Monday, January 2, 2017

Hasta el fin del Sur (8 de 8)

el retorno a Fukuoka...

Hablamos de "retorno" porque 1- ya habíamos pasado, aunque muy de prisa, en el camino de ida y 2- pues porque tiene su importancia. Recién caídos de Kyoto en un autobus de noche, tras asistir al festival del Jidai Matsuri (y antes de empalmar una larga serie de trenes locales para cruzar todo Kuyshu de par en par), ya habíamos hecho una parada téchnica en la estación central de Fukuoka, buscando un locker donde dejar un considerable sobrepeso de nuestras mochilas. Aquí Kyushu, teníamos intención de caminar y acampar más, hacer más senderismo y estar más en autonomía en este sur del sur de Japón, que durante el resto del no-viaje. También habíamos decidido ir a explorar la isla desconocida. Nos hacía falta todo lo necesario para poder acampar, y los menos trastos posibles para poder caminar con las mochilas encima.
las piedras de los jardínes de los templos: un poco de zen en este mundo loco...
La cosa es que no había lockers vigilados en la estación central. Solo de estos de monedas como en las piscinas, con instrucciones muy claras en inglés: duración máxima 72 horas. También decía que se vacíaban automáticamente los cofres al cabo de 72 horas, y que se guardaban los objetos en un almancen durante 2 meses antes de ser "destruidos". También se estipulaba (en inglés todavía) que, por supuesto, si se prentendía recuperar los objetos dentro del plaso definido, se cobraría cada día de custodia en el almacen. Total, ya ven por donde va la cosa: pensamos "eso es Japón, es el país más seguro del mundo, donde la gente es más respetuosa (del palo que se te cae la cartera por la calle y la dejan en el mismo sitio para que la encuentres 2 días después y la pasta sigue dentro, y lo único que han hecho ha sido meterla dentro de un ziplock para que no se te moje!) ; el almacen está custodiado y seguro que lo identifican todo bien". La tarifa para 3 semanas ou 1 mes nos iba bien y, miren, ¿acaso teníamos plan B? Así que deshicimos y rehicimos las mochilas enteras, en el suelo de la estación, a las 7 de la mañana. Dejamos todo lo no-indispensable bien ordenado en bolsas de plástico, todo bien atado juntito con cordones, dentro de un cofre mediano. Y dejamos encima de todo una nota manuscrita, con nuestros 2 nombres completos y que decía en mayúsculas bien formadas y en inglés bien básico:

"QUEREMOS DEJAR ESTO AQUÍ UN MES.
VOLVEREMOS A POR ELLO ANTES DEL 7 DEL PRÓXIMO MES.
PAGAREMOS EL PRECIO ESTABLECIDO.
¡MUCHAS GRACIAS DE ANTEMANO!"

Pusimos yens para las 72 primeras horas y nos piramos a coger nuestro tren. Sabíamos que iría todo bien al menos durante las siguientes 4 semanas... Total, nos repetimos una y otra vez en las primeras horas de viaje en tren: es Japón. Sinceramente, no puedo pensar en otro país en el que hubiera hecho eso. Dejé mochilas semanas en Guesthouses de Tailandia o Malasia, diciendo "volveré y pagaré al volver". Pero siempre había un ser humano con el que se concluía el trato antes de irme.... Bueno, la cosa es que tampoco había un plan B. Y salía ya nuestro tren...

Futuna va de local de toda la vida en una biblioteca de barrio.
Tras una primera noche muy folklórica en un Manga kissa (ver anterior capítulo) cerca de la estación, volvimos al locker a buscar a quién pagarle para recuperar nuestras cosas. No tuvimos que buscar mucho: nos esperaban allí, y nos reconocieron rápido! Y nos veas tu si nos echaron la madre de todas las broncas! Que qué inconscientes eramos! Que qué eso no se podía hacer! Que cómo se nos ocurría poner a la gente en situaciones así! Que se pensaban que eran cosas de terroristas! Que con lo que pasó anoche, chicos! (eso no lo entenderíamos hasta días más tarde, claro*)... Pero lo peor de todo, no se lo pierdan, es que la historia hubiera colado más o menos. Solo que dijimos que volveríamos para el día 7 del siguiente mes. Y nos presentamos, qué sé yo... el 9 quizas! Bueno, nos arrastramos por los suelos, pegándonos latigazos con las tiras de las mochilas. Imploramos y pedimos perdón. Invocamos a Kannon (Avalokiteshvara, el bodhisattva de la compasión). Juramos que no lo haríamos más, nunca jamas: ni en esta vida, ni en las siguientes. Nos pidieron los pasaportes para apuntar nuestros nombres y averiguar que coincidían con los de la nota que dejamos. Total si eramos terroristas o teníamos malas intenciones, ¿para qué íbamos a volver? Y si íbamos a volver, ¿porqué íbamos a dar falsas identidades? Se nos ofreció finalmente abonar el importe previsto - cosa que hicimos con gusto porque ya estaban colocando en pilas perfectas sobre el mostrador, todas nuestras bolsas de plástico bien atadas con los mismos cordones que las dejamos bien atadas un mes (y 2 días) antes. Después, nos instalamos cómodamente en un rincón del almacen y empezamos a reorganizar todo dentro de nuestras mochilas (como habíamos hecho a la ida, pero al revés) mientras nos miraban pensando ¡vaya desastre de gentuza estos gaijins! Debo confesar que nos moríamos de vergüenza por dentro... y por fuera también, del palo ¡Tierra, tráganos!

en alguna periferie de Fukuoka, el Futuna y el Shimon-chan, más filósofos que nunca, contemplan la posibilidad de esta isla, o algo así...
Antes de marchar, les volvimos a dar las gracias con caras de extrema desolación. Y nos dijeron lo siguiente: "- Por favor, nos dijeron, no se lo contéis a nadie! Nadie tiene que saber que habéis podido hacer esto. Sino vendrán muchos y lo harán. Y eso no puede ser! Así que les rogamos, por favor, no habléis de esto con nadie!" Contarlo, creo que lo podemos contar, pero como un ejemplo de lo que NO hay que hacer en Japón con lo respestuosa que es la gente: ¡abusar! Entonces, os rogamos a tod@s que NO lo hagáis jamas! O por lo menos, no en la estación central de Fukuoka! Id a probar elsewhere... Ahora bien: muy mucho arrepentidos, respetaremos un momento de silencio:


piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii________________________________


Ya podemos seguir con este no-viaje por el sur del sur. A los pocos días de llegar, nos encontramos con nuestro amigo Shimon-chan, que nos invitó a quedarnos en casa de su abuela y nos llevó a visitar Fukuoka y los alrededores. Con él probamos los más destacados puestos de ramen de la ciudad, el mítico capuccino ramen, hecho en un caldo de cerdo casero tan grasiente y espeso que su textura recuerda la del café con leche! Preparan este caldo hirviendo grasa y huesos de cerdo durante horas y horas en una olla gigante. Cuando entras en la calle del restaurante, girando en el extremo de la manzana, te asalta un olor a grasa de cerdo que casi te tira al suelo. Es brutal. Para facilitar un poco la digestión de esta barbaridad de caldo, se le añade ajo fresco, exprimido al momento por el consumidor. Una vez en la vida, es una experiencia única. Dos veces o más, tiene que envene-matarte, fijo.

premier ramen bar ; deuxième ramen bar ; troisième ramen bar: rencontre avec le capuccino ramen au porc et à l'ail ; et gaaaame oooover!

Pero no se piensen que todo fueron atracones de ramen e indigestiones! Hubo cultura y turismo civilizados, decentes - espirituales incluso. El Shimon-chan nos llevó de templos y museos, incluso con su abuela. Paseamos por algún que otro parque de la ciudad, y hasta probamos un té verde absolutamente divino en la tetería de un templo Shinto invadido por familias que celebraban el Shichi-go-san (七五三, literalmente 7-5-3, "Siete-cinco-tres"). Se trata de una ceremonía que tiene lugar cuando cumplen 3 y 7 años las niñas, y cuando cumplen 5 años los niños. Está asociada con la entrada "oficial" de los niñ@s como miembros de la sociedad (antes de esta edad, no se espera de ellos que tengan un rol social, por una costumbre heredada - nos cuentan - de épocas con altas tasas de mortalidad infantil en el país). Eso significa también una salida un poco abrupta del paraíso y de la burbuja protegida en la que viven hasta este momento. Me imagino a la mañana siguiente ya, tras haber sido reina/rey por un día, como se doblan y guardan cuidadosamente los hermosos trajes que se encargaron para la ocasión, y como empieza una larga vida de rendimiento, de presión, de exigencias y de estrés... ¡Vaya resacón, nene! Bueno. Tradicionalmente solía ocurrir el día 15 de noviembre, pero se celebra hoy en día durante todo el mes de noviembre y fue ási como tuvimos la suerte de presenciarla. Además de las escenas típicas de esta celebración, también capturamos de reojo y con cámara, casi sin querer ni apenas darnos cuenta, un drama tierno y silencioso entre un niño, unas carpas koi (鯉) y una niña:

aquí tenéis el pequeño drama en forma de fotopoema en cuatro actos y sin palabras, ya le iréis añadiendo voces si os inspira o apetece...

Antes de decirnos adios, Shimon-chan (que recibía la visita de una amiga antes de volver con ella a Australia), también nos invitó a ir a visitar y saludar a su abuelo, cuyas cenizas estaban en un pequeño templo del barrio. Lugar precioso, con una terraza de madera abierta a un jardín de estos cuya cuidadosa estética desprendre una serenidad, una paz y un sentido del equilibrio tan perfectos y naturales... que te pueden acabar angustiando de tanta perfección ordenada con tanto natural que parece que no lo ha hecho nadie... El arquetipo de esta perfección en la no-forma, en este intervenir con arte hasta que parezca que no hubo intervención otra que la mano de la naturaleza, se encuentra seguramente en el parque que rodea el Kinkaku-ji, el pavellón de oro, en Kyoto. Tan equilibrado que marea. La paradoja rebota y en tu cu... No obstante, está este principio en cada uno de estos jardínes, hasta del más pequeño y humilde templo de provincia. Ahora: fue un placer y todo un privilegio descubrir Fukuoka contigo, Shimon-chan. Muchísimas gracias otra vez, y ya sabes que tienes casa donde sea que nos quieras ir a visitar en el futuro!

ceremonia del té for dummy ; muchos años de dedicación para conseguir la ilusión de la no-intervención ; y un selfie de despedida.

Ya nos quedaba menos para emprender el camino de vuelta: con una última semana antes de agotar nuestros visados y con nuestras ganas de pasar unos días tranquilos por Kyoto antes de dejar el Japón atrás. Habíamos estado por Kyoto ya, cada uno de nosotros, en viajes anteriores, pero siendo una ciudad hermosa y romántica, la queríamos patear y (re)descubrir juntos, cogidos de la mano... Salimos, pues, de Fukuoka de noche: con otro autobus más, solo que en sentido contrario esta vez. Y no sin haber pasado a saludar y brindar con el hermano de Atsushi-san, con Nao y con el resto de sus colegas de trabajo. Les habíamos conocido a tod@s en el finde del cumpleaños del abuelo, Oto-san, unas cinco semanas antes, durante nuestra maravillosa estancia en Kumihama...

¡Tooooooma ya el selfie de despedida y en el último trago nos vamos (al autobus)!



- Continuará -

(y si suena a amenaza,
será que lo es...)



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