarañas, depositora del aislante rural natural de antaño - es decir: mazorcas de maíz, ramas i paja - y con un clavo cada 5 cm, sino más bien para poder apreciar el estado de las vigas, ya que los parquets mostraban indicios de visitas pasadas de xilófagos... Una vez hecho, eso nos permitió rascar o lijar dichas vigas, tratarlas generosamente contra las visitas futuras y pasar allí arriba la mayoría de los conductos eléctricos. "Solo" nos quedó, pues, terminar de hacer lo mismo en la primera planta, con energía, con bastantes bolsas y cubos grandes de escombros, con unos cuantos más viajes de 2c15 a la "déchetterie" local y con algún encuentro inesperado incluido... Teníamos un poco de prisa para empezar (y concluir, está claro) la urgente, sabia y muy estratégica tarea de aislar dichos falsos techos antes del invierno y de la llegada del frío. Destruir, limpiar, evacuar resíduos, limpiar, reconstruir, limpiar, etc. Las laboriosas idas y venidas del 2c15 por el portal del jardín, cargado como un guardia de refugio a principio de temporada, no tardaron en llamar la atención de la fauna de tracción mecámica local, deleitándonos con un espectáculo digno de los documentales de la National Geographic: unos días después y sin previo aviso, se presentó delante de casa un camión de plumaje rojo de un tamaño consecuente. Tras haber girado y contra-girado incontables veces con pitidos incluidos en la callejuela, encaró las plumas de la cola frente al portal y empezó su lento y majestuoso baile de cortejo.

el camión en pleno frenesí de descargar material de construcción por el jardín ; poco después, Wallis en estado de shock. Y ahora, ¿qué?
Sujeto de la especie Entregarius domiciliaris ssp. Pointpéus, el camión no tardó en hacer su demanda formal. Estabilizadores a tierra, dejó en el jardín nada menos que 5 palets conteniendo placas de pladur yeso y perfilería (csp. nuestra superficie de techos + algún que otro tabique o pared) así como colchones de lana de madera (un aislante natural, ecológico y bastante sanote, que no solo tiene la ventaja de no ser tóxico, ni irritante, ni impregnado de sustancias volatiles, sino que además tiene mejor aguante mecánico en el tiempo y un tiempo de desfase superior a los aislantes minerales*) en tal cantidad que no sabíamos donde ponerlos. Con medio palet por aquí, medio palet por allí, sí que lo colocamos todo - pero no sin tener que cambiarlo todo de sitio un par de veces antes de llegarlo a utilizar.

lana del rey de madera por las habitaciones ;  lana de madera bajo el hangar ; lana de madera en la granja... en fin, lana de madera pa' todos lados.
El camión se fue y nos pusimos al trabajo. Para colocar las placas de yeso, hay que instalar ANTES del aislante toda la perfilería atornillada y colgando de la vigas, usando metros de cordino tendidos por toda la superficie de las habitaciones, colocados al milímetro con nivel, con el maravilloso laser (que nos prestó el excepcional y adorable K., el albañil que nos acompañó y asesoró para la obra de la planta baja) y con clavitos, escaleras, andamios y regla de paleta de 3 metros. Es todo un camino de cruz para conseguir que el futuro falso techo esté absolutamente horizontal y a nivel, cada uno de sus raíles paralelos suspendidos cada 50 cm y fijados cada 1,20 metro perfectamente alineado con los demás raíles. Un infierno. Un dolor de cabeza. Una matada. Un calvario. Una locura. Un placer sin nombre cuando, finalmente, cuadra todo. O cuando uno se auto-engaña y decide de una vez que ya está, ha quedado lo suficientemente bien, claro.

techo de una habitación "antes" y "después" ; techo de la cocina ; techo del pasillo/wc y, al fondo, del futuro cuarto de baño.
Con el uniforme anti-polvo puesto (!!!) pudimos pasar al siguiente etapa: cortar a medida e insertar las colchonetas de lana de madera en su sitio o sea, en los irregulares y anfractuosos espacios entre las vigas. Si bien la lana de madera es absolutamente inocua e inerte, produce una especie de serrin muy fino que "tiende a desprenderse a la primera de cambio. De allí que golpear fuertemente una colchoneta de estas que acabas de serrar con una herramienta eléctrica, para hacerla entrar - medio metro por encima de tu cabeza - en una luz ligeramente más estrecha y cuyos bordes son bastante ásperos, se transforma rápidamente en un test de calidad de tus EPIs**. Hasta aquí, bien. Sudada garantizada, dolor de espalda al final del día también. Entre la planta baja y la primera, hay 12 cm: bastante como para conservar el calor un rato abajo. En el techo de la primera, hay 20 cm entre vigas y 4 cm más, en perpendicular, debajo: así el calor que acaba subiendo se queda y no se escapa! Es una tarea fastidiosa, penosa, cansada e ingrata, pero sistematizando un poco el proceso - uno arriba que mide, grita las dimensiones y coloca los trozos, uno abajo que corta y pasa los trozos, y se encarga de optimizar sobras y recortes -, la cosa no va tan mal. O sí. Sin embargo, la mediocridad no es un opción aquí: si te quedan grandes los trozos, son imposibles de colocar. Si te quedan justitos, se caen al suelo patéticamente. Toda una masterclass de precisión y excelencia en acción. En fin...

los colchones, tal cual ; el taller de optimización de recortes ; la pimera capa de 20 (12+8) cm ; Wallis en pleno esfuerzo para la segunda capa.
Y una vez acabado, cuando podríamos habernos tomado unas merecidas vacaciones a las Maldivas, tuvimos que enganchar sin tardar cinta de doble cara en los raíles y perfiles, para poder pegar una membrana retardadora de vapor hiper-mega-bio y super-importante para evitar que la condensación se vaya a meter allí donde no queríamos. Plantas baja y primera: ¡ale-hop! Desenrollar, medir, cortar la membrana, enrollarla, colocarla bien alineada, solapar 10 cm con la anterior, desenrollar manteniendo la tensión, la alineación y el paralelismo, quitar la protección de la cinta de doble cara y pegarlo todo bien puesto. Un infierno. Un calvario. Un dolor de cabeza. Una matada. Una locura. Un gran vacío cuando te despiertas a la mañana siguiente y descubres que con la presión de las colchonetas de aislante transversales, se ha despegado y caído al suelo toda la maldita membrana. Solo en la primera planta - es la buena noticia - ya que abajo había menos cantidad.

las luces del salón, ya con toque vintage-upcycleado ; una colchoneta en huelga-de-alcanzar-su-puesto-de-trabajo ; Wallis y la membrana bio.
Entonces, pues, ¿qué remedio? tuvimos que empezar de nuevo y colocar dans la foulée, acto seguido y sin más demora, el pladur. Pero eso realmente y con toda la mejor voluntad del mundo, tuvo que ser luego (del palo un par de semanas después o así, porque la vida te lleva a veces y cuando dejas una tarea, no siempre sabes cuando podrás volver a ella, si es que vuelves. Y además, también será otra historia ya, porque se está haciendo tarde, el sol se pone sobre Wallis y Futuna y la verdad es que a finales de Setiembre, eso es lo que había.


Cuidense y pasen lo muy bien,
volveremos prontito
con más aventuras hogareñas.
Abrazos y besos,
F & W


____________________________


* el tiempo de desfase térmico define el tiempo que tarda un aislante en restituir las calorías absorbidas. Es sensiblemente superior para la lana de madera respecto a la lana de vidrio o de roca (8-10 horas contra 4, generalmente), cosa que es interesante porque las calorías absorbidas debajo de un techo durante el día en verano tenderán a "llegar" hacia el final de la noche, cuando la temperatura de la vivienda es mínima. De manera similar, las calorías absorbidas procedentes de la calefacción en invierno serán devueltas horas después de que se apagase dicha calefacción, limitando así la bajda de temperatura al final de la noche... voilà.



** equipos de protección individual.


Thursday, July 6, 2017

home(t)raveling: semana 1

Parece mentira: una semana ya que tenemos llaves... y que tenemos casa. Entre Wallis que está trabajando de veterinaria (con animales y todo, sí sí!) y Futuna que está haciendo traducción tras traducción, los primeros 7 días han pasado volando. Pero no hubo ni uno en el que no fuimos allí a currar, y hay que decir que curro no falta. Es más: parece que hay curro y lo habrá para unos años! ¡Qué ilusión! ¡Qué impresión! ¡Qué locura! ¡Cuánta felicidad! Bien.

cuando te vienen a echar una mano y llegan más preparados que tu... ¡vaya cracks!
Para empezar bien y darnos ánimos, tuvimos la gran alegría de recibir una visita casi-sorpresa y muy bienvenida de nuestros queridos M&M, con el ya-no-tan-pequeño U. Como sabían que aún no se podía vivir mucho dentro de casa, llegaron preparados, con nivel y con un estilazo: un camping-car de lujo que entró de milagro por la puerta del jardín y en el que tenían la ducha, la cocina y la nevera que tanto nos faltaban a nosotros (y nos siguen faltando, dicho sea de paso. Je je!). M. tenía un curro urgente que acabar y entregar, pero M., con la ayuda experta del ya-no-tan-pequeño U., se ofreció para hacerles una revisión a lo "servicio integral" a nuestras bicis, mientras hacíamos nuestras tareas previstas - o no tan previstas. Todo un detalle por parte de un ciclófílo profesional y emérito, ya que dichas bicis acababan de pasar un año abandonadas por una granja, después de otro año de uso frenético sin ningún tipo de mantenimiento en T. sur A.! Bueno, que entre partidas desenfrenadas de mikado y de canicas, estos dos hicieron milagros mientras trabajábamos por aquí por allí bajo un sol de fin del mundo julio, nos cocinaron unos ricos menjares y hasta trajeron de su verde Penedés un cava artesano para brindar...
de las manos de M. y U.: cuidado intensivo y MUY cuidadoso para nuestras bicis.

Aplicando religiosamente el sabio consejo de nuestro no-menos-sabio amigo G., hicimos fotos en plan "antes/después", ya que él nos dijo que fliparíamos al ver como estaba antes y que nos costaría creerlo al verlo. ¿Puede esto pasar en tan solo una semana? ¡Pues sí! Miren más abajo los antes/después y créenlo o no, al escribir este post, ya nos habíamos olvidado completamente de como estaba al entrar el primer día.

Porque empezamos, como buenos hiperactivos que somos los dos, a currar desde la mismísima tarde del día 1, abriendo 2 frentes que en realidad fueron 3:

 - la cocina, donde pensábamos poder instalar rápidamente lo mínimo básico para vivir y estar, tener fogón y nevera, una mesa y un punto limpio donde comer, estar con el ordenador, etc. Pero como era de esperar, cuando se toca una cosa, hay que tocar todo. Y cuando piensas quitar el papel de pared, terminas haciendo agujeros en los muros porque es mejor hacerlo bien y del todo que a lo cutre y a medias... Bueno, total: que había 2 capas de papel, 2 de pintura y 3 de hieso y rebozados varios; que no nos podíamos arriesgar a dejar el falso techo por si las bigas estaban mal, tocadas o carcomidas y que descubrirlo en un año iba a ser peor, así que decidimos arrancar el falso techo, que eran paneles de porexpan super-pegados a un lattis (una capa de hieso sobre listones de madera clavados de las bigas); que hubo que arrancar todo esto con pata de cabra y que fue un curro muy sucio. Total: que la cocina va para rato!

debajo del papel de pared, más papel de pared, algo de pintura, más pintura y finalmente: el muro ; pasillo vintage ; bigas y techo/parquet: sanos!

 - el jardín, donde pensábamos quitar muchas ramas y hierbas muy crecidas que no dejaban circular e invadían "un poco" todo. Había, en particular, una hiedra diabólica. La madre de todas las hiedras. Nos recordó mucho a la de T. sur A., pero en versión XXXL, y decidimos deshacernos de ella rápido, porque la hiedra es una porquería que ahoga el suelo, que parásita los árboles, que se come los muros y jode los techos para terminar engullipándolo todo como la mussaka asesina en la peli epónima. Bueno, total: que la hiedra estaba MUY agarrada y que cada metro de muro fue una lucha a muerte. Pero ya le conquistamos unos cuantos metros y fuimos descubriendo tesoros y maravillas debajo: dos ciruelos, dos manzanos y dos higueras, zarzamoras, groselleros y una parra. ¡Ta-tchán! El verano será dulce... También hay avellanos con avellanas y unos sambucos que recortamos un poco porque invadían a saco, pero tienen fama de no ser rencorosos y de volver a crecer siempre y rápido.

el jardín antes, con muchos tesoros sepultados bajo la hiedra, la ortigas y unos arbustos pinchudos ; ganando la guerra contra la hiedra...
 - el hangar, para acabar esta primera semana (¡Ford! qué rápido pasa el tiempo y qué cansancio: creo que nunca hemos dormido tan bien como estas 7 noches...). Técnicamente, el hangar forma parte del jardín ya que estaba literalmente desaparecido bajo la mismísima hiedra. Ah, la excitación de vivir y sentir lo que los arqueólogos al descubrir Angkor Wat entre raíces y lianas... Le dedicamos un par de días para su completa limpieza, porque decidimos que de cara a los próximos 2 meses o así, iba a ser un lugar maravilloso para un campo base a la fresca, con cocina de verano, vistas a la montañita que domina el pueblo y estrellas fugaces gratis! ¿El spot donde hay que estar este verano? Ya saben... Eso sí, acondicionar el hangar supuso rascar, barrer y quitar unas 4 cubos de 80 litros de caca de paloma, varios kilos de telarañas y porquería varia, categoría normal y corriente (entender: madera podrida, chatarra, juguetes de plástico, botes de pintura, cristales rotos y alambre oxidado para parar un tren).

debajo de la hiedra: muro de piedra rústico con banquito y barbacoa, frutales pletóricos con fruta madura y... hangar agrícola con carácter!
También supuso subir al techo y cambiar las tejas rotas o directamente expulsadas por la hiedra, y para quitar un nido de palomas de varios kilos (con su montón de caca incluido, en equilibrio precario bajo la biga cimera...); quitar más hiedra; cepillar las tejas en buen estado pero cubiertas de molsa. Apenas limpio y vacío, el hangar se vio convertido en el centro de reciclaje y volvió a llenarse de porquerías, pero esta vez clasificadas y separadas por categoría en unas pilas muy estéticas. Habrá que encontrarles otro sitio, porque están un poco en medio de las futuras cocina y habitación! Finalmente, también revelamos una red de canales de cemento por el era delante del hangar, cada una más taponada y llena de tierra y raíces que las otras y cuya función parece ser recoger el agua de lluvia y llevarla hasta una tubería que baja hacia la calle. Otro objetivo importante será vaciarlas todas y averiguar que funcionan para poder evacuar el agua de cara al otoño... hasta que nos equipemos con depósitos para recoger el agua de lluvia para el huerto, los baños, la lavadora y qué sé yo...

Et voilà para esta primera semana. No está mal y estamos super contentos, ilusionados y un poco rotos ya. Ja ja! No lo vamos a repetir en cada post, pero las visitas y los echajes de manos están más que bienvenidos!

Hasta pronto,
Wallis & Futuna


el encanto inigualable de lo rústico, de las telarañas y de la madera antigua... ;)



Tuesday, November 15, 2016

Hasta el fin del Sur (2 de 8)

Kagoshimeando con... ¿Rola?

la humilde, barata, cutrilla (y muy entrañable) pensión Little Asia de Kagoshima.
En el anterior capítulo, aterrizamos podríamos decir que atrenamos bueno, en fin, digamos que llegamos de noche a Kagoshima tras un viaje largo largo cruzando la isla de Kyushu de punta a punta ("hasta el fin del sur", por algo le pusimos semejante título a esta última serie de nuestras andanzas japonesas), para caer muertos en los dormitorios colectivos y no mixtos de una pensión cutrilla y barata llamada Little Asia. No supimos nunca si había alguna intención despectiva en el nombre de dicha pensión, o si apuntaba a una clientela internacional mochilera o simplemente china (se ve que si Japón se está volviendo un destino de vacaciones muy popular entre la muy nueva clase media china y sus 100 y pico millones de turistas potenciales, Kyushu siempre lo ha sido…), pero es verdad que era toda una burbujita de Southeast Asia aquí en el sur del país. Aparentemente, Kyushu es algo distinto del resto de Japón, o no es exactamente Japón ya: hasta aquí llegamos para averiguarlo. Para los desconfiados, aquí la pensión!

A la mañana siguiente, fuimos a pasear por Kagoshima y sus alrededores: el centro ciudad con vistas al volcán, el puerto con vistas al volcán, el templo con vistas al volcán y hasta la oficina de turismo con vistas al volcán. Allí ojeamos mapas y brochures turísticos para buscar un poco de inspiración y definir el menú de los siguientes días. Fue cuando - asombrados - le vimos por primera vez; salida de un catálogo de La Redoute y maquillada como un coche robado, aquí estaba, posando ante nuestros ojos incrédulos:


Rola descubriendo Kagoshima, en una de sus poses más naturales y espontáneas.
¡Rola! ¿Rola? ¿Quién rayos eres? Y ¿qué nombre es ese? ¡Aaaah, claro!
¿No será que te haces llamar Lola, pero por el hecho de usar katakana, has acabado con Rola - como este pobre al que le tatuaron "Puerto Rirco" en la espalda?
Rola. En serio, tía...

Seguramente, el primer encuentro ya había tenido lugar el día anterior, en el tren o por algún andén de alguna estación. De inmediato sospechamos que nos estaba pasando con Rola lo que suele pasar con cualquier cosa en la que uno se fija de repente, tras un tiempo de no haberse fijado: a partir de este momento, no para de ver esta cosa por todas partes. Ahora, nos parecía que Rola estaba en todos los sitios a la vez: en los centros comerciales, en la calle, en los buses y sus paradas, en los parques, por las avenidas, en los bares, restaurantes y hasta en todos los convinis... ¿Quién era Rola? ¿Qué quería? ¿Qué hacía por Kagoshima, a parte de posar con vistas al volcán? ¿De dónde había sacado esas mudas tan ralas, sin hablar de este nombre tan ralo? Caminar por la ciudad era como tenerle de amiga en Facebook, o como estar sentados en un sofá en su casa, ojeando sus álbumes de fotos: Rola cenando en un lestaurante bio, Rola en un onsen chic, Rola por un mercado hiptser, Rola sacándose un selfie cool.  No solo nos había marcado ya todo un lecorrido tulístico por la ciudad con un rastlo de instagrams a modo de migas de pan, sino que además nos imponía (a nosotros única y exclusivamente, estaba claro!) un rol de voyeurs que no nos terminaba de rolar. Perdón, de molar. Pero allá donde posábamos la mirada, la Rola Lisa nos seguía con la suya...

tres imágenes excepcionales de Kagoshima en las que NO aparece Rola: el puerto y el volcán, el anochecer sobre un charco y un yate en la hora azul...
A la mañana siguiente, hartos de toparnos con Rola en cada esquina, fuese la de un baño público ("pero ¿por qué nos sigues, tía? ¿no tienes na' mejor que hacer?), pillamos un tren de cercanías hacia Higashi-Kaimon, minúscula estación al pie del Kaimon Dake. Se trataba de otro volcán, este también medio sagrado, medio turístico, medio típico y medio dejado de la mano de Dios, en la falda del cual el mapa inteligente e interactivo de hatinosu nos sugería un área de camping de fácil acceso, equidistante de una playa con onsen (unos 5 km hacia el sur) y de un lago con onsen (unos 5 km hacia el norte).

- no tenemos los derechos para esta foto - we do not own the rights of this picture -
Para llegar allí, tuvimos que resistir a la tentación de bajarnos en Ibusuki, balneario costero famoso por su playa termal donde la gente pagaba un pastón en ¥ (o 円) para hacerse enterrar viva hasta el cuello y disfrutar un rato de la experiencia - cosa que se suponía era agradable y saludable! Habiendo visto la cara de la mismísima Rola a ras de arenas calientes en formato 4x3 en murales de shopping mall, nos fue fácil NO salir del tren y esperar unas paradas más para llegar, solos ya, a nuestro destino un(t)raleved. Tras haber admirado una icónica puesta de sol detrás del Kaimon Dake y haber pateado un barrio residencial medio abandonado en la creciente oscuridad de un anochecer sin luna, llegamos entre arrozales al área de camping donde nos encontramos la recepción cerrada. A tientas, elegimos un sitio llano entre árboles y montamos nuestro chiringuito, incluida nuestra súper tienda que aun estaba por estrenar. Unos fideos instantáneos más tarde, estábamos dentro de los plumas: estrenando la tienda. A la mañana siguiente, nos despertaron las voces cercanas de un grupo de japoneses. Parecían mayores, se movían lentamente y con precaución en torno a la tienda pero, entre sus risas, se escuchaban unos ruidos singulares: golpes secos y agudos como los de… un partido de golf. Subiendo la cremallera de la tienda y arriesgando un ojo hacia fuera,  descubrimos la silueta elegante y simétrica del Kaimon Dake justo detrás de los arbustos de la cerca del "camping" y el grupito de golfistas jubilados que salían ya hacia el décimo agujero de su partido. Imaginen el momento de soledad que nos agarró… En nuestras defensa y descarga, este "camping" resultó ser una especie de huevo Kinder local - su verde y perfecto césped siendo a la vez camping, campo de golf y merendero de fines de semana, según lo que buscaba la clientela. Nunca se había visto semejante adecuación de la oferta y la demanda. Pragmatismo asiático en acción: todos felices y nosotros también.

Icónica puesta de sol en el Kaimon Dake desde el andén ; icónica tienda de campaña un(t)raveling en el "camp-ing de golf".
Abandonando la cómoda seguridad de la tienda, salimos con una mochila, con cuatro cosas y con rumbo al mar. Pagamos el "camping" para tres noches - una de cuales ya habíamos consumido - y rechazamos muy educadamente el ofertón especial para inquilinos: un descuento para el alquiler de material de golf y el pass para jugar ad libitum! Navegando a ojo y rondeando el pie del volcán por el este, llegamos a la playa en una horita de caminata bajo un sol generoso y seguimos hacia el este con la esperanza de llegar a un supuesto cabo con jardín botánico y templo Shinto incluidos. La playa de arena negra y dique de cemento estilo Lego era pintoresca, el agua de una temperatura muy agradable para ser ya principios de noviembre y el cabo, lejano. Tardamos la mitad del día en llegar allí, para descubrir que el jardín botánico era un parque temático bastante hortera alimentado por convoyes de buses de tour operators, y el templo Shinto un mero pretexto para mantener a su alrededor 5 o 6 tiendas de recuerdos sagrados, dientes de tiburón y demás artesanías de mal gusto. Por suerte, el cabo se salvaba por unas inmejorables vistas al océano y la inmensa bahía de Kagoshima, por la presencia serena del Kaimon Dake en el fondo y por un faro muy fotogénico que también se reflejaba - aunque en un charco de estos que deja la marea baja.

la hermosa playa entre el Kaimon Dake y el Cabo-timo ; un auténtico guiri en pleno éxtasis guiríl ; un fotogénico faro en un charco efímero.
También merecía un minuto de atención una estatua de "la tortuga y el pescador", protagonistas de una leyenda local universal y famosa en la que por amor, la tortuga se hacía humana o el pescador vivía en el fondo del mar y cada x tiempos, volvía él o ella a su forma original por la añoranza de su anterior vida. O tal vez uno de los dos se moría de tristeza o a cambio de oro, dejaba su vida y su cuerpo para otro distinto… En fin, no recuerdo bien bien la historia exacta, pero era una leyenda de estas que son todas iguales y siempre lo mismo. Además, sí recuerdo que lo importante era que el amor podía con todo y triunfaba al final, claro*. Y que si tocabas la estatua, vivías feliz para el resto de tu vida, garantizado y jurado por Snoopy (que es casi casi una divinidad en Japón). Entonces, pues claro que tocamos la estatua, al igual que las manadas de turistas que por allí transitaban. Con tanta bendición en mano, emprendimos el camino de vuelta. Y con el sol que bajaba otra vez detrás del Kaimon Dake ya, nos acercamos a la línea de tren que seguimos un rato a una distancia prudente, hasta toparnos con una estación anterior a la nuestra. Y fue allí donde nos la volvimos a encontrar inesperadamente:

cuando resulta que tu estación de tren desierta en el fin del mundo es muy cool...
¿Rola? ¿Aquí? ¿Otra vez?

Pues sí: Rola, rolísima. Aquí, en el andén de la parada de en-medio-de-la-nada, posando con un helado de mango delante del Kaimon Dake y colgando la foto en Twitter para (aparentemente) la máxima felicidad de sus miles de seguidores. ¡Vaya rola rollo! Venir a perderse en este sitio donde Sylvain Durif perdió la charentaise y descubrir que se había vuelto una especie de hype kyushu-esca desde que la tía esa (¿quién rayos era, por cierto?) había paseado por allí su bolso de conjunto con su helado. Solo nos faltaba descubrir que también había jugado al golf donde Wallis plantó la tienda de campaña… Regresamos al camping y mientras preparábamos la cena, decidimos hacer lo necesario para no volvérnosla a cruzar: nos iríamos por el camino más largo y menos transitado. Cogeríamos un bus local a la mañana siguiente para volver a Kagoshima, pasando por el interior de la península de Ibusuki y el lago ese al que nunca fuimos a pie. Parando en cada parada y tardando el día entero, el bus nos dio una buena idea de lo que nos habíamos perdido en el lago ese: un copiar y pegar del Cabo-timo con su parque temático, sus autobuses de tour operators y sus tiendas de artesanías de mal gusto. Al llegar a Kagoshima, no miramos ningún cartel de camino a la pensión Little Asia. Tampoco abrimos ningún folleto turístico. Nos fuimos directo a una habitación doble, donde nos encerramos para repasar las fotos de estos últimos tres días, a ver si la tía se nos había colado en el background de alguna de ellas!

"fais comme l'oiseau, ça vit d'air pur et d'eau fraîche un oiseau, d'un peu de chasse et de pêche, un oiseau…" y nosotros, pues lo mismo: de mochila y tren de cercanías.
Después de esta escapada en guiri-landia y de un merecido día de descanso, con instant noodles y wi-fi gratuito en la pensión, volvimos a empacar todo para hacer como el aguilucho de la foto: emprender el vuelo otra vez, hacia otras frescas y exóticas aventuras. Tuvimos un pensamiento cariñoso por todos estos turistas - fuesen de acá o de allá - cuyo pack de vacaciones incluía la singular experiencia de permanecer un rato enterrados vivos en una playa de arena caliente, en un yukata de alquiler con estampado floral, debajo de una multicolor sombrilla de nylon, cuidadosamente alineados junto a dos o tres docenas de compañeros de desgracia y teniendo, para colmar el vaso, que sonreir para la posteridad (o para darles envidia a los colegas al volver a la oficina). El sueño clasi-mediano o pequeño-burgués de las vacaciones pagadas hecho realidad... ¡Yeiii!


activando la gran fábrica de sueño de la industria turística: ¡sonríen! ¡dientes, dientes!


Ya está bien para hoy.
Besos y abrazos para todos,
W. y F.



________________________________________


* Me canta Wallis en la oreja que el pescador salvó a la tortuga presa de unas redes y que ella a cambio le invitó a... No no no! Para. Resulta que él no paraba de preguntarle cosas a ella sobre su pasado. - ¿A la tortuga? No, espera. Era algo como lo de Orfeo: había una cosa que él no debía hacer y evidentemente, la hizo y se fue todo al carajo. Lo que sabemos es que al cabo de muchos años (eso sí: la tortuga es universalmente símbolo de eterna longevidad), el pescador volvió a su pueblo y la primera persona que se encontró le habló de una leyenda de un pescador que había desaparecido siglos atrás... Bueno, la típica leyenda que termina con puesta en abismo como la etiqueta de Vache qui rit.

Friday, September 23, 2016

un poco más lejos aún... (1 de 8)

un(t)raveling Tokyo y alrededores


desde el calor húmedo de una lavandería con vistas, lluvia a cántaros sobre Osaka.
Después de veintipoco románticas y agitadas horas a borde de un crucero bastante oxidado y muy pero-que-muy-muy hortera, con mar desmontado y con-pasajeros vomitando a por doquier por culpa de un tifón (typhoon?) con mucha mala leche, llegamos por fin a Osaka, nuestro puerto de entrada al lejano y exótico Japón. Tras cruzar Europa y Asia en tren, embarcarnos para Corea del Sur y vivir allí unas aventuras tan verdes como fueron lluviosas, Japón era a la vez nuestro auténtico fin del mundo y una especie de Ítaca-siática: isla añorada, hogar perdido y objetivo al que entregarnos sin condiciones... No que estuviéramos acá solamente para "hablar de nuestro libro", pero les recordaremos sin embargo - y sin darle más vueltas al asunto - que si se han perdido los anteriores capítulos y les muerde, voraz, la curiosidad, podrán buscar en estas columnas relatos diversamente informativos de todas (o casi todas) nuestras andanzas con rumbo al fin del mundo: desde la madriguera del Ariège hasta el aquí y el ahora, 16.000 km de relatos ilustrados. Naveguen, pues, con el cómodo menú de la derecha, cliquen tanto como quieran y en definitiva: ¡entren y vean! Voilà.

diluvio sobre un depato (deparutumentu sutoru) céntrico ; sonata para neón y paraguas ; riquísimo okonomiyaki osakense con kastuobushi*.
Pasado el control de inmigración, nos recibió una Osaka con lluvia fría y cielo bajo. A partir de allí, el plan era que no había plan. Se había diseñado parte del itinerario por Europa y Rusia pero todo lo demás era página en blanco, mar abierto, trapecio sin red etc, etc... O más bien sí que algo de plan B había: nuestro querido Hiro-san nos había ofrecido un techo en Tokyo, al que pensábamos acudir más adelante. Pero tanto la meteo como el silencio de los amigos por Kyushu y el Kansai nos llevaron a aceptar su invitación sin más demorarnos. Se trataba, pues, de aprovechar el día en Osaka para lavar ropa sin mojarnos más de la cuenta, comer algo rico y caliente y conseguir pasajes en un autobús de noche con rumbo a la capital ; de poder ser, hasta la estación de Shibuya y de allí hasta los brazos acogedores de nuestro Hiro-san salvador (juego de palabras un poco flojo, pero hay que calentar motores).

¡ups! al parecer estamos ya en Tokyo, de camino etre Shibuya y casa de Hiro-san.
Para conseguir nuestra meta de lavar ropa, un hotspot de wi-fi en Busan nos había permitido encontrar una lavandería automática cerca del metro y justo en el trayecto entre el muelle y la estación de buses. Así que fue llegar allí, entrar, despelotarnos casi integralmente - como en el clásico anuncio de Levi's (del 1985, con un gran éxito de los Creedence Clearwater Revival de banda sonora: para los nostálgicos, sigue allí) y lavar lo que teníamos para lavar mientras leíamos un rato, hacíamos cuentas de los últimos días por Corea del Sur y soñábamos con algo rico y típico que comer antes de subirnos al autobús. Si la comida en Japón tiene fama de ser algo carilla (y es cierto que lo es, más aun con el euro cerca de los 110 yens el día de nuestra entrada en el país), existen opciones ricas y baratas para no pasar hambre sin arruinarse. Los onigiris y makis de los combinis (convenience stores del tipo 7/11 o Lawson's) son de los básicos más funcionales: el arroz para llenar, el resto para darle un poco de vidilla. Entre los muchos sabores disponibles, el de atún y mayonesa es sin duda nuestro favorito, aunque hay uno de umeboshi (una ciruela agria fermentada) que tiene mucho carácter y sabe a Japón que lo flipas... El café con leche del 7/11 - menos dulce que el del Lawson - también es un básico barato que ayudará a los cafeinoadictos a no sufrir demasiado los síntomas de la abstinencia. En fin, volvamos al tema: con la ropa limpia y seca, las mochilas hechas, las fundas impermeables bien colocadas y hasta con un paraguas de usar y tirar encontrado por allí, volvimos al metro y de allí a la estación de autobuses, no sin haber encontrado en la acera una cartera abultada por un buen fajo de billetes. La recogimos y la llevamos al dependiente de la primera tienda que encontramos, para que la guardase hasta que alguién viniera a por ella, o que la policia andara buscándola por la zona. Perdón por el topicazo pero: cosa impensable en cualquier lugar del mundo que no fuese Japón, es muy probable que su propietario la haya llegado a recuperar con la cantidad exacta de dinero con la que la perdió.

en el tejado del superático-laboratorio-madriguera de Hiro-san: tres gatos de reencuentro disfrutando inmejorables vistas al skyline Tokyoita!
A todas estas, nos pasamos la tarde en el centro comercial - shopingu maru o depato, como los llaman aquí - de la estación, mirando la última oferta de electrodomésticos, hi-fi y telefonía, la moda del otoño 2016 y salivando en el food plaza del ático. Ante una oferta pletórica, escogimos finalmente un pequeño local tan lleno (de gente y de humo, ambos señales favorables) como acogedor, cuya especialidaz era el auténtico okonomiyaki de Osaka ; el original, dirán los aficionados. Preparado ante el afortunado cliente y cocido en la pequeña plancha de la mismísima mesa, el okonomiyaki es una especie de tortilla de huevo, col rallada, harina y fideos, que se sirve y disfruta caliente, cubierta de mayonesa, salsa picante y katsuobushi (véase abajo información acerca del producto*). Luego todo pasó de repente: medio tumbados en los asientos de un cómodo autobús de noche, nos dormimos en la autopista, perseguidos por la cola del maldito tifón. Nos acompañaron en el sueño noticias de retrasos, accidentes, ejes cortados, Godzilas iracundos y demás catástrofes naturales a lo grande. Pero no: al final de la noche, amaneció (que no fue poco).

apenas llegados, empezó la fascinación de Futuna por los zorros Hinari.
En poco tiempo estábamos en Shibuya y de allí, tras un trayecto bastante rápido en el famoso metro en hora punta, nos plantábamos abajo del edificio que nos había indicado Hiro-san. Eso sí: nos costó casi una hora entender cómo y dónde había que llamar al timbre para poder entrar y subir hasta la planta 13 (no pasa nada en Japón con el 13 ; el problema aquí es más con el 4). Allá arriba, descubrimos en un abrir de puerta: no solo que en más de 10 años, Hiro-san parecía más joven que la última vez que nos habíamos visto en Paris (fuimos compañeros de residencia de anatomía patológica veterinaria entre 2002 y 2005), sino que también había montado en un cómodo duplex con vistas panorámicas, un concentrado de laboratorio de histopatología. En la cocina, entre máquina de café y dos neveras (¡ojo! una con comida y otra con muestras y reactivos), un banco de recorte e inclusión en cera, un micrótomo y una batería de kits de tinciones convencionales ; en el comedor, cuatro puestos de trabajo con microscopio, ordenador y dictafóno ; en el salón, el estándar telefónico, el fax y los ordenadores de secretaría, además del rinconcillo para tomar té y café. También contaba con un cuarto de baño de lujo y arriba del altillo, con un despacho y una habitación que pudimos invadir sin interferir demasiado con la febril actividad del lugar. A lo largo de la semana que pasamos allí, procuramos estar despiertos cuando llegaba el primero y no volver de nuestras escapadas hasta avanzada la tarde, para no entorpecer el trabajo. Misión difícil, por no decir imposible, ya que cada mañana - incluidos los domingos - alguien llegaba sobre las 07:00. Pasadas las 21:30, también solía haber alguien abajo todavía, rematando su jornada laboral.

Además de ser muy cómodo, nuestro campo base tokyoita ofrecía una convivencia cordial con el equipo de Hiro-san y un acceso fácil a muchos lugares céntricos. Entre ellos, el ostentoso barrio de las embajadas, donde dedicamos estresantes días y horas para conseguir el visado para China, así como algunos otros más raros y para coleccionistas: los de Kazakstán, Uzbekistán y Turkmenistán.
akita-inu, dueña pija y casa de arquitecto en el alto barrio de las embajadas...
Nuestra idea en aquel entonces, para seguir sin volar, era volver (a pie por la China, si andan por acá lectores francófonos amateurs de contrepèteries...) por la ruta de la seda. Resultó, tras 3 intensos días de idas y vueltas, ataques de nervios y desesperación, que obtener el visado para China desde fuera del país de residencia habitual ya no era posible. O sea: en teoría, sí. A la práctica, la lista de documentos e informaciones que había que proporcionarle a la borde de turno de la taquilla de la embajada de China en Tokyo cambiaba y se alargaba a medida que le íbamos entregando lo que necesitaba solo unas pocas horas antes. O sea: que no hubo manera, ni tras cinco visitas, de que tan solo aceptase nuestros formularios, expedientes y documentación sin sacarse de la manga una nueva pega. O sea: que si no le llegamos a insultar fue por la barrera del idioma, ¡no por falta de ganas, ni por el tamaño letal de sus uñas postizas! La ruta de la seda se nos demontó, pero no importaba: llevábamos tan solo cuatro días en Japón, de los dos meses que pensábamos estar por allí y tanto "el futuro" como "la vuelta" nos parecían cometas flotando a lo lejos en el azul celeste de un día sin nubes - o algo cursi del estilo. También aprovechamos estos días para explorar vecindarios y distritos de carácter, para ir a ver la estatua del perro-que-esperó-a-su-dueño-fallecido-en-la-salida-del-metro-durante-años, los jóvenes-que-andan-por-la-calle-disfrazados-de-heroes-de-manga y demás curiosidades típicas que un turista gaijin no se debería perder para no fracasar en su inmersión cultural a lo Lonely Planet (noten por favor la ironía sutil y cambiemos de tema sin perder más tiempo...).

el selecto local con clientes, sakes y el jefe/motero reinando detrás de la barra.
Pero la sorpresa más grande que nos reservó Tokyo llegó tan solo en nuestro segundo día y nos vino de Hiro-san. A eso de las siete de la tarde, un día de semana como cualquier otro, nos ofreció ir a tomar algo con él y su pareja después del trabajo - hasta aquí, muy bien. Nos llevó, pues, por su barrio, hasta un lugar para tomar sake: un local pequeño a lo Jiro dreams of sushi en el que se respiraba un auténtico aire de bar de la esquina de toda la vida. Hasta el dueño, que nos saludó muy cariñosamente, parecía sacado de una peli del Kitano: algún jefe de sección local de los Hell's Angels jubilado, o quizás un sicario fuera del mercado, viviendo aquí una nueva vida anónima y respetable. Se trataba en realidad de un templo de la cata de sakes finos y, para acompañarlos, de una tentadora oferta de delikatessen más exquisitos los unos que los otros. Eramos cuatro, así que en la primera, probamos cuatro copas de cuatro sakes distintos. Hicimos lo mismo en la segunda ronda, con cuatro sakes más. Y repetimos en la tercera ronda con cuatro sakes más. A estas alturas, ya nos estabamos poniendo finos, pero fue cuando Hana-san tuvo la gran idea de proponer una cuarta ronda, en la que cada uno tendría que elegir y pedir su favorito para volverlo a catar. ¡Grande Hana-san! Los platitos de riquísimas tapitas se iban siguiendo y el local empezaba a girar como una mala cosa. Tras pagar sin temblar (y hasta con gusto) una cuenta bastante salada, nos ibamos a separar cuando Hiro-san también tuvo la gran idea de proponer una locura de las buenas:

tapitas de lujo ; generosas rondas de sakes selectos ; más tapitas de lujo, luego más generosas rondas de sakes selectos, luego más tapi...
Ya que el fin de tifón significaba una corta ventana de cielo excepcionalmente despejado, nos pasarían a buscar con el coche abajo del laboratorio a las cuatro en punto de la madrugada para ir juntos a ver la salida del sol sobre el Fuji-san... y volveríamos a tiempo para que cada uno empiece su día como si nada. ¡Grande Hiro-san! Así que fuimos hasta [su] casa, que no era el polo para nada, pero que nos costó encontrar con eso de las rondas de sake. Eso sí: con un colchón nos bastó... Nos metimos en la cama con sueño y con el despertador que en un cerrar - y abrir - de ojos, ya sonaba el fin de nuestra breve noche. Abajo ya estaban Hiro-san y Hana-san, con la radio puesta y caritas de dormidos. El Futuna tardó tres cuadras en caer y volver a empezar la suya, mientras Wallis, muy educadamente, daba conversación a los anfitriones/pilotos (cuentan que el trayecto fue bonito; el narrador no puede confirmar). Lo cierto es que al salir del coche, nos esperaba esto:
el Fuji-san  de madrugada: en traje de Adam, al natural, vestido de mar nube.

Estuvimos un buen rato, abrazados en el frío húmedo que anunciaba el amanecer, mirando la silueta simétrica y perfecta del Fuji-san cambiar muy lentamente entre sus cincuenta sombras de azul. Aparentemente, la fascinación que ejercen las montañas sobre los seres humanos no tiene cultura ni nacionalidad... Con el primer rayo de la mañana, se tapó el cuello como para decirnos que ya nos podíamos ir, cosa que le iba muy bien a nuestro Heroe-san del día. Le esperaba una buena paliza para llevarnos de vuelta a casa, justo a tiempo para empezar su día de oficina... El privilegio de ver al emblemático despejado nos hizo olvidar que se estaba por terminar, pocos días después, la temporada "oficial" de ascensión. En breve cerrarían los refugios e itinerarios hasta la cima. Después del Teide y del Mulhacén, teníamos la esperanza de podernos hacer con otro 3.000 volcánico. Pero coronar la mítica cumbre japonesa tendría que esperar unos años más y una hipotética próxima visita al archipiélago... Tant pis. Cogimos unas últimas imágenes** para el recuerdo (sino la posteridad) y nos subimos al coche, donde Futuna se puso a rancar apenas arroncado el motor y no se despertó hasta llegar "a casa". A continuación, nuestro día fue bastante light: nos conformamos con caminar hasta el parque de la esquina y mirar allí a la gente paseando con sus perros en carritos de bebés, circulando muy civilizados en sus bicis eléctricas o volviendo de la escuela, muy solemnes en sus uniformes impecables.

chuchos al sol y niños cazando libélulas: escena universal de barrio cualquiera.
También aprovechamos la madriguera de Hiro-san como campo base para ir a explorar las afueras de Tokyo, concretamente la ciudad playera de Kamakura y la sierra cercana de los montes sagrados Tanzawa et Tonodake, justo a medio camino entre Tokyo y el Fuji-san, ambos miradores excepcionales para el viejo gigante. Pero parece ser que este post ya se está alargando más de la cuenta: tendremos que dejar esto y lo demás para el próximo capítulo... Para ahora, y para rematar el tema de las múltiples vistas al Monte Fuji, digamos que salvamos lo que quedaba del día y fuimos a visitar el famoso edificio del ayuntamiento. Wallis ya conocía su famosa planta 45 y sus increíbles 360º de ciudad, suburbios y alrededores. Al Futuna, le tocaba descubrir la vista y... el cuento. Fueron necesarios un ratito de metro lleno de gente hasta reventar, algo de andar por pasillos futuristas y asépticos, unas pocas escaleras y un control de seguridad rutinario para llegar al pie de ¡la madre de todos los ascensores! Otro topicazo de circunstancia: "Japón, tierra de constrastes y bla bla, bla bla bla, tradición y modernidad, bla bla" o aquel otro de "el budismo zen, el Wu Wei, el Todo y la Nada, bla bla bla". De acuerdo. Fíjense ahora en que, bueno, un poco de verdad debe tener. Ahora saldrán los aficionados al argumento de que si ha pasado a ser un tópico, por algo será. Por lo menos el ascensor, en eso del todo y la nada, sí que algo entendía del tema...
unos clásicos rockeros franceses cantaban "andas como un robot por los pasillos del metro" ; el todo, la nada y el gran misterio de en medio.
Pero lo más fuerte era lo que nos esperaba arriba: un salón mirador panorámico con tiendas de postales feos, de souvenirs cutres a lo "tu nombre en kanji" y demás productos típicos para guiris. Al lado de las inmensas ventanas abiertas hasta el horizonte, unas impresionantes fotos con colores ektachrome de los años 70 pretendían mostrar lo que había que ver. Y es que recordaba un poco las famosas (y absolutamente auténticas) fotos de las cimas mallorquinas de la sierra Tramontana vistas desde lo alto de Barcelona, del castillo de Montjuic o del parque del Tibidabo. Bueno, nada mejor que un par de imágenes para explicarnos e ilustrar el tema. Aquí las tienen, pues. El resumen de nuestros primeros días en Tokyo podría ser que si nos fascinó el primero, no nos pareció satisfactorio este segundo avistamiento del Fuji-san y que teníamos ganas de ir a por el tercero sin esperar mucho! Gracias a la gran hospitalidad de Hiro-san (¡gracias, gracias y gracias otra vez!), pudimos dejar las cosas, escaparnos unos días más ligeros y finalmente volver:

eso con detalle, más fotos, alguna sorpresa y un poco más de Tokyo en el próximo capítulo...

le Mont Fuji depuis la tour de l'hôtel de ville de Tokyo, ou quand le mythe se heurte à la réalité! les arbres aussi ont poussé...


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* Acerca del Katsuobushi: Katsu-o-Bushi NO es una música, auteura-compositora-intérprete, bailarina, cantante y productora británica, nacida el 30 de julio de 1958 en Bexleyheath, Reino Unido. No. Katsuobushi es el lomo de atún seco y rallado que se usa para darle sabor al caldo o para aliñar y decorar platos de arroz, ensaladas o el okonomiyaki. Una delicia. Además, y no es poco, el Katsuobushi baila suavemente al ritmo de tu canción favorita mientras el okonomiyako se termina de hacer en la plancha: ¡Japón es lo más de lo más!

** Acá las tienen: panorámica poco antes de... y retrato poco después de salir el primer rayo... por lo visto, al hacerse la luz, el Fuji-san suele ponerse tímido y taparse un poco ; bueno, eso fue lo que nos pasó. Aun así fuimos muy afortunados que Hiro-san nos llevara allí el día anterior y fue todo un privilegio presenciar esta salida de sol! El efecto cola de tifón duró poco, pero fue verdaderamente milagroso.